domingo, 10 de agosto de 2014

Miserere, illi, Deus.

¿Por qué escribo? ¿Será un acto desesperado para ordenar mis ideas, un placer privado y vano, inocuo e inútil? No tengo ganas de pensar en eso. Solo escribo. ¿Vanidad? ¿Soberbia?

Más allá de escribir técnicamente bien o mal, la escritura me salva. Siempre lo hizo, desde mis poemas de adolescencia, que por fortuna se los comió el tiempo y los desapareció el destino.
Soy un ser inquieto. Me gusta el viaje, la ruta, el cambio, el desafío, el descubrimiento permanente. La escritura me permite viajar por mi propio cerebro. Se abren las autopistas de las ideas y me pierdo. Mucho de lo que escribo es descartado, olvidado o transformado.

Escribir salva. Leer salva. Pero a veces duele. Comprender más allá de las cosas es doloroso. No ser capaz de conformarse con lo que simplemente se ve... Querer ir detrás, ver el mecanismo, conocer los pormenores y pensar...  Escribir duele, entonces. Mucho.

Un escritor es el que se sobrepone al dolor permanente, el que vive en un círculo de dolor eterno. ¿Cómo va a comulgar con el mundo? No puede. No puede perdonar al mundo y describirlo: tiene que sufrirlo, padecerlo, llorarlo, cagarlo... Si no su esencia no sirve, su naturaleza no sirve, su escritura es un adorno snob.

Pobrecitos los escritores... Pobres, pobres; a las letras las escriben con sangre y con angustia.

Pobres. Dios y la noche se apiaden de sus almas.

2 comentarios:

  1. Si el arte nos salva y tus letras no solo te salvan a vos !! gracias por escribir y no dejés de hacerlo !! abrazo

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