Hasta ahora nos vimos dos veces
en la vida. Las dos veces tuvimos sexo. Hablamos en algunas ocasiones más pero sin ojos y sin sonidos: hablamos desde
los signos combinados que conforman las grafías del idioma español.
Asépticamente. Sin gestos, sin tonos, sin olor.
Estoy tratando de sentirme
culpable, de sentirme sucia pero no lo consigo. Me revolqué dos veces con un
tipo al que vi dos veces. Dos de dos; buen timming después de todo. Sin embargo
una voz antigua me susurra que eso no está bien que las señoras decentes tejen o rezan.
Todavía no termino el pulóver naranja que iba a estrenar el invierno pasado y después
del Dios te Salve, María, ya me entretengo con la belleza del lenguaje, o con
la metáfora o el ritmo del rezo y se acabaron allí mis ambiciones piadosas.
Intenté por unas horas sentirme
culpable pero haberme entregado sin prejuicios, sin pretensiones de la misma
manera en que el río se vacía y funde
sus aguas con el mar fue exquisito. He escuchado tantas cosas sobre el amor y
sobre el no amor que la letra escarlata que debería llevar adherida a mi pecho
sería un adorno en lugar de un escarnio.
Soy una vagina, palabra muy poco
poética, hasta huele a alcohol cuando la escribo, pero en latín significa
“estuche”, Cuando conocí su etimología comencé sentir simpatía por ella. Un
estuche como el de las chauchas o las guitarras. Los estuches protegen, cuidan,
resguardan, ocultan secretos, esconden preciosidades. Eso fui, entonces, -no me
llega la culpabilidad, aún- y he guardado en mi vientre, con primorosa ternura
a las 7 maravillas del mundo.
Cuando soy estuche o inmensidad me complace sentarme debajo de los fuegos
artificiales del deseo que siento
inminente hasta convertirme en uno de ellos y el deseo se transforma en acción.
Me vuelvo pólvora y me quemo, ardo, estallo e ilumino mi
cielo particular. Es un espectáculo infinito que me tiene a mí como única espectadora. En esos
momentos, mi universo es mi cuerpo que se vuelve una galaxia completa.
Ya no creo que vuelva a verlo,
seguramente por el beso frío y rasante como el ala de una mariposa nocturna con
que me rozó la mejilla al despedirnos. Después de todo sabemos que las
mariposas nocturnas son enormes y
jeroglíficas pero están condenadas a
morir igual que los fuegos artificiales que brillan una única vez en las noches
de verano.