Bebió de su herida. Pensó que lamiendo su sangre iba a saciarse... Pero nunca se saciaba. Sus labios tímidos y cálidos por momentos, se tornaban frenéticos y anhelantes por otros pero sin dejar de sorber el líquido tibio que manaba de la carne abierta. La lengua sentía, con todas sus papilas y en diferentes intensidades, cada uno de los matices del sabor dulzón de esa dulce y blanda herida de amor.
Más allá del contenido sensual de mi párrafo anterior, no voy a hablar de sangre, ni de vampiros, ni de prácticas hemoeróticas.
El tópico del amor como una herida abierta, proviene de la Literatura clásica, del travieso Cupido que andaba vulnerando (del latín vulnero: hiere con una flecha)a los enamorados y haciéndolos sangrar de amor y muchas veces de impotencia.
Se me ocurrió poetizar ese tópico en el primer párrafo de esta entrada y transformar una situación dolorosa y atroz para el amante en un momento erótico de disfrute de la imposibilidad del amor.
Claro que este lugar común tiene muchos matices. Me voy a un peso pesado de la Literatura a Don Francisco de QUevedo:
Es hielo abrasador, es fuego helado,
es herida que duele y no se siente,
es un soñado bien, un mal presente,
es un breve descanso muy cansado.
Primer cuarteto de un soneto famosísimo en cuyo segundo verso aparece nuestra herida que duele y no se siente. Entre medio de los oxímorones (?) característicos de Quevedo, la herida que sangra, la sangre tibia del amor que se va a perder porque Cupido está empecinado en mezclar los destinos de las flechas y trastocar el amor en imposibles, encontramos a un amante desorientado que no sabe si maldecir o bendecir lo que está sintiendo; que no entiende que la lengua que lame su herida no es la de la satisfacción, es la de la frustración por el amor imposible. Este es un ejemplo de otras bocas, las que seguirán besando la sangre de un amor que nunca se dará.
Otro poeta maravilloso, otra víctima de la cárcel, del abandono, de la miseria y finalmente de la tuberculosis, es el fantástico Miguel Hernández. LLeva a un nivel más elevado este tema porque la herida no es una; sino tres.
Llegó con tres heridas:
la del amor,
la de la muerte,
la de la vida.
Con tres heridas viene:
la de la vida,
la del amor,
la de la muerte.
Con tres heridas yo:
la de la vida,
la de la muerte,
la del amor.
Claro que estas tres heridas que duelen, no matan. Está herido porque está vivo, está herido porque está enamorado, está herido literalmente a punto de morir. Las tres se relacionan: si no estuviera vivo, no podría amar ni mucho menos morir. Vivir, amar, morir. En tres estrofas construye una filosofía de la vida. ¿De qué sirve la vida si no se puede amar? ¿De qué sirve el amor si no se puede morir por él? ¿De qué sirve la vida si nunca acaba? Son tres estrofas que conforman un círculo, un ciclo perfecto, que encierra la idea primordial del poeta: la vida sin amor es muerte y en los tres casos duele. Duele vivir, duele amar, duele morir.
Finalmente, no puedo dejar afuera el poema que dio origen a todas estas reflexiones: Herido de amor, del imposible de describir en su totalidad, Federico García Lorca. DisfrUten este poema, leánlo en voz alta, a los gritos, susúrrenlo, releanlo con la mirada, repítanlo con los ojos cerrados y memorícenlo para recitarlo como una letanía del amor ansioso, del amor total, el que muere y mata, el que sale de las entrañas, el que quema, el que ciega, el que enferma, el que promete la gloria eterna, el que nos destruye.
Amor, amor, que está herido,
herido,
de amor huido.
Herido,
muerto de amor.
Decid a todos que ha sido
el ruiseñor.
Herido,
muerto de amor.
Bisturí de cuatro filos,
garganta rota,
y olvido.
Cógeme la mano, amor,
que vengo muy malherido,
herido,
de amor huido.
Herido,
muerto de amor.
El poeta está herido de amor huído. Cupido lo flechó y luego lo abandonó a su suerte, para que sufra de amor, para que muera de amor, para que sienta que el amor se le va por la garganta partida, por la voz. El amor se le va como la sangre que pierde y seguramente va a morir porque este amor desorbitado no tiene posibilidades, porque el ruiseñor con su canto, lo hirió; con los atardeceres en los que canta, lo hirió; con su libertad de volar y amar a quien quisiere, lo hirió; con su existencia inocente libre de pasión, lo hirió; con su belleza, lo hirió. El poeta está herido de amor y sangra y sufre y se entrega a esa dulce y blanda herida que no podrá salvarlo nunca o que tal vez matándolo, lo redima.
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