No creo en la inspiración. Como estoy segura que los escritores genuinos, tampoco. Es un buen recurso del márquetin literario, como no. Pero a la hora de los bifes, en el momento en que hay que sacarla a relucir, no existe.
No creo en las musas. No creo en el susurro del Espíritu. QUisiera poder creer en eso, quisiera. Pero no puedo. O no soy digna de las musas, o la inspiración pasa de mí, como diría Serrat, o soy tan inicua que el Espíritu prefiere ir a susurrarle cosas a los puros.
Creo en el trabajo. Creo en que somo seres intertextuales, seres llenos de influencias, seres curiosos, seres pensantes, seres críticos. Creo en que para decir algo hay que tener algo en la cabeza con qué asociarlo.
Así que, ya que hemos dejado las cosas en claro, seguiré escribiendo. Lo que me plazca. Eliminaré las palabras innecesarias y seguramente dejaré otras, igualmente innecesarias pero que me gustan. De eso se trata la escritura: de libertad. La libertad con que la que JMG Le Clézio escribe y no le entiendo nada. La Libertad con la que Galeano juega con el lenguaje e inventa palabras y lo adoro. La libertad con que Cortázar nos mete a la fuerza, a las patadas en otras realidades y otros mundos. La libertad de poder decir ahora no sé qué más decir porque, como notarán, la inspiración me ha abandonado.
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