Tal vez sea que últimamente se me antoja escribir antes que soñar. Los sueños son imposibles de dominar pero las palabras, las palabras, pueden crear mundos en donde cómodamente nos quedamos a pasar la vida. Por eso me gustan… porque en este momento me ayudan a pintar la realidad que quisiera vivir, una realidad sencilla, simple,sin mayores sobresaltos.
No quiero lo que otros quieren, de verdad que no. Quiero disfrutar de mi trabajo, por ejemplo; hacerlo bien, crecer, abrir la cabeza a nuevas posibilidades, a nuevas historias, a nuevas palabras, a nuevas imágenes.
Sigo con este metejón de la escritura como seguramente lo hicieron tantos, infinitamente mejor que yo. No importa. Este es mi medio de expresión. Ahora. No quiero otro. Kafka necesitaba de la escritura (y no es que me compare con él) para decirse a sí mismo, como si se lo dijera a su padre, todo lo que lo envenenaba. Una vez se animó, en su Carta al Padre y levantó su pluma para escribirle: “Por esa razón el mundo quedó para mí dividido en tres partes: una donde vivía yo, el esclavo, bajo leyes inventadas exclusivamente para mí, y a las que, además, no sabía porqué, no podía adaptarme por entero; luego, un segundo mundo, infinitamente distinto del mío, en el que vivías tú, ocupado en gobernar, impartir órdenes y enfadarte por su incumplimiento; y, finalmente, un tercer mundo donde vivía la demás gente, feliz y libre de órdenes y de obediencia. Yo me hallaba siempre en una vergonzosa situación: o bien obedeciendo tus órdenes, lo cual implicaba una afrenta, ya que sólo tenían vigencia para mí, o bien adoptando una actitud obstinada, lo que también era ignominioso, ya que era imposible mantenerse obstinado frente a ti, o bien no podía obedecerte porque no poseía, simplemente, ni tu fuerza, ni tu apetito, ni tu habilidad, a pesar de que tu exigías eso como algo que se da por sobreentendido; y ésta era sin duda la vergüenza mayor.”
Este es un ejemplo claro de la necesidad de decirle imperiosamente algo a otro, de sacarse de adentro, como se arranca el hierro de una herida, díría Bécquer, lo que nos está consumiendo. Kafka escribió la carta y su padre nunca la leyó. Kafka usó la escritura para sacarse los demonios, para que lo que lo estaba pudriendo pudiera drenar alguna vez, Kafka necesitaba comunicar y en el acto de comunicar, comunicarse. Necesitaba construir su propia visión de la vida, el amor, la muerte, las mujeres, la angustia, la soledad, la idea existencialista del discurrir humano. Kafka se reconocía en la escritura, yo escribo. Kafka creaba paisajes espirituales habitados por los más espantosos habitantes, yo escribo. Kafka trascendía su propio devenir para construir inmensas estructuras de pensamiento, yo escribo. Kafka se soñaba a sí mismo, veía su propia lápida en sueños, se desdoblaba en otro… YO escribo que es lo mismo que soñar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario