sábado, 2 de octubre de 2010

la celebración de la celebración.

Estuve triste y alejada. Las palabras no eran suficientes para drenar mi tristeza, para que se decantara gota a gota. Estuve triste, sí, y sólo pensaba desde la tristeza. Fue entonces cuando vino a mi mente un maestro de maestros. El escritor que escribe para mí. El que conocce cómo me gustan que sean las palabras y las escribe como yo quiero, el que inventa historias y cuenta otras que vio, que vivió, que sufrió con cada centímetro de su cuerpo.
Me refiero a Eduardo Galeano, al que América le sangra como una herida abierta. Eduardo Galeano, el itinerante, el que conoció todo mi continente a causa del sufrimiento de un Uruguay en llamas, de una Argentina ciega de odio que le escupió en la cara.
Siempre me emociona y no importa cuántas veces lo lea, no dejo de maravillarme con sus abrazos o con sus memorias del fuego o con las palabras suyas que danzan y danzan.

Tenían las manos atadas o esposadas, y sin embargo los dedos danzaban. Los presos estaban encapuchados: pero inclinándose alcanzaban a ver algo, alguito, por abajo. Aunque hablar, estaba prohibido, ellos conversaban con las manos.

Pinio Ungerfeld me enseñó el alfabeto de los dedos, que en prisión aprendió sin profesor:
-Algunos teníamos mala letra -me dijo-. Otros eran unos artistas de la caligrafía.

La dictadura uruguaya quería que cada uno fuera nada más que uno, que cada uno fuera nadie; en cárceles y cuarteles y en todo el país, la comunicación era delito.

Algunos presos pasaron más de diez años enterrados en solitarios calabozos del tamaño de un ataúd, sin escuchar más voces que el estrépito de las rejas o los pasos de las botas por los corredores. Fernández Huidobro y Mauricio Rosencof, condenados a esa soledad, se salvaron porque pudieron hablarse, con golpecitos a través de la pared.

Así se contaban sueños y recuerdos, amores y desamores: discutían, se abrazaban, se peleaban; compartían certezas y bellezas y también compartían dudas y culpas y preguntas de esas que no tienen respuestas.

Cuando es verdadera, cuando nace de la necesidad de decir, a la voz humana no hay quien la pare. Si le niegan la boca, ella habla por las manos, o por los ojos, o por los poros, o por donde sea. Porque todos, toditos, tenemos algo que decir a los demás, alguna cosa que merece ser por los demás celebrada o perdonada.

(Eduardo Galeano - "El libro de los abrazos)


Este es uno de mis abrazos preferidos. Uno de los textos que más profundamente me emocionan, sobre todo en estos tiempos en que todo se repite, en que la libertad se juega al mejor postor cada día, en que la comunicación es una jerigonza de unos pocos, en que nadie entiende lo que el otro dice, Galeano celebra a la voz humana. Siempre hay otro que quiere escucharnos, leernos, abrazarnos, sentirnos. Siempre hay otro al que le interesa lo que decimos por más simple o intrascendente que sea. A esos prefiero. A los que no necesitan grandes discursos para conectarnos, a los que una palabra les basta para entenderme. Prefiero, incluso, a los que se comunican conmigo a través de un abrazo, de un silencio, de una caricia, de una mirada sonriente.
Es cierto que necesitamos comunicarnos porque si no, no nos salvamos. Es cierto que necesitamos la voz de otro que nos saque de la angustia o nos acaricie desde la distancia. Yo creo en la voz del hombre. Yo creo en la fuerza de las palabras. Yo creo en que hay tanto que deben perdonarme como tanto que debo celebrar. Tengo mucho aún para decir y mucha más tristeza para drenar; tengo muchas preguntas que buscan respuestas y muchas más dudas que encontrarán sentido cuando pueda comunicarlas. Por ahora la comunicación no es un delito explícito y celebro eso.

domingo, 26 de septiembre de 2010

¿Te acuerdas de la gloria de mis alas?...

A veces la vida no es lo que pensamos, a veces nuestros cuerpos nos limitan a una realidad pedestre, terrenal, insulsa.
¿Qué les ocurre, en esos casos, a los que nacieron para volar más alto que los demás mortales? ¿Qué les hace la vida a los que no se adaptan a ella? ¿Cómo se comporta el destino con los que no se ciñen a él? En esos casos, el mundo se encarga de golpear a los desadaptados para modelarlos, a fuerza de angustias.
Entre los que no encajaban en el mundo, entre los que volaban sobre él, está Delmira Agustini. Tan diferente a su época que pocos la conocen.
Tan extraña es su voz que nadie puede creer que se haya criado en el Montevideo de fines del siglo XIX. Una mujer adelantada en varias décadas a lo que los cánones literarios esperaban para la época, que nació antes de tiempo y sin duda murió antes de tiempo. Mucho antes de lo que debería. No alcanzó a llegar a los 30 años cuando el marido, presa de celos, la mató en un hotel en donde se encontraban para rendirse a los actos de amor que los transportaban de la esfera filosófica a los más oscuros de los lupanares. Así era Delimira Agustini: bella y tremenda, erótica e inocente, ingenua y salvaje.
Mientras las mujeres de la época escribían sobre la maternidad, las flores y los pájaros. Delmira se revolcaba en el deseo, se arrastraba por los pantanos de los sentidos, se confundía por infiernos de placeres y surgía blanca y pura como un Tú me quieres blanca de Alfonsina.
Una mujer poeta diferente, pasional, completamente femenina y completamente erótica sin hacer de su género o condición una bandera. Delmira no es feminista; es mujer. Tan simple y tan atroz como eso.
POdría poner muchos poemas de ella, con ese lenguaje de finales del XIX, recargado, con la rima cuidada, con el ritmo perfecto, con la forma tradicional de su pluma.Podría introducir una galería de versos pero me decidí por un poema simple, sencillo, ni siquiera erótico:

LAS ALAS

........

Yo tenía...
¡dos alas!...
Dos alas,
Que del Azur vivían como dos siderales
¡Raíces!...
Dos alas,
Con todos los milagros de la vida, la Muerte
Y la ilusión. Dos alas.
Fulmíneas
Como el velamen de una estrella en fuga;
Dos alas.
Como dos firmamentos
Como tormentas, con clamas y con astros...
¿Te acuerdas de la gloria de mis alas?...
El áureo campaneo
Del ritmo; el inefable
Matiz atesorando
El Iris todo, más un Iris nuevo
Ofuscante y divina, que adorarán las plenas pupilas del Futuro
(¡Las pupilas maduras a toda luz!)... el vuelo...
El vuelo ardiente, devorante y único,
Que largo tiempo etormentó los cielos,
Despertó soles, bólidos, tormentas,
Abrillantó los rayos y los astros;
Y la amplitud: tenían
Calor y sombra para todo el Mundo,
Y hasta incubar un más allá pudieron.
Un día, raramente
Desmayada a la tierra,
Yo me adormí en las felpas profundas de este bosque...
¡Soñé divinas cosas!...
Una sonrisa tuya me despertó, paréceme...
¡Y no siento mis alas!
¿Mis alas?...
—Yo las vi deshacerse entre mis brazos...
¡Era como un deshielo!



Qué precioso poema, qué sencillo, qué dulce sentimiento envuelve mis sentidos cuando sabias palabras se enredan en mi alma... diría un crítico literario de esa época, pero con signos de exclamación, claro...
Yo pienso que es una metáfora de la pérdida. El momento en que debemos poner los pies sobre la tierra y dejar de volar, el instante en que súbitamente descubrimos que somos adultos y tenemos que mantener una fachada. La voz del poema recuerda el momento en el que aún podíamos entregarnos a la pasión sin consecuencias, al ardor devorador que consume y da vida a la vez:
El vuelo ardiente, devorante y único,
Que largo tiempo etormentó los cielos,
Despertó soles, bólidos, tormentas,
Abrillantó los rayos y los astros;
Y la amplitud: tenían
Calor y sombra para todo el Mundo,
Y hasta incubar un más allá pudieron.

Pero luego de ese momento, ya fue hora de aterrizar, de volverse ordinaria, cotidiana, igual a los demás. A vivir la vida gris de la gente gris de una ciudad gris. Fue el momento de crecer y con el crecimiento perder la posibilidad de remontarse en un rayo de luz: fulmíneas como el velamen de una estrella en fuga, decía Delmira y seguramente lloraba mientras lo repetía para convencerse de que había sido libre, de que había nacido diferente, de que había podido volar.
Una Delmira demasiado culta, demasiado lúcida para un siglo que venía muriendo de viejo y para otro que nacía, demasiado joven. Una Delmira que no podría adaptarse a un mundo que no podía entenderla y que le deshizo sus alas, que las trasnformó en agua y en vapor y en nada.
Una Delmira que vivió poco y a la que entendieron, menos. Sin embargo, al final, se salió con la suya: antes de tiempo levantó vuelo y se fue con la gloria de sus alas a cuestas donde no pudieran juzgarla, ni lastimarla...

martes, 21 de septiembre de 2010

Soy la más irregular de las perlas.

Tengo tantas cosas que escribir, pero no será hoy. Tengo tantas cosas que aprender, pero no será hoy. Tengo tanto que callar y tanto que decir… Soy una mujer barroca, creo, llena de dualidades, de bipolaridades, de lados oscuros e inabarcables.

Los barrocos le tenían miedo al vacío, a la nada, por eso cubrían todos los espacios, para que el miedo no se pudiera colar por lo que no podían controlar. Le tenían pavor a la cara oculta de la luna, la que no podían ver, la que desconocían… Qué habría detrás de ella, qué secreto escondería, qué loba herida aullaría hasta que se lo contara?

Los barrocos sufrieron decepción tras decepción… Que el centro del universo no era la Tierra sino el sol o  que Europa no era la estrella del mundo sino que aparecía un paraíso nuevo conocido como América. Los barrocos sufrían, les quitaron su centro, los desplazaron, les descubrieron las órbitas y les mostraron que la elipse tenía dos polos de equilibrio.

Por eso dudaban… dudaban con el alma, con la razón, con el corazón. Dudaban porque el mundo que conocían se iba destruyendo lentamente, la ciencia se abría paso ante la fe que quedaba mustia en un rincón. Soy una mujer y soy barroca y dudo y… ¿ soy o no soy? Esa es la cuestión, la única cuestión.

Así que como no sé quién soy, ni qué soy, no por qué soy y le tengo miedo al espacio vacío, como buena barroca nocturna… escribo y al escibir digo como Lope de Vega: “¿Que no escriba, decís, o que no viva? Haced vos con mi amor que yo no sienta, que yo haré con mi pluma que no escriba”.

miércoles, 15 de septiembre de 2010

Herido, muerto de amor.

Bebió de su herida. Pensó que lamiendo su sangre iba a saciarse... Pero nunca se saciaba. Sus labios tímidos y cálidos por momentos, se tornaban frenéticos y anhelantes por otros pero sin dejar de sorber el líquido tibio que manaba de la carne abierta. La lengua sentía, con todas sus papilas y en diferentes intensidades, cada uno de los matices del sabor dulzón de esa dulce y blanda herida de amor.

Más allá del contenido sensual de mi párrafo anterior, no voy a hablar de sangre, ni de vampiros, ni de prácticas hemoeróticas.
El tópico del amor como una herida abierta, proviene de la Literatura clásica, del travieso Cupido que andaba vulnerando (del latín vulnero: hiere con una flecha)a los enamorados y haciéndolos sangrar de amor y muchas veces de impotencia.
Se me ocurrió poetizar ese tópico en el primer párrafo de esta entrada y transformar una situación dolorosa y atroz para el amante en un momento erótico de disfrute de la imposibilidad del amor.
Claro que este lugar común tiene muchos matices. Me voy a un peso pesado de la Literatura a Don Francisco de QUevedo:

Es hielo abrasador, es fuego helado,
es herida que duele y no se siente,
es un soñado bien, un mal presente,
es un breve descanso muy cansado.


Primer cuarteto de un soneto famosísimo en cuyo segundo verso aparece nuestra herida que duele y no se siente. Entre medio de los oxímorones (?) característicos de Quevedo, la herida que sangra, la sangre tibia del amor que se va a perder porque Cupido está empecinado en mezclar los destinos de las flechas y trastocar el amor en imposibles, encontramos a un amante desorientado que no sabe si maldecir o bendecir lo que está sintiendo; que no entiende que la lengua que lame su herida no es la de la satisfacción, es la de la frustración por el amor imposible. Este es un ejemplo de otras bocas, las que seguirán besando la sangre de un amor que nunca se dará.

Otro poeta maravilloso, otra víctima de la cárcel, del abandono, de la miseria y finalmente de la tuberculosis, es el fantástico Miguel Hernández. LLeva a un nivel más elevado este tema porque la herida no es una; sino tres.

Llegó con tres heridas:
la del amor,
la de la muerte,
la de la vida.

Con tres heridas viene:
la de la vida,
la del amor,
la de la muerte.

Con tres heridas yo:
la de la vida,
la de la muerte,
la del amor.

Claro que estas tres heridas que duelen, no matan. Está herido porque está vivo, está herido porque está enamorado, está herido literalmente a punto de morir. Las tres se relacionan: si no estuviera vivo, no podría amar ni mucho menos morir. Vivir, amar, morir. En tres estrofas construye una filosofía de la vida. ¿De qué sirve la vida si no se puede amar? ¿De qué sirve el amor si no se puede morir por él? ¿De qué sirve la vida si nunca acaba? Son tres estrofas que conforman un círculo, un ciclo perfecto, que encierra la idea primordial del poeta: la vida sin amor es muerte y en los tres casos duele. Duele vivir, duele amar, duele morir.

Finalmente, no puedo dejar afuera el poema que dio origen a todas estas reflexiones: Herido de amor, del imposible de describir en su totalidad, Federico García Lorca. DisfrUten este poema, leánlo en voz alta, a los gritos, susúrrenlo, releanlo con la mirada, repítanlo con los ojos cerrados y memorícenlo para recitarlo como una letanía del amor ansioso, del amor total, el que muere y mata, el que sale de las entrañas, el que quema, el que ciega, el que enferma, el que promete la gloria eterna, el que nos destruye.

Amor, amor, que está herido,
herido,
de amor huido.
Herido,
muerto de amor.
Decid a todos que ha sido
el ruiseñor.
Herido,
muerto de amor.

Bisturí de cuatro filos,
garganta rota,
y olvido.
Cógeme la mano, amor,
que vengo muy malherido,
herido,
de amor huido.
Herido,
muerto de amor.


El poeta está herido de amor huído. Cupido lo flechó y luego lo abandonó a su suerte, para que sufra de amor, para que muera de amor, para que sienta que el amor se le va por la garganta partida, por la voz. El amor se le va como la sangre que pierde y seguramente va a morir porque este amor desorbitado no tiene posibilidades, porque el ruiseñor con su canto, lo hirió; con los atardeceres en los que canta, lo hirió; con su libertad de volar y amar a quien quisiere, lo hirió; con su existencia inocente libre de pasión, lo hirió; con su belleza, lo hirió. El poeta está herido de amor y sangra y sufre y se entrega a esa dulce y blanda herida que no podrá salvarlo nunca o que tal vez matándolo, lo redima.

lunes, 13 de septiembre de 2010

A la oscura región de vuestro olvido, ya los brazos le crecían.

Estoy clásica y triste. Cosa complicada porque eso me obliga a leer a Catulo, Coleridge, Petrarcca, Lamartine, Schiller, Neruda… Pero de entre  todos ellos me detuve un rato largo en el caballero por excelencia: en don Garcilaso de la Vega. Enamorado de un imposible, de la dama portuguesa Isabel Freire, escribió los sonetos más maravillosos que puedan existir. Pudo entender el sufrimiento que causa el amor no correspondido e hizo de él su bandera, su escudo, su espada y su pluma.

Hoy estuve pensando en este soneto, la forma es compleja: cada verso posee 11 sílabas y por esa causa, si no está bien estructurado, siempre sonaría falso en español debido a que  esa cantidad de sílabas no es natural en los versos castellanos. Nosotros somos del octosílabo, nos sentimos cómodos en él, lo disfrutamos, lo cultivamos hasta el cansancio. Este tipo de sonetos, lo heredamos del italiano, del dulce estilo nuevo y entró en nuestro idioma renovando sus raíces.

SONETO XXXII, de Garcilaso de la Vega

Estoy continuo en lágrimas bañado,
rompiendo el aire siempre con suspiros;
y más me duele nunca osar deciros
que he llegado por vos a tal estado,

Un primer cuarteto glorioso. Aquí el yo lírico nos introduce de lleno en su sufrimiento, se describe en lo más profundo de su dolor y nos dice que está continuamente bañado en lágrimas, que llora y que suspira sin cesar pero que no se anima a decírselo a su amada.

Llora. Qué interesante que un hombre del siglo XV acepte que sufre y que llora. Y es un excelente caballero, valiente, que se murió en plena batalla y sin embargo llora. No es menos hombre por llorar, no es menos hombre por mostrar su sensibilidad, ni muchos menos por confesar que está triste y desesperado por causa del amor. Un amor que es ideal porque es caballeresco, porque nunca será correspondido, porque su destino es amar sin que lo amen, padecer sin que lo consuelen, sufrir sin la  esperanza de obtener nunca jamás el tan ansiado premio: el cariño de la dama.

que viéndome do estoy y lo que he andado
por el camino estrecho de seguiros,
si me quiero tornar para huiros,
desmayo viendo atrás lo que he dejado;

Este segundo cuarteto entra más profundo en el dolor de la voz enunciadora y reconoce que no puede hacer otra cosa en la vida sino amar a su doncella. Ella ha marcado el camino que él sigue, un camino difícil, estrecho, lleno de escollos que no lo llevan a ningún lado. El camino es la metáfora del estado amoroso, el que ha elegido y del que no puede volver, ni huir porque ha renunciado a todo por ella, si vuelve, si desanda este camino simplemente no hay nada.

si a subir pruebo en la difícil cumbre,
a cada paso espántame en la vida
ejemplos tristes de los que han caído.

Entramos en el primer terceto, vamos ganando en intensidad y en profundidad. Obtener  el amor de la mujer es cada vez más difícil, el camino es más empinado, intentar conquistarla es lo mismo que llegar a la cumbre, pero como en el mismo caso de escalar una montaña, muchos son los que lo intentan y pocos los que lo consiguen. El emisor poético entiende que es muy difícil alcanzarla, obtenerla, poseerla y en el fondo no lo quiere. Disfruta de ese estado de sufrimiento, de ese galanteo, de ese limbo amoroso en el que se encuentra. Ella no lo aceptará y él lo sabe. Pero peleará para ganarla, luchará por su amor como en el campo de batalla, se batirá contra el desamor como lo hicieron “los otros que han caído” a su lado. Su premio, entonces, es el olvido. Lo prefiere a la consumación del amor. POrque en el momento en que obtenga su preciado galardón, la lucha dejará de tener sentido, la junta se habrá terminado, la lanza habrá traspasado su destino, el escudo se habrá partido, la lóriga del amor estará manchada de la sangre virginal de la amada, por lo tanto, la vida perdería su sabor y  su esencia de caballero no tendría razón de ser.

Y sobre todo, fáltame la lumbre
de la esperanza con que andar solía
por la oscura región de vuestro olvido.

TErmina con el terceto que repetí en mi cabeza sin cesar. Sufre porque ella no lo ama, sabe que el camino es difícil y que está atrapado en él, todo lo que lo rodea es triste y espantoso pero lo más horrible de todo es que ya ni siquiera le queda la esperanza que era una luz que lo guiaba en su hazaña. Sin esperanza, ya no queda nada. SIn esperanza, está varado en la “oscura región de vuestro olvido”. Cómo me gusta ese verso final. CUántas veces he  andado por la oscura región del olvido de alguien y cuántas han andado por la oscura región de mi olvido. Esa región es la que me llena de preguntas: dónde está? cómo se sale de ella? cómo se llega? hasta cuándo permanecemos en ella? nos acostumbramos a esa oscuridad y no queremos abandonarla aunque estemos contino en lágrimas bañados? Estoy ahora mismo en esa oscura región y es cierto que no se ve nada, y es cierto que se muere la esperanza, y es cierto también, Don Garcilaso, que es preferible mil veces sangrar la herida de ese amor que no haber amado nunca.