viernes, 21 de junio de 2019

Análisis de La dama del perrito de Chejov


Escribí este comentario para el curso "Tres teorías fundamentales del cuento" que dictó el profesor Walter Romero. Lo comparto.
La dama del perrito es un relato sutil, enternecedor. El uso de los materiales narrativos por parte del escritor es exquisito y me permito, antes de leer los otros textos, los de crítica, hacer mi propio análisis del personaje femenino para luego, comparar impresiones con los que saben de verdad.
Me gusta mucho que desde la tercera palabra nos introduzca en el mundo de la ficción. No es una mujer, el narrador decide que dentro del relato que nos cuenta, sea un personaje: “Un nuevo personaje había aparecido en la localidad”. Sin embargo, esta situación va a cambiar. A medida que transcurre la narración se va transformando, corporizando y este: “nuevo personaje”, “una señora con un perrito”, “la señora de la boina”, “Ella”, “Ana Sereyegvna” se va configurando. Es a partir de la página dos que pierde su categoría de personaje para el narrador y se va transformando en un “cuello esbelto y delicado” y en “unos encantadores ojos grises”. Da la impresión de que el narrador la está pintando con pinceladas imprecisas a partir del uso de la sinécdoque.
Dichas descripciones imprecisas, subjetivas, desde la focalización interna del personaje, dan un viraje llamativo cuando el narrador hace foco en la transformación del personaje: “su rostro languideció, y lentamente se le soltó el pelo; (qué manera tan delicada y sutil de referirse al encuentro amoroso, carnal, sensual) en esta actitud de abatimiento y meditación se asemejaba a un grabado antiguo: la mujer pecadora.” Mujer que peca, mujer de carne y hueso, mujer que se entrega no es una pintura ni un personaje: es una mujer completa –corpórea- que trasciende el relato para ser pensada en tres dimensiones.
Luego de la entrega vuelve a cambiar y se transforma en pura y buena: “Había en ella la pureza de la mujer sencilla y buena que ha visto poco de la vida” (Y “saboreable” como una sandía, la que se acaba de comer Dmitri en un arrebato erótico mientras esperaba la decisión de la amada)
Luego del arrebato amoroso, se refuerza la idea de mujer (menos ficticia y más cotidiana) que responde desde su identidad: “-Hay gotas de rocío sobre la hierba-dijo Ana Sergeyevna después de un silencio.”
Perdido de amor, Dmitri la reconoce “hermosa, fascinadora” mientras ella se resiste a ser vista así; por un lado, no cree ser merecedora del amor del seductor pero, por otro, tal vez, juega un inocente juego de manipulación para escuchar lo que quiere escuchar: “Mientras tanto decía que no la respetaba bastante, que no la amaba lo más mínimo, y que seguramente pensaría de ella como de una mujer cualquiera.”
Ya separados, el recuerdo de la mujer viene desde la evocación, la idealización de la amada: “…más tierna de lo que en realidad era, imaginándosela aún más hermosa de lo que estaba en Yalta”
Los celos y el desasosiego del amante, ya en S., transforman a Ana otra vez en la distante, dual y desconocida “ señora del perro” del inicio: “-¡Al diablo la señora del perro!”
Antes de que culmine el relato aparecen algunos cambios más: la pálida infiel “Ana Sergeyevna se puso intensamente pálida, lo miró otra vez horrorizada casi, y estrujó el abanico…” que habla en susurros y promete continuar con el idilio en Moscú a pesar de que el marido “le creía y no le creía” (qué maravillosa descripción del carácter del hombre engañado, esbozada apenas pero tan reveladora)
A través de la reflexión sobre las dos vidas de Dmitri también se hace referencia a las dos vidas de Ana. A la Ana dual que aparece desde el inicio: universalizada “una mujer” e individualizada a la vez: la de la boina blanca, la del perrito; la triste, triste, tristísima. Dos dualidades que se encuentran y que tendrán un final feliz (o no) en el momento en que se reconozcan.

jueves, 6 de junio de 2019

La noche en que la noche llegó de lejos


La noche es una mujer. Una mujer de cabellos negros, de mirada de luna y canta con la voz de Marta Gómez. Ayer, 05 de junio de 2019, la noche fue más noche y más mujer que nunca porque Marta cantó en la sala Margarita Xirgu del Espacio Untref, Ciudad de Buenos Aires.
Lámparas tenues, alguna lucecita tímida, dos copas de vino, un bajo, algunas guitarras y la sensación de que a la música le nacían dedos y me acariciaba, palpaba cada segmento de mi alma y se me clavaba en el corazón al igual que una estaca, como una dulce herida.
El escenario nos ilusionaba con la magia de que la sala de una casa de músicos apenas vislumbrada se abría ante mis ojos y éramos parte del proceso creativo mostrado en toda su plenitud: Andrés Rotmistrovsky y ella y otros amigos nos permitían un doble juego que consistía en ver un espectáculo que era un encuentro entre artistas que preparaba un espectáculo. Como una cinta de Moebius, como la mezcla de la realidad y la ficción, como es el arte: innovador, creativo, emocionante.
Rodrigo Carazo llegó invitado y nuevos sonidos se incorporaron, pero siempre suaves, sutiles, dulces; eran secretos susurrados solamente para que yo los interpretara.
No faltaron referencias a Rubén Darío, Federico García Lorca, Spinetta, Drexler, Piero, Javier Ruibal, Luis y Pedro Pastor, Pedro Guerra. Todos ellos estuvieron presentes en una ausencia llena de sonidos. “Canción del naranjo seco”, “Para la guerra, nada”, “Ritualitos”, “La noche que me quieras”, “Plegaria para un niño dormido”, “Tu nombre” fueron desnudándose ante nosotros durante una hora y media y enredándose en las emociones de todos y asentándose sobre mi piel.
Así fue. Parece cuento, pero así fue. Anoche, en San Telmo, la noche se transfiguró en mujer y bajó a cantarnos. La noche entera era Marta Gómez.