Las palabras viajan en el aire, como signos sonoros; viajan en los papeles como fugitivas sin descanso. Viajan con música, con silencios, con gestos. Viajan de un lado a otro y se llevan la carga del significado con ellas. Todas. Cada una de las palabras tiene una historia detrás. El desafío es conocer cada una de esas historias y develarlas, des-velarlas, quitarse los velos y dejarlos caídos a los pies del lecho amatorio.
Si pudiéramos conocer esa historia entenderíamos el mundo de una manera diferente, nos relacionaríamos con otros de otra forma. Pongamos como ejemplo la palabra coraza.
Siempre me ha gustado su sonido palatal, gutural, áspero.... co-ra-za. Podría repetirla hasta agotarme, hasta que la lengua se me trabara: coraza, coraza, coraza, coraza.... Me gusta usarla a veces, esconderme detrás de ella y sentirme segura. Coraza formada por corazón, por cordura, por sonido. Puedo elegir el matiz que quiera y llevarlo a mi cabeza.
Podría decir que la palabra coraza nació cuando por primera vez un hombre de cromagnón se enamoró. Se acercó a la mujer y con sonidos guturales intentó explicarle que no sabía la razón pero que la invitaba a irse con él porque la necesitaba como nadie hasta ese momento (y juro que era cierto) había necesitado a ese ser. La mujer lo miró y vio un brillo en sus ojos que interpretó como desprecio. Desde ese momento el pobre cromagnon tuvo que esconder lo que sentía y decidió que lo haría detrás de una coraza.
Pobre, nunca supo que ella interpretó su mirada de desencanto como burla y se escondió en su coraza.
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