Me gustan las uvas. Son redondas y suaves. Algunas, regalan
un sabor dulce que se vuelve seda en el paladar: esas producen una sensación de
placidez en el alma. Otras, son contundentes, de sabor intenso, voluminoso,
esférico; al morder esos granos estalla en la boca un juego de contradicciones
que movilizan cada zona de la razón y del corazón. Las mejores, sin duda, son
las maduras que esconden algún secreto, algún enigma en su sabor complejo,
arcano, inconfundible.
Anoche, 24 de octubre de 2022, en el Teatro Coliseo de
Buenos Aires, todas esas frutas, todos esos racimos jugosos estuvieron
disponibles encarnados en la voz, la personalidad, la presencia de tres
mujeres: la dulce Silvia Pérez Cruz, la contundente María Gadú y la arcana y
sagrada Liliana Herrero.
El teatro se transformó en un inmenso lagar en el que los
granos de la música caían de a uno, de a dos, entremezclados, superpuestos, escurridos…
Cientos de almas la prensaban y se transformaban en un vino hecho de lágrimas,
emoción, belleza que embriagaba al espíritu y lo volvía lúcido a la vez.
Territorios recorridos a través de las notas musicales, del
desgarro por lo perdido, de la esperanza por lo que se sabe llegará.
Lorca, Atahualpa, Fito, Caetano, Milton…. Recorrieron también
el lagar y brindaron con una sonrisa bebiendo de un amargo cáliz arrebatador
como una tormenta.
Anoche, el territorio fue un territorio recreado, inventado,
utópico de “eutopía” (el buen lugar). No existe; pero, cómo me gustaría que
existiese, no se encontrará en esta tierra pero... ¡Cómo me gustaría que existiese!; sobre todo si el perfume del vino lo empapara y el sabor de las uvas-mujeres que
tuve el grandísimo honor de escuchar anoche, lo gobernasen. ¡Salud!