domingo, 17 de enero de 2016

Viajando en el tren de las palabras

Las palabras tienen vida. No puedo encontrar otra explicación teniendo en cuenta el efecto que producen. Uno las piensa, las selecciona, las usa pero ellas se convierten en lo que quieren ser. Este milagro de significado y emociones es casi incomprensible e infinito.
Leí "El tren nocturno de la vía láctea" de Kenji Kayazawa. Y fui testigo directa de este hecho sobrenatural: las palabras cobraron vida y construyeron su propia realidad.
Viajé en un tren en el que, junto a Giovanni y Campanella, vivimos grandes acontecimientos, siempre desde la ambigüedad y una sensación de sutileza en la transmisión de imágenes como esta que muestran una serena belleza, una extrañeza poética: 
"-No es la luz de la luna. Brilla así porque es la Vía Láctea.
Mientras decía esto, Giovanni podía haber saltado de alegría. Zapateando y sacando la cabeza por la ventanilla, silbaba muy, muy alto la canción de las estrellas, estirándose cuan largo era para ver toda el agua de la Vía Láctea. Al principio no lo consiguió, pero, poco a poco, se dio cuenta de que, más clara que el cristal, más que el hidrógeno, fluía en silencio y en ella se formaban pequeñas olas que por momentos parecían una ilusión, centelleando violetas o de todos los colores del arco iris."
Recuerdo contemplar la Vía Láctea cuando era una niña en las noches de verano eternas que envolvían la casa de mi abuela entre la oscuridad nocturna que parecía que se tragaba todo, el sonido del arroyo y la suave brisa, tibia aún después de que se había muerto el sol. La contemplaba y me parecía que no existía algo más hermoso que ese polvo de diamantes olvidado en el cielo.
En el tren de Kayazawa a Giovanni le ocurre lo mismo. Pasa por varios estados de ánimo pero predomina la tristeza porque las manzanas pierden sus cáscaras en ceniza, porque el silencio se adueña de los pensamientos, porque no se sabe qué es qué y quién es quién,  porque lo acompañan personajes que están terminando un viaje diferente al de él. 
"-¿Me perdonará mi madre?- Dijo tartamudeando un poco Campanella en su precipitación. (...) Mientras decía esto, Campanella se esforzaba por contener las lágrimas. (...)
Inesperadamente, el interior del vagón se iluminó con una luz blanca. En el lecho de la Vía Láctea, que transcurría sin sonido ni forma, resplandeciente como si se hubiera sumado el brillo de los diamantes al del rocío caído en la hierba, se podía ver una isla rodeada de una aureola pálida. Sobre la suave cima se levantaba una magnífica cruz, tan blanca como si estuviera tallada en una nube helada del Polo Norte, rodeada de un halo dorado que giraba en silencio eterno."
Todos discurrimos por diferentes caminos, es cierto y todos viajamos de distintas formas a nuestro destino último. 
Mientras leía, pensaba que en cualquier momento se iba a cruzar el Ómnibus de Cortázar o el carro que llevó a Comala al hijo de Pedro Páramo o quizá a algún barco perdido de Horacio Quiroga. No me los encontré pero quizá, quién dice en otra relectura. Las palabras tienen vida propia, porque, al final, uno las piensa, las selecciona, las usa pero ellas se convierten en lo que quieren ser. 

martes, 12 de enero de 2016

Ay, Valentina; ay, Rita

Pocas cosas me conmueven: una pena. Tal vez se deba a que la coraza con la que la vida diaria nos viste es cada vez más resistente y solo algunas manifestaciones pueden permearla, en mi caso, lo logran la música y el teatro.
Fui al teatro. Fui a ver Casa Valentina en el teatro Picadilly, ( Corrientes al 1500 CABA) dirigida por José María Muscari (@muscarijoseok).
El texto es interesante; la adaptación, mejor; los personajes, esculpidos deliciosamente por actores que usan el alma como cincel.
La belleza inalcanzable de Diego Ramos, la capacidad de Fabián Vena para sostener un diálogo denso e intenso de una manera contundente, el oficio inapelable de Gustavo Garzón, la etérea presencia de Boy Olmi, la tímida frescura de Nicolás Scarpino, el tempo de comedia de Roly Serrano, la sabiduría en Pepe Novoa son ingredientes fundamentales para crear el pacto teatral entre espectador- obra. Pacto que nos arranca de la rutina y nos sumerge en otra realidad.
Elementos intertextuales; cambios de ritmo que se mueven casi en un tempo de video clip, de desfile de modas; un vestuario rutilante; música acorde, todo montado sobre la humana necesidad de ocultar, tapar, vestir y desvestir, no decir convirtieron a la obra en un acto artístico construido desde un acto teatral.
Es una obra de incomprensiones, de tragarse el dolor, lavarse la cara y seguir adelante como lo hace el personaje que más me conmovió, Rita; tan hermosamente compuesto por María Leal. ¿Quién otra podría combinar dolor y risa, angustia y ternura? Rita y su paradoja: comprender sin ser comprendida; amar como debe sin ser amada como espera, renunciar. Contemplar su vida y su dolor fue ver la otra cara de la entrega, la que se vuelve nada.  Entender lo no dicho fue saber que alguna vez en la vida nos toca volvernos de ceniza, dejar que el río fluya y verlo correr sin refrescarnos en sus aguas. Ver a Rita fue disimular una exclamación de tristeza. ¡Ay, Rita, Ay...!

jueves, 29 de enero de 2015

Tempus fugit


Hace tiempo que no entraba a escribir en este pobre blog en ruinas. Mucho tiempo. Pero el tiempo es así, a veces es un relámpago herido que escapa y otras es arena que discurre lentamente hasta llevarnos a la desesperación.
En este tiempo la reflexión, el silencio, las palabras de otros han sido mis compañeros, pero siempre a través de la búsqueda. Recorrí espacios buscando respuestas.
¿Por qué buscamos? Porque es la única manera de llegar a ser felices.
¿Por qué no nos conformamos con lo que tenemos? porque conformarse es morir.
¿Por qué no nos consolamos con el pasado? Porque nos regalaron el olvido.
¿Por qué  no quedarnos con lo seguro? Porque nos marchitaríamos como una flor en el desierto.
¿Por qué arriesgar lo que tenemos por lo que desconocemos? Porque vale la pena perder para ganar.
¿Por qué buscar en el suelo lo que habita en las estrellas? Porque el miedo nos ata a la tierra.
¿Por qué no amar a pesar de todo? Porque el "a pesar de todo" es una roca que lleva escrita la palabra NO.
Por supuesto que las mejores respuestas que encontré fueron las más dolorosas; sin embargo, no por ello, menos verdaderas. Descubrí que la composición del tiempo es de lágrimas y fuego y que es el único maestro que no se agota en su tarea, que sigue enseñándonos con su paciencia infinita de  demiurgo y escultor. Después de todo, es él el que crea los diamantes.

martes, 26 de agosto de 2014

Ramón, la pompa de jabón

La luna es un leit motiv en mi vida, en mi escritura y sobre todo, en los textos que me gusta leer. Me gusta leer sobre la luna, saborear su color y disfrutar de su sonido. Yo también creo, como Sabines, que se puede tomar a cucharadas; sin embargo, en esta oportunidad no nos la vamos a comer. Este texto nació de un juego con Enna Lucía, mi hija. Ella fue prácticamente la que creó la historia, yo solo le di forma.

Ramón, la pompa de jabón
"Ramón es una pompa de jabón y como toda burbuja debe cuidarse de los tenedores y de las espinas de las rosas del jardín.
Ramón solo desea una cosa: llegar a la luna.
Es que la ve tan redonda, tan brillante, tan burbuja…  que se enamoró de ella.
Todas las  noches, Ramón, la pompa de jabón, se sienta en la rama de un árbol. Y durante muchas horas contempla a Bruna, la luna. Y... todo se vuelve mágico.

A veces, Bruna no aparecía  por el cielo; era entonces cuando Ramón aprovechaba para crear un traje espacial que lo ayudara a ir a visitarla.
Luego de mucho trabajo, al fin, terminó su traje.  Se ajustó el cinturón en su redonda cintura, se calzó la escafandra y…. Nada… El traje era tan pesado que no pudo elevarse  ni un centímetro del suelo.
Esa noche lloró lágrimas redondas mientras dibujaba circulitos con el dedo gordo del pie en el suelo.

"Nunca estaré cerca de Bruna" pensó lleno de tristeza entre  lágrimas y suspiros que hacían volutas  antes de desaparecer.

En esas angustias estaba cuando miró al cielo y descubrió que Bruna, redonda y brillante se acercaba…
Se restregó los ojos para quitarse el espejismo de las pupilas pero vio lo mismo: ¡Bruna se acercaba! ¡Bruna se acercaba! Pero... ¿Dos Brunas? ¿Dos lunas?

Observó detenidamente, con el corazón girándole en el pecho y no...  Bruna seguía allá alta y lejana, brillante y hermosa. 
Y en el silencio  de la distancia, cuando deseaba más que nunca llegar hasta su amor circular, escuchó una voz:
-¡Hola, soy Maruja, la burbuja!-,  Dijo la pompa que surgió tan blanca y brillante como Bruna, pero cercana y dulce como una mañana de primavera. ¡Era a ella a quien había visto! Era tan hermosa… Una burbuja auténtica y tan junto a él… Si no le decía algo pronto iba a estallar de la emoción así que tomó valor y tartamudeó:

-Yo... Yo... Soy... Soy... Ramón, la Pompa de jabón,- dijo tratando de cerrar su boca abierta como una O mayúscula.

Fue entonces que Maruja le sonrió aún más y Ramón supo que el mundo no era nada sin ella y que todas las lunas de todas las noches perdían su belleza ante esos ojos redondos y casi transparentes.

Maruja, la burbuja y Ramón, la pompa de jabón se tomaron de la mano.


Y fue entonces que miles de corazones aburbujados, redondeados y leves como una pluma  flotaron hasta el cielo y se quedaron haciéndole compañía a Bruna, la luna, que sonreía feliz en su sillón de noche salpicado de estrellas…

domingo, 10 de agosto de 2014

Miserere, illi, Deus.

¿Por qué escribo? ¿Será un acto desesperado para ordenar mis ideas, un placer privado y vano, inocuo e inútil? No tengo ganas de pensar en eso. Solo escribo. ¿Vanidad? ¿Soberbia?

Más allá de escribir técnicamente bien o mal, la escritura me salva. Siempre lo hizo, desde mis poemas de adolescencia, que por fortuna se los comió el tiempo y los desapareció el destino.
Soy un ser inquieto. Me gusta el viaje, la ruta, el cambio, el desafío, el descubrimiento permanente. La escritura me permite viajar por mi propio cerebro. Se abren las autopistas de las ideas y me pierdo. Mucho de lo que escribo es descartado, olvidado o transformado.

Escribir salva. Leer salva. Pero a veces duele. Comprender más allá de las cosas es doloroso. No ser capaz de conformarse con lo que simplemente se ve... Querer ir detrás, ver el mecanismo, conocer los pormenores y pensar...  Escribir duele, entonces. Mucho.

Un escritor es el que se sobrepone al dolor permanente, el que vive en un círculo de dolor eterno. ¿Cómo va a comulgar con el mundo? No puede. No puede perdonar al mundo y describirlo: tiene que sufrirlo, padecerlo, llorarlo, cagarlo... Si no su esencia no sirve, su naturaleza no sirve, su escritura es un adorno snob.

Pobrecitos los escritores... Pobres, pobres; a las letras las escriben con sangre y con angustia.

Pobres. Dios y la noche se apiaden de sus almas.

miércoles, 16 de julio de 2014

El otro Cristóbal

¡La poesía tiene tantas formas! El que crea que la poesía solamente se construye con palabras está equivocado. Tal vez el disfrute total del fenómeno poético consista en saber descubrirlo en todo lo que nos rodea. Tristemente, vivimos en un mundo ausente de poesía, en una realidad prosaica, ordinaria...
El lenguaje poético -sea cual fuere- debería ser una opción válida, habitual. Todos deberíamos hacer valer nuestro derecho a contemplar la belleza.
Y en esta búsqueda de belleza y de poesía en lo cotidiano, me di de lleno, como si fuese un golpe de luz o de sonido, con un cantante que, hizo su versión de Mariposa de noviembre de Luis Pastor. Cantaba en la radio, sin música, sin nada más que su voz extraña, extrañísima, antigua, llena de matices y de silencios...
Desconocía  su nombre pero quedé en el estado en que la poesía conmueve alguna fibra interna de mi alma. Fue una catarata de belleza, más bello aún por inesperado.
Investigue. 
El cantor se llama Cristóbal Repetto.
Investigué.
Ya lo había escuchado antes en una canción de Lisandro Aristimuño.
Investigué.
Hace años que viene cantando con ese tinte de acero inoxidable en el que el tiempo juega un doble juego: rememorar la voz de antaño y brindarle una modernidad exótica a las melodías de siempre.
Investigué:
Me deslumbré.
Me enternecí.

Sonreí al destino porque ese día le había robado un poco de ordinariez a la nada cotidiana. Ese día, la belleza había triunfado de la mano de un Cristóbal que no es tan ilustre como el otro pero que también descubrió un mundo nuevo: un mundo en el que lo extraordinario toma forma de música y de poesía.


domingo, 29 de junio de 2014

Gracias, muchas gracias, Endara Crow






Estas son pinturas de uno de los tantos maravillosos artistas que posee el Ecuador. Son obras de Gonzalo Endara Crow y él es Endara Crow...
Desde que vi por primera vez su trabajo quedé impactada por los colores, por las ideas, por la belleza serena de cada lienzo en particular.
Me gustó tanto que escribí este cuento pensando en esas obras.

Gracias, Endara Crow
Por: Ivanna López Ampuero
El sonido del tren rompía el silencio del mediodía. Un hilo de humo casi imperceptible se escapaba de la máquina  y se perdía en los rectángulos verdes de los cerros. Se dirigía a una ciudad de montaña en donde las palabras suben y bajan como la geografía.
Ella venía de la costa, desde donde la tierra es cálida y el sol está atrapado por una inmensa red de nubes como si fuera una mariposa a la que se le prohíbe la libertad. Era una mujer de lejos. Miraba por la ventana y el paisaje se le antojaba imposible. Las casitas colgadas casi en el vacío eran el vivo espejo de un cuadro de Endara Crow y ella sonreía porque pensaba que en cualquier momento una manzana gigante los alcanzaría o un pez multicolor surcaría el cielo guiando al tren por entre las nubes.
Él venía de la alta montaña, desde donde la ciudad desaparece por un manto de niebla cada noche y la blancura total desdibuja los edificios. También viajaba en  tren. EL traqueteo se le antojaba una antigua canción de su infancia y sin darse cuenta casi, venía silbando bajito, mientras leía alguna historia de algún ruso que escribió algo sobre alguna mujer infiel.
El tren de ella se detuvo primero. El tren de él se detuvo cinco minutos después. Los andenes estaban atestados de gente, de comida, de ropa de todos los colores. El sol pendía del cielo como una joya casi traslúcida. El tiempo se detuvo. La mujer de lejos y el hombre de ojos profundos se encontraron.
Podría contar aquí que los ríos cambiaron sus cauces, que las montañas se deshicieron y se volvieron a formar en un instante, que los planetas se chocaron en una carrera enloquecida. No. No fue nada de eso.
Se reconocieron entre la multitud. Se vieron. Los trenes retornarían a su recorrido de acero y calor al día siguiente.
Fue una tarde de besos y palabras. Una tarde de música y silencios. El sol de la mañana los encontró en la misma cama, sin abrazarse pero habiendo bebido de la inmensidad de lo que nada se dice porque todo se sabe. Era simplemente la eternidad de las cosas efímeras.
La despedida se arrojó sobre ellos dulcemente. Ya no eran los mismos. Los trenes ronroneaban esperando la señal para deslizarse por los rieles que los devolverían a sus vidas. Cada uno regresaría a su lugar. El viaje terminaba. Un beso apenas acentuado en la comisura de los labios y el cielo infinitamente celeste.

El sonido del tren rompía el silencio del mediodía. Un hilo de humo casi imperceptible se escapaba de la máquina  y se perdía en los rectángulos verdes de los cerros. Ella sonreía porque en un recodo del camino le pareció ver la inmensa circunferencia de una manzana verde, gigante, como el más grande de los globos aerostáticos que descendía por la ladera del volcán. Cerró los ojos y recordó la tarde anterior. El tren ya comenzaba a ganar altura y las casas colgadas de los cerros se veían minúsculas entre los rectángulos verdes del paisaje que se quedaba en la tierra.