Escribo con las palabras entre los dientes como un cuchillo, como un puñal. A veces se mancha con la sangre del corazón de los vocablos cuando quiero comérmelos.
Las palabras me inundan de significados, innumerables, tan diferentes a la vez, tan intensos que se vuelven cubistas, tanto que Picasso sonreiría de envidia -o de vergüenza ajena-.
Las palabras se me agolpan en el cerebro y me duelen en el estómago, se me escapan por los ojos y por la vagina.
Vivo en una lluvia de palabras.
Muero en un silencio de sentido.
No soy una mujer, soy un significante cuyo significado se escapa, se escurre, se diluye...
Soy una mujer-palabra, un enigma sin faltas de ortografía.
jueves, 10 de mayo de 2018
lunes, 12 de marzo de 2018
Ojos como platos
Hay unos ojos que me persiguen.
Unos ojos oscuros y de hombre, claro.
Apenas me levanto están allí,
flotando sobre la escalera, esperando para seguir mis pasos. Son ojos incesantes, ojos que no menguan.
Están colgados de unas cejas negras, maravillosas. Por ellas les perdonaría su
existencia –pero aún no lo decidí-. Son cejas como signos de admiración, como
subrayado doble, como times New Roman 12.
Esos ojos tienen la capacidad de
leer mis pensamientos; así que me cuido
de pensar en algo directamente cuando están cerca con esa actitud calma que dan
ganas de acariciarlos y entregarles un hueso. Para que no me desnuden de
palabras y abstracciones pienso indirectamente. Abro niveles diferentes, mezclo
reflexiones con inventos, hechos verdaderos. Por nada del mundo quiero que esos
ojos se enteren de mis secretos.
A veces los pierdo de vista un
rato. Sobre todo cuando manejo. En esos momentos estoy pendiente de otros
autos, de otras personas o de las ruedas de los camiones. Son hipnóticas esas
ruedas. Los pierdo de vista pero imprevisiblemente en algún semáforo se posan
delicadamente sobre mi hombro derecho y yo les hago un guiño a través del
espejito. Las cejas se alzan y es como si bailaran. Me hacen reír.
Imagino que debe ser fácil hacerlos
felices pero no se dejan. Son ojos con orgullo, casi soberbia diría yo.
Las paradojas entre nosotros se
suceden día a día: a veces no quieren mirarme. Sé que desean que yo fuera otra
y me miran de soslayo con una mueca de rabia. Pero ellos aparecen ahí, yo no
los llamo. Tal vez parte de una auto-tortura sea seguir a quien no quieren. No
me molestan, no voy a aplastarlos con una revista o algo así. Ojos que no
quieren mirar y mujer mirada que extrañaría que no la miren aunque no quiera
ser mirada.
Me causan ternura. Sé que
preferirían que no me diera cuenta de su rechazo pero son tan transparentes
pendiendo de esas cejas tupidas, inefables.
La otra tarde pensé que los había
perdido. No estaban en su posición habitual: a tres metros de mí en diagonal y
a un metro con setenta y cinco del suelo. Desaparecieron. Respiré aliviada.
Podía pensar. Luego entré en pánico. ¿Qué iba a ser de esos pobres ojos tan
mansos abandonados a su suerte? Los busqué por todos lados hasta que los vi,
escondidos, detrás de uno de los libros de la biblioteca. Se estaban haciendo
los graciosos.
No, señoritos, no pueden andar
por ahí perdiéndose, no. Desde ese día los llevo en la cartera no vaya a ser
que se queden atrapados en algún lado y ¿qué le digo a su dueño, después?
sábado, 10 de febrero de 2018
Rally y Lisandro: los tejedores de música
La noche es calurosa. La gente camina por San Bernardo, provincia de Buenos Aires, ciudad de playa, en una especie de estado de beatitud, todos se perdonan, se dejan pasar, sonríen... Es el "efecto vacaciones", pienso. La peatonal es un modelo de buenos modales, de rostros colorados por el sol, de niños con helados y adolescentes a la caza.
La fila del Teatro Luz y Fuerza es relativamente corta o medianamente larga. Me angustia un poco que muchos no sean capaces de darse cuenta lo que va a ocurrir a las 9 y 30 de la noche del 9 de febrero de 2018 cuando canten Rally Barrionuevo y Lisandro Aristimuño. Tal vez no les avisaron, tal vez no sepan que se va a producir una especie de eclipse de la música.
El teatro es agradable, la gente está contenta, flota una neblina de humo en el ambiente. Todos hablan bajito, algunos se abrazan; la expectativa se siente en el murmullo de la sala que se va completando lentamente como si fuéramos a presenciar un ritual ancestral.
Y así, de pronto, con una sencillez asombrosa aparecen los artistas en el escenario: dos cajas, una vidala, dos corazones, dos gargantas, dos vasos de vino, muchas guitarras y comienza el rito.
Pensé en una balanza en equilibrio, en dos fuerzas opuestas que se equiparan, en dos complejidades que se vuelven simples. Pensé en que la belleza está al alcance de la mano, en una peatonal de una ciudad balnearia.
Una pareja bailó, una mujer danzó sola y los aplausos llenaban el espacio como el sonido de las hojas de otoño cuando se pisan.
Las voces de los artistas -dos hormigas tejedoras- se superponían, subían, bajaban, alternaban sus colores como si estuviesen tejiendo una manta inmensa con las que nos cubrían a todos.
Nos fuimos eclipsados por dos inmensos planetas que orbitaban en torno a una estrella mayor: la música y el arte. Todos, creo, fuimos felices y salimos a la peatonal con la beatitud dibujada en el rostro.
martes, 6 de febrero de 2018
Murió Liliana Bodoc, murieron los búhos.
Hoy murió, seisdefebrerodedosmildieciocho, Liliana Bodoc. El día no puede seguir como si nada, la gente no puede sonreír en la calle y ver la vida como si nada hubiese pasado. SEÑORES, SE MURIÓ LILIANA BODOC. Los confines se quedaron sin voz, América se quedó sin la autora de la saga de literatura épica más importante de todos los tiempos. Ay, ay... se murió Liliana Bodoc.
Y leo la noticia y no puedo dejar de pensar en Nakín, la mujer del clan de los Búhos y que conocía todas las historias. ¿Quién nos hablará de la destrenzada? ¿Quién será el primero en escuchar la llegada de la lluvia? ¿Quién dirigirá el baile de los señores del sol? Mi tristeza es profunda. La Literatura argentina debe ponerse de duelo, deben cubrirse las palabras de negro y los signos de puntuación deben llorar a mares, deben inclinarse las mayúsculas y gritar con desconsuelo los párrafos. Es muy triste y no puedo hacer otra cosa que llorar.
Llorar por las historias que no alcanzó a contarnos, llorar por las palabras que no pudieron nacer de su pluma, llorar por las emociones que no podremos sentir porque no está ella para conmovernos.
Gracias, Liliana Bodoc, gracias para siempre por La Saga de los Confines, por Oficio de Búhos, por Tunghur, por Piukemán, por la Muerte y su hijo, por Cucub... Gracias por el amor hacia las palabras, gracias por volver nuestra tierra americana en un paraíso de paisajes, imágenes y palabras.
Señores, hoy se murió Liliana Bodoc y mi corazón es un barco perdido en un mar de tristeza.
domingo, 21 de enero de 2018
Formarnos para formar a otros
La formación en los docentes no debería estar en discusión. ¿Verdad? ¿VERDAD? Pues eso no pasa. La formación de los docentes, creo, está en crisis. Como nuestro sistema educativo, como los valores escolares como los roles dentro del ámbito de la educación.
Docentes que no terminaron su formación o que se formaron hace tanto tiempo, sin volver a tomar un apunte nunca van socavando la calidad de la educación y, lo que me entristece más, la visión que se tiene de todos los docentes en general.
Nadie puede dar lo que no tiene. Nadie puede preparar buenas clases si no tiene con qué, o se olvidó. Nadie puede acceder a un mundo tecnológicamente cambiante si no sabe encender una computadora.
La realidad es que estar frente a una clase se ha convertido en una suerte del destino: se titularizaron horas en algún momento, se tomaron horas porque no había otros y ya el resto no interesa. Amo la profesión docente y respeto profundamente a los docentes. Sin embargo también soy espectadora de una realidad que no me gusta. Los docentes deben estar preparados, actualizados; deben leer permanentemente y ampliar su visión del mundo desde todas las perspectivas posibles: inteligencia emocional, coaching interpersonal -si fuese necesario., conexión con otros docentes, organización de proyectos interdisciplinarios que les dé la posibilidad de trabajar con otros en otros ámbitos...
Y los que tengan que volver a los profesorados, pues... adelante. La docencia es un trabajo de amor y de respeto. Respeto por uno mismo y por el otro. Nuestros estudiantes merecen los mejores docentes que pueda existir porque ellos suelen ser los mejores estudiantes que podamos tener.
Docentes que no terminaron su formación o que se formaron hace tanto tiempo, sin volver a tomar un apunte nunca van socavando la calidad de la educación y, lo que me entristece más, la visión que se tiene de todos los docentes en general.
Nadie puede dar lo que no tiene. Nadie puede preparar buenas clases si no tiene con qué, o se olvidó. Nadie puede acceder a un mundo tecnológicamente cambiante si no sabe encender una computadora.
La realidad es que estar frente a una clase se ha convertido en una suerte del destino: se titularizaron horas en algún momento, se tomaron horas porque no había otros y ya el resto no interesa. Amo la profesión docente y respeto profundamente a los docentes. Sin embargo también soy espectadora de una realidad que no me gusta. Los docentes deben estar preparados, actualizados; deben leer permanentemente y ampliar su visión del mundo desde todas las perspectivas posibles: inteligencia emocional, coaching interpersonal -si fuese necesario., conexión con otros docentes, organización de proyectos interdisciplinarios que les dé la posibilidad de trabajar con otros en otros ámbitos...
Y los que tengan que volver a los profesorados, pues... adelante. La docencia es un trabajo de amor y de respeto. Respeto por uno mismo y por el otro. Nuestros estudiantes merecen los mejores docentes que pueda existir porque ellos suelen ser los mejores estudiantes que podamos tener.
viernes, 19 de enero de 2018
Otra vuelta de tuerca o cuando el estudiante no "encaja"
¿Encajar o no encajar? Los docentes tienen múltiples tareas que cumplir en un centro escolar. Muchas y disímiles. Pero como estamos formando personas y no coca-colas es necesario cumplir con esas tareas.
Somo padres subrogantes. Muchas veces, el único saludo que recibe el estudiante es el nuestro, el único límite, el único reto y el único elogio. Los docentes podemos hacer eso muy bien: levantar o destruir la autoestima de los estudiantes.
Somos detectives. Deducimos rápidaEmente lo que pasa en el salón y si miramos con detenimiento (los que quieren mirar, claro) hasta vemos lo que pasa en las vidas de cada uno.
Somos coaches. Esa es la tarea que más me gusta. Si pensamos que seguimos siendo fuente de todo saber, debo aclarar (aclararme) que estamos equivocados. Somos facilitadores de saberes, desarrolladores de habilidades, potenciadores de seres humanos. Ya no somos los dueños de la palabra. ¡Gracias por eso!
Hasta aquí todo bonito. Pero... ¿Qué pasa cuando algún estudiante no encaja? Muchas veces brindamos las herramientas para que el desarrollo del estudiante y sin embargo no hay manera de llegarle, o no es igual a los demás o piensa y siente distinto. La escuela tradicional los anula, la escuela actual los censura hasta que se terminan yendo "a otra escuela que esté más en sintonía con sus necesidades". Eso es cínico y peligroso. Sencillamente dejamos a la oveja perdida y nos quedamos con las 99. Es más fácil y más rápido de digerir entre docentes. "No se adaptaba", "mejor que se vaya a otro lado con gente que lo entienda".
La noticia, señores, es que en otro lado tampoco lo van a entender. Va a ser una tuerca sin tornillo, siempre. Rodando, siempre y no encajando en ningún lado. Estamos tan acostumbrados a los alumnos-tuerca que empernan perfectamente en los bulones que dejamos para ellos, todos iguales, todos idénticos que el diferente nos asusta. La excusa es fácil: el sistema no nos permite ocuparnos de uno en particular. Y yo agrego... y la falta de ganas. ¿Es tan difícil tratar de entender al que no encaja, tratar de encastrar a la "tuerca rebelde"? ¿No estaremos poniendo el bulón equivocado? ¿Es tan difícil pensar que desde la institución educativa se podría hacer algo más que darle el pase a otro colegio.
No sé... tal vez sea momento de empezar a estudiar todas las variedades de tuercas que aparezcan en el mercado.
jueves, 18 de enero de 2018
Amén
Hasta ahora nos vimos dos veces
en la vida. Las dos veces tuvimos sexo. Hablamos en algunas ocasiones más pero sin ojos y sin sonidos: hablamos desde
los signos combinados que conforman las grafías del idioma español.
Asépticamente. Sin gestos, sin tonos, sin olor.
Estoy tratando de sentirme
culpable, de sentirme sucia pero no lo consigo. Me revolqué dos veces con un
tipo al que vi dos veces. Dos de dos; buen timming después de todo. Sin embargo
una voz antigua me susurra que eso no está bien que las señoras decentes tejen o rezan.
Todavía no termino el pulóver naranja que iba a estrenar el invierno pasado y después
del Dios te Salve, María, ya me entretengo con la belleza del lenguaje, o con
la metáfora o el ritmo del rezo y se acabaron allí mis ambiciones piadosas.
Intenté por unas horas sentirme
culpable pero haberme entregado sin prejuicios, sin pretensiones de la misma
manera en que el río se vacía y funde
sus aguas con el mar fue exquisito. He escuchado tantas cosas sobre el amor y
sobre el no amor que la letra escarlata que debería llevar adherida a mi pecho
sería un adorno en lugar de un escarnio.
Soy una vagina, palabra muy poco
poética, hasta huele a alcohol cuando la escribo, pero en latín significa
“estuche”, Cuando conocí su etimología comencé sentir simpatía por ella. Un
estuche como el de las chauchas o las guitarras. Los estuches protegen, cuidan,
resguardan, ocultan secretos, esconden preciosidades. Eso fui, entonces, -no me
llega la culpabilidad, aún- y he guardado en mi vientre, con primorosa ternura
a las 7 maravillas del mundo.
Cuando soy estuche o inmensidad me complace sentarme debajo de los fuegos
artificiales del deseo que siento
inminente hasta convertirme en uno de ellos y el deseo se transforma en acción.
Me vuelvo pólvora y me quemo, ardo, estallo e ilumino mi
cielo particular. Es un espectáculo infinito que me tiene a mí como única espectadora. En esos
momentos, mi universo es mi cuerpo que se vuelve una galaxia completa.
Ya no creo que vuelva a verlo,
seguramente por el beso frío y rasante como el ala de una mariposa nocturna con
que me rozó la mejilla al despedirnos. Después de todo sabemos que las
mariposas nocturnas son enormes y
jeroglíficas pero están condenadas a
morir igual que los fuegos artificiales que brillan una única vez en las noches
de verano.
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