Las palabras tienen vida. No puedo encontrar otra explicación teniendo en cuenta el efecto que producen. Uno las piensa, las selecciona, las usa pero ellas se convierten en lo que quieren ser. Este milagro de significado y emociones es casi incomprensible e infinito.
Leí "El tren nocturno de la vía láctea" de Kenji Kayazawa. Y fui testigo directa de este hecho sobrenatural: las palabras cobraron vida y construyeron su propia realidad.
Viajé en un tren en el que, junto a Giovanni y Campanella, vivimos grandes acontecimientos, siempre desde la ambigüedad y una sensación de sutileza en la transmisión de imágenes como esta que muestran una serena belleza, una extrañeza poética:
"-No es la luz de la luna. Brilla así porque es la Vía Láctea.
Mientras decía esto, Giovanni podía haber saltado de alegría. Zapateando y sacando la cabeza por la ventanilla, silbaba muy, muy alto la canción de las estrellas, estirándose cuan largo era para ver toda el agua de la Vía Láctea. Al principio no lo consiguió, pero, poco a poco, se dio cuenta de que, más clara que el cristal, más que el hidrógeno, fluía en silencio y en ella se formaban pequeñas olas que por momentos parecían una ilusión, centelleando violetas o de todos los colores del arco iris."
Recuerdo contemplar la Vía Láctea cuando era una niña en las noches de verano eternas que envolvían la casa de mi abuela entre la oscuridad nocturna que parecía que se tragaba todo, el sonido del arroyo y la suave brisa, tibia aún después de que se había muerto el sol. La contemplaba y me parecía que no existía algo más hermoso que ese polvo de diamantes olvidado en el cielo.
En el tren de Kayazawa a Giovanni le ocurre lo mismo. Pasa por varios estados de ánimo pero predomina la tristeza porque las manzanas pierden sus cáscaras en ceniza, porque el silencio se adueña de los pensamientos, porque no se sabe qué es qué y quién es quién, porque lo acompañan personajes que están terminando un viaje diferente al de él.
"-¿Me perdonará mi madre?- Dijo tartamudeando un poco Campanella en su precipitación. (...) Mientras decía esto, Campanella se esforzaba por contener las lágrimas. (...)
Inesperadamente, el interior del vagón se iluminó con una luz blanca. En el lecho de la Vía Láctea, que transcurría sin sonido ni forma, resplandeciente como si se hubiera sumado el brillo de los diamantes al del rocío caído en la hierba, se podía ver una isla rodeada de una aureola pálida. Sobre la suave cima se levantaba una magnífica cruz, tan blanca como si estuviera tallada en una nube helada del Polo Norte, rodeada de un halo dorado que giraba en silencio eterno."
Todos discurrimos por diferentes caminos, es cierto y todos viajamos de distintas formas a nuestro destino último.
Mientras leía, pensaba que en cualquier momento se iba a cruzar el Ómnibus de Cortázar o el carro que llevó a Comala al hijo de Pedro Páramo o quizá a algún barco perdido de Horacio Quiroga. No me los encontré pero quizá, quién dice en otra relectura. Las palabras tienen vida propia, porque, al final, uno las piensa, las selecciona, las usa pero ellas se convierten en lo que quieren ser.