Escribí este comentario para el curso "Tres teorías fundamentales del cuento" que dictó el profesor Walter Romero. Lo comparto.
La dama del perrito es un relato sutil,
enternecedor. El uso de los materiales narrativos por parte del escritor es
exquisito y me permito, antes de leer los otros textos, los de crítica, hacer
mi propio análisis del personaje femenino para luego, comparar impresiones con
los que saben de verdad.
Me gusta mucho que desde la tercera palabra nos
introduzca en el mundo de la ficción. No es una mujer, el narrador decide que
dentro del relato que nos cuenta, sea un personaje: “Un nuevo personaje había
aparecido en la localidad”. Sin embargo, esta situación va a cambiar. A medida
que transcurre la narración se va transformando, corporizando y este: “nuevo
personaje”, “una señora con un perrito”, “la señora de la boina”, “Ella”, “Ana
Sereyegvna” se va configurando. Es a partir de la página dos que pierde su
categoría de personaje para el narrador y se va transformando en un “cuello
esbelto y delicado” y en “unos encantadores ojos grises”. Da la impresión de
que el narrador la está pintando con pinceladas imprecisas a partir del uso de
la sinécdoque.
Dichas descripciones imprecisas, subjetivas,
desde la focalización interna del personaje, dan un viraje llamativo cuando el
narrador hace foco en la transformación del personaje: “su rostro languideció,
y lentamente se le soltó el pelo; (qué manera tan delicada y sutil de referirse
al encuentro amoroso, carnal, sensual) en esta actitud de abatimiento y
meditación se asemejaba a un grabado antiguo: la mujer pecadora.” Mujer que
peca, mujer de carne y hueso, mujer que se entrega no es una pintura ni un
personaje: es una mujer completa –corpórea- que trasciende el relato para ser
pensada en tres dimensiones.
Luego de la entrega vuelve a cambiar y se
transforma en pura y buena: “Había en ella la pureza de la mujer sencilla y
buena que ha visto poco de la vida” (Y “saboreable” como una sandía, la que se
acaba de comer Dmitri en un arrebato erótico mientras esperaba la decisión de
la amada)
Luego del arrebato amoroso, se refuerza la idea
de mujer (menos ficticia y más cotidiana) que responde desde su identidad:
“-Hay gotas de rocío sobre la hierba-dijo Ana Sergeyevna después de un
silencio.”
Perdido de amor, Dmitri la reconoce “hermosa,
fascinadora” mientras ella se resiste a ser vista así; por un lado, no cree ser
merecedora del amor del seductor pero, por otro, tal vez, juega un inocente
juego de manipulación para escuchar lo que quiere escuchar: “Mientras tanto decía
que no la respetaba bastante, que no la amaba lo más mínimo, y que seguramente
pensaría de ella como de una mujer cualquiera.”
Ya separados, el recuerdo de la mujer viene
desde la evocación, la idealización de la amada: “…más tierna de lo que en
realidad era, imaginándosela aún más hermosa de lo que estaba en Yalta”
Los celos y el desasosiego del amante, ya en S.,
transforman a Ana otra vez en la distante, dual y desconocida “ señora del
perro” del inicio: “-¡Al diablo la señora del perro!”
Antes de que culmine el relato aparecen algunos
cambios más: la pálida infiel “Ana Sergeyevna se puso intensamente pálida, lo
miró otra vez horrorizada casi, y estrujó el abanico…” que habla en susurros y
promete continuar con el idilio en Moscú a pesar de que el marido “le creía y
no le creía” (qué maravillosa descripción del carácter del hombre engañado,
esbozada apenas pero tan reveladora)
A través de la reflexión sobre las dos vidas de
Dmitri también se hace referencia a las dos vidas de Ana. A la Ana dual que
aparece desde el inicio: universalizada “una mujer” e individualizada a la vez:
la de la boina blanca, la del perrito; la triste, triste, tristísima. Dos
dualidades que se encuentran y que tendrán un final feliz (o no) en el momento
en que se reconozcan.