miércoles, 20 de julio de 2011

Si el sentido se fuera a la tierra de nadie.

Pienso. Reposo. Vivo. Soy parte de un mundo fantástico hecho de luz, sol, música y de palabras. Todas las palabras del idioma,  del infinito viven dentro de mí. Me lleno de palabras [como diría Neruda] las disfruto, las repito, viven en mi circunferencia [Como diría Emily Dickinson] Palabras…Todas ellas forman mi pensamiento, son mi pensamiento, son lo que soy.

Esa infinita sucesión, eterna sucesión de sonidos con sentido y con forma, son mi esencia: crean la magia que habito, crean el mundo de belleza en el que me gusta quedarme adormecida, acariciada tibiamente por las redondeces de las letras y detenida, ingrávida, por los signos de puntuación. Palabras… Me gustan  las de furia, con sus sonidos vibrantes, con su tono lacerante, con su forma compacta de pararse ante la vida. Me gustan las que emocionan, las que se meten en mi corazón y lo habitan por días y días volviéndolo su escudo y su cuna. Me gustan las tristes, las que se leen entre lágrimas, con el sabor salobre de la derrota en los labios y el paladar. Me gustan todas porque en ellas me reconozco. Y el miedo, entonces, me aborda… ¿Y si se acabaran? ¿Si dejaran de darme de beber de su cántaro fresco? ¿Si perdieran el camino del sentido y se fueran, extraviadas, por un bosque mudo, por una autopista de silencios y de asfalto? ¿Qué sería de mí? Esa desesperada visión del mundo me trajo, entonces, a César Vallejo, con su dolorosa pobreza, con su atroz soledad, con su verbo afilado como cuchillos que abren las cicatrices del alma. Vallejo y su voz andina, vencida de fracasos,  escribió:

Y SI DESPUÉS DE TÁNTAS PALABRAS...

¡Y si después de tantas palabras,
no sobrevive la palabra!
¡Si después de las alas de los pájaros,
no sobrevive el pájaro parado!
¡Más valdría, en verdad,
que se lo coman todo y acabemos!

¡Haber nacido para vivir de nuestra muerte!
¡Levantarse del cielo hacia la tierra
por sus propios desastres
y espiar el momento de apagar con su sombra su tiniebla!

¡Más valdría, francamente,
que se lo coman todo y qué más da...!

¡Y si después de tanta historia, sucumbimos,
no ya de eternidad,
sino de esas cosas sencillas, como estar
en la casa o ponerse a cavilar!
¡Y si luego encontramos,
de buenas a primeras, que vivimos,
a juzgar por la altura de los astros,
por el peine y las manchas del pañuelo!
¡Más valdría, en verdad,
que se lo coman todo, desde luego!

Se dirá que tenemos
en uno de los ojos mucha pena
y también en el otro, mucha pena
y en los dos, cuando miran, mucha pena...
Entonces... ¡Claro!... Entonces... ¡ni palabra!

¿Por qué no sobreviviría la palabra? Porque la asesinamos día a día en un discurrir de vulgaridad y de ausencia. La palabra se muere de falta de metáfora, de falta de un poco de amor que la mantenga viva. Haber nacido para vivir nuestra muerte… Es que tal vez el sentido completo de la vida se alcance cuando cruzamos hacia donde las palabras ya no pueden seguirnos y se quedan aquí desvalidas, despojadas del corazón que recubrían, como cascaritas arrojadas a los pies de gigantes de barro… ¿Y si decidieran emigrar a otro universo en donde se las cuidara y se las mimara y se las reconociera? ¿Qué nos quedaría entonces? Quedaría una existencia huérfana, una realidad desvaída porque no tendríamos sinónimos para inundarla de color, para embellecerla y salvarla de la brutalidad cotidiana. Y, definitivamente, tendría en uno de mis ojos mucha pena y también en el otro, mucha pena y en mis dos ojos, cuando miraran, mucha pena y entonces, bueno, entonces silencio… y pena. 

jueves, 23 de junio de 2011

Sigo siendo la mitad de una frase.

Terminé de leer un libro hermoso. Tan hermoso como la luz dorada de una puesta de sol, tan hermoso como el aire limpio luego de un chaparrón vespertino, tan hermoso como la negra inmensidad de la noche.

Se llama UNA NOCHE SIN LUNA, de DAI SIJIE, escritor chino que escribe en francés. Durante los pocos días que me acompañó este libro a todos lados, fui volviendo a la belleza de los idiomas, de las palabras, de los significados. Fui metiéndome en un intrincado laberinto de poesía que me deslumbraba en cada página. El argumento es muy simple: la búsqueda de la mitad de un sutra budista extraviado,  escrito en tumchuq, una lengua muerta de un reino desaparecido y el triste destino de un padre y un hijo que buscan esa mitad perdida durante toda su vida compartiendo el mismo final.

Simple.

Tan simple que el desenlace  me dejó sin aliento  y una indescriptible oleada de belleza  me traspasó inundándome de luz. Llevándome a mil reflexiones diferentes, desencadenando en mí un juego de asociaciones delicadas como las mariposas cuyas alas están adornadas por una forma de pico de pájaro llamada tumchuq.

Y Así leí: Lo que viví en esa época me hizo mucho bien. ¿No existe en una vida más que un solo y único amor? ¡Todos nuestros amantes, del primero al último, incluido el más efímero, forman parte de ese amor único y cada uno no es más que un aspecto, una variante, una versión particular de él? Del mismo modo que en la literatura no hay más que una sola obra maestra, a la que los diferentes escritores […] dan una forma particular.

¿Es esto la vida? ¿Una homogénea interconexión de hechos y lugares? ¿Todos somos segmentos de un mismo tapiz, único, bordado ya por el destino? ¿Soy la misma siempre o soy diversas versiones de mi misma? o lo que es más complejo: ¿soy la misma siempre o soy diferentes versiones de mujeres que tienen un mismo destino?… ¿Qué soy entonces, quién soy? ¿Hasta dónde decido mi vida?  Así seguí pensando y experimentando una gama sutil de emociones que coexistieron en mí durante muchas horas. Quizá todos seamos la mitad de un sutra que forma parte de un todo inmenso, monumental, eterno que no podemos abarcar y que nos dejará siempre con esta parte incompleta de nosotros mismos esperando que alguien la finalice, la cure, la complete, la singularice y le devuelva su significado completo.

Aquí sigo mientras tanto con la mitad de las frases que me tocó en suerte. Quizá  la otra mitad que complete mi sentido aún está perdida o ni siquiera es consciente de que solo existirá a mi lado. Mientras tanto, me sigo sintiendo como ese barquito que según la novela: avanza, se pierde y sigue avanzando en un inmenso océano y yo agrego, que se denomina vida.

viernes, 17 de junio de 2011

La misma lluvia.

Hoy caminé bajo la lluvia. Fue como si el tiempo estuviera discurriendo en dos dimensiones: abajo de mi paraguas, mis auriculares, mi música -Lisandro Aristimuño- y mis pensamientos. Y en la otra dimensión, el mundo, la gente a la que no podía escuchar, que caminaba en otra dirección, en cámara lenta. La lluvia nos igualaba a todos con su capa de mercurio y yo trataba de ver en las caras alguna señal que me dijera: estás en casa.
Por supuesto que no estoy en casa, estoy a miles y miles de kilómetros de las sudestadas invernales que enloquecen las aguas del Río de la Plata, estoy a kilómetros y kilómetros de los charcos escondidos en el césped de una plaza de campo y que cuando se sienten, es demasiado tarde, el agua ya entró a los zapatos, a las medias y sube por la tela de los pantalones.
Qué lejos estoy de mi lluvia conocida, la que de desborda en pasión de truenos y relámpagos como en un orgasmo infinito de luces y de ruidos. Esa lluvia. Mi lluvia. Por eso tomo de mi memoria a Juan Gelman y lo pongo entre mis palabras, porque esta lluvia que él mira mientras piensa en su vecino y en la mujer de su vecino y en el amor que es una cosa pero escribirlo otra; esta lluvia de Gelman es también mi lluvia:

Lluvia

hoy llueve mucho, mucho,
y pareciera que están lavando el mundo
mi vecino de al lado mira la lluvia
y piensa escribir una carta de amor/
una carta a la mujer que vive con él
y le cocina y le lava la ropa y hace el amor con él
y se parece a su sombra/
mi vecino nunca le dice palabras de amor a la
mujer/
entra a la casa por la ventana y no por la puerta/
por una puerta se entra a muchos sitios/
al trabajo, al cuartel, a la cárcel,
a todos los edificios del mundo/ pero no al mundo/
ni a una mujer/ni al alma/
es decir/a ese cajón o nave o lluvia que llamamos así/
como hoy/que llueve mucho/
y me cuesta escribir la palabra amor/
porque el amor es una cosa y la palabra amor es otra cosa/
y sólo el alma sabe dónde las dos se encuentran/
y cuándo/y cómo/
pero el alma qué puede explicar/
por eso mi vecino tiene tormentas en la boca/
palabras que naufragan/
palabras que no saben que hay sol porque nacen y
mueren la misma noche en que amó/
y dejan cartas en el pensamiento que él nunca
escribirá/
como el silencio que hay entre dos rosas/
o como yo/que escribo palabras para volver
a mi vecino que mira la lluvia/
a la lluvia/
a mi corazón desterrado/

¿Qué agregaré a esta humedad que de pronto me empapó el alma? ¿Qué diré de las gotas que caen del poema directamente a mi corazón? ¿Qué diré de este chaparrón de sentimientos? si yo también tengo tormentas en la boca y el corazón desterrado...

jueves, 9 de junio de 2011

Flores y espinas.

Acomodando mi escritorio para salvarme del desorden que traga las ideas, encontré El Principito. Fantástico hallazgo en una tarde en que me sentía con demasiado corazón expuesto. Lo abrí en cualquier lado y leí la descripción que el pequeño príncipe hace de la rosa que tiene en su planeta:

Si alguien ama a una flor de la que ni existe más que un ejemplar entre los millones y millones de estrellas, es bastante para que sea feliz cuando mira  a las estrellas. Puede decir: “Mi  flor está allí, en alguna parte…” ¡Pero si el cordero se la come, para él es como si todas las estrellas se apagaran! (…) Aprendí bien pronto a conocer mejor a esta flor. Siempre había habido en el planeta del principito flores muy simples adornadas con una sola fila de pétalos que apenas ocupaban sitio y no molestaban a nadie. Aparecían entre la hierba una mañana y por la noche se extinguían. Pero aquella había germinado un día de una semilla llegada de quién sabe dónde, y el principito había vigilado cuidadosamente desde el primer día aquella ramita tan diferente de las que él conocía. Podía ser una nueva especie de baobab. Pero el arbusto cesó pronto de crecer y comenzó a echar su flor. El principito observó el crecimiento de un enorme capullo y tenía le convencimiento de que habría de salir de allí una aparición milagrosa; pero la flor no acababa de preparar su belleza al abrigo de su envoltura verde. Elegía con cuidado sus colores, se vestía lentamente y se ajustaba uno a uno sus pétalos. No quería salir ya ajada como las amapolas; quería aparecer en todo el esplendor de su belleza. ¡Ah, era muy coqueta aquella flor! Su misteriosa preparación duraba días y días. Hasta que una mañana, precisamente al salir el sol se mostró espléndida.
La flor, que había trabajado con tanta precisión, dijo bostezando:
-¡Ah, perdóname… apenas acabo de despertarme… estoy toda despeinada…!

El principito no pudo contener su admiración:
-¡Qué hermosa eres!
-¿Verdad? -respondió dulcemente la flor-. He nacido al mismo tiempo que el sol. El principito adivinó exactamente que ella no era muy modesta ciertamente, pero ¡era tan conmovedora!
-Me parece que ya es hora de desayunar - añadió la flor -; si tuvieras la bondad de pensar un poco en mí...
Y el principito, muy confuso, habiendo ido a buscar una regadera la roció abundantemente con agua fresca.
Y así, ella lo había atormentado con su vanidad un poco sombría. Un día, por ejemplo, hablando de sus cuatro espinas, dijo al principito:
-¡Ya pueden venir los tigres, con sus garras!
-No hay tigres en mi planeta -observó el principito- y, además, los tigres no comen hierba.
-Yo no soy una hierba -respondió dulcemente la flor.
-Perdóname...
-No temo a los tigres, pero tengo miedo a las corrientes de aire. ¿No tendrás un biombo?
"Miedo a las corrientes de aire no es una suerte para una planta -pensó el principito-. Esta flor es demasiado complicada…"

-Por la noche me cubrirás con un globo… hace mucho frío en tu tierra. No se está muy a gusto; allá de donde yo vengo…
La flor se interrumpió; había llegado allí en forma de semilla y no era posible que conociera otros mundos. Humillada por haberse dejado sorprender inventando una mentira tan ingenua, tosió dos o tres veces para atraerse la simpatía del principito.
-¿Y el biombo?
-Iba a buscarlo, pero como no dejabas de hablarme…
Insistió en su tos para darle al menos remordimientos.

De esta manera el principito, a pesar de la buena voluntad de su amor, había llegado a dudar de ella. Había tomado en serio palabras sin importancia y se sentía desgraciado.
"Yo no debía hacerle caso -me confesó un día el principito- nunca hay que hacer caso a las flores, basta con mirarlas y olerlas. Mi flor perfumaba el planeta, pero yo no sabía gozar con eso… Aquella historia de garra y tigres que tanto me molestó, hubiera debido enternecerme".

Y me contó todavía:
"¡No supe comprender nada entonces! Debí juzgarla por sus actos y no por sus palabras. ¡La flor perfumaba e iluminaba mi vida y jamás debí huir de allí! ¡No supe adivinar la ternura que ocultaban sus pobres astucias! ¡Son tan contradictorias las flores! Pero yo era demasiado joven para saber amarla".

No leí más. ¿Para qué? La simbología de ese fragmento me pareció tan evidente que me quede absorta en él largo tiempo. ¿Cómo no me di cuenta que hablaba sobre el proceso del enamoramiento? ¿Cómo no me di cuenta de que la flor representaba la esencia femenina por excelencia? ¿Cómo no descubrí antes que fue un amor doloroso y condenado a morir? Yo era demasiado joven para amarla, dice… yo también fui demasiado joven para amar y para ser amada, yo también temí salir despeinada y mi envanecí con mis cuatro espinas… yo también.

A pesar de la buena voluntad de su amor, había llegado a dudar de ella… el narrador omnisciente entiende lo que le pasa al principito, tal vez, por piedad no se lo dice, como mil veces no queremos decirnos a nosotros mismos que ya todo está terminado, sobre todo cuando nos tomamos en serio palabras sin importancia.

Vemos la imposibilidad del amor, la imposibilidad del entendimiento, el orgullo que ciega, la necedad que nos obliga a mantenernos en una postura que no queremos. La flor era una mujer con todas sus contradicciones, el principito demasiado joven y demasiado hombre como para entenderla. No pudo ser. Ella jugó con él, él no supo entender el juego; ella buscaba atención, él necesitaba ternura; ella esperaba elogios, el quería complacerla. Él quería poseerla, ella no deseaba ser poseída…

Al final se separaron, se aceptaron, se entendieron pero ya era demasiado tarde. Como siempre. En definitiva, ni los príncipes se salvan de las angustias del amor.

miércoles, 25 de mayo de 2011

Oh, Silencio, Silencio [al decir de Alfonsina]

Prefiero el silencio ante los gritos persistentes de la realidad atronadora

Prefiero el silencio a escuchar las quejas de los que perdieron a luz y la decencia hace rato

Prefiero el silencio ante tanta palabra maldita, ante tanta mala fe, ante tanta suciedad de espíritu.

Prefiero el silencio a mi propia voz oscurecida por la derrota.

Prefiero el silencio, sí, pero también tus besos.

sábado, 30 de abril de 2011

Tener o no tener.

¿Qué cosas poseemos en la vida? ¿Un objeto? ¿Una lágrima? ¿Un recuerdo? Vivimos en tiempos en que es necesario, imperioso, importante, fundamental poseer bienes que consuelen todo tipo de carencias y de soledades.

Tener o no tener. Poseer o no poseer. Ser dueño o no. Esas son las cuestiones. Mientras pensaba en lo que tengo y lo que no, apareció Benedetti en mi pensamiento:

Porque te tengo y no
porque te pienso
porque la noche está de ojos abiertos
porque la noche pasa y digo amor
porque has venido a recoger tu imagen
y eres mejor que todas tus imágenes
porque eres linda desde el pie hasta el alma
porque eres buena desde el alma a mí
porque te escondes dulce en el orgullo
pequeña y dulce
corazón coraza
porque eres mía
porque no eres mía
porque te miro y muero
y peor que muero
si no te miro amor
si no te miro
porque tú siempre existes dondequiera
pero existes mejor donde te quiero
porque tu boca es sangre
y tienes frío
tengo que amarte amor
tengo que amarte
aunque esta herida duela como dos
aunque te busque y no te encuentre
y aunque
la noche pase y yo te tenga
y no.

 

Soy una experta en pérdidas, eso lo he escrito muchas palabras y algunas lágrimas menos, más abajo; así que sé muy bien lo que es no tener. Tal vez el no tener me hizo libre. La libertad de no poseer ni ser poseída. Libertad pagada con tristeza, acuñada con angustias, construida con desplantes. Pobre de esta libertad mía.

Para hacer justicia al poema, no sólo aparece la idea de la pérdida, sino de la dualidad del amor, de la inseguridad del enamoramiento, de no saber si se tiene al otro o no. Pérdida, dualidades, ambigüedades… Podría inclinarme a pensar que esta es la esencia de la vida pero no me voy  a ocupar de eso ahora porque tengo frío y la noche pasa y te tengo y no…

viernes, 8 de abril de 2011

El día que Wilde descubrió a Wilde.

“De sobra sabías lo que para mí significaba mi arte: el medio glorioso por el cual yo me había manifestado, primero a mí mismo y después al mundo. La gran pasión de mi vida, el amor junto al cual todas las otras manifestaciones del amor eran como agua cenagosa junto al vino escarlata o como un gusano de luz en el pantano junto al mágico reflejo de la luna”. Me hubiera encantado ser la autora de este párrafo, bueno… sí y no, me hubiera encantado tener esa maestría para escribir pero definitivamente no las circunstancias y el dolor que llevó a Oscar Wilde a escribirlo. Estuve releyendo De Profundis, la carta que le escribe Wilde a Bossie desde la prisión para liberar su alma de tanta angustia. No leí de corrido, fui saltando a los subrayados que dejé en mi primera lectura hace ya varios años. Fui desgajándome en angustia línea a línea mientras seguía el razonamiento atroz de un hombre que lo había perdido todo: su hogar, sus hijos, su fortuna, su libertad, su dignidad, su arte pero, que sin embargo dice: He de conservar hoy el amor en mi corazón; ¿cómo podré si no soportar el día?

Atrás había quedado la gloria de ser el centro de las fiestas, el ingenio, los juegos de palabras, las caminatas por Londres vestido a  la última moda, los comentarios hirientes, los manjares exquisitos traídos especialmente para él desde distintos lugares de Europa, el brillo social, el reconocimiento como escritor y dramaturgo. Todo había terminado, se había ido. Un golpe del destino y un amor cegador lo llevó a la ruina.

Ese es el Wilde que más me gusta, no por vencido pero sí por humano.  Buscó toda su vida la veta del artista, como los buscadores de oro buscan con desesperación la veta que los sacará de la miseria para siempre y, creo, que la encontró cuando pudo experimentar, desde mi perspectiva, la angustia en lo más profundo de su ser, como una herida abierta, supurante  de pus, dolor y arte.

Era un artista pero creo que no entendió su propio arte  hasta  que no fue el gusano en el pantano o el agua cenagosa junto al rojo vino color rubí. Yo creo que ahí cobró magnitud el artista y sin escribir una sola obra más, resignificó toda su obra anterior. El príncipe feliz no es el mismo antes de su prisión que después aunque no le haya modificado una sola letra, un solo punto, una sola palabra. Lo que creo [y que me perdone Foucault] es que ese autor torturado que aceptó su derrota y su humillación desplegó su grandeza de artista al volverse un personaje autocreado que esperaba la libertad. Recién en ese momento pudo comprender el dolor que sentía el príncipe al ver a otros sufrir, recién cuando él experimentó el dolor en su propia carne  pudo entender el dolor de ficción que había creado, como un demiurgo, años atrás. Entendió. Recién ahí terminó de comprender el dolor de Basil, de Sybil, de Jim Vane. Recién ahí ese dolor que imaginó se volvió realidad, adquirió cuerpo, le enterró las garras en la piel.

Toda su obra cambió cuando Wilde descubrió a Wilde, cuando Wilde comprendió a Wilde, cuando  la realidad lo puso de rodillas y sólo el amor que conservaba lo salvó de la locura. Salvataje efímero porque el alcohol, algún tiempo después, luego de que los dioses satisficieran su sed de dolor, le tuvo piedad y terminó con su sufrimiento.

Fue por eso, creo, que escribió: “Los dioses son caprichosos. No sólo nos imponen el castigo de nuestros vicios sino que nos pierden, utilizando lo que en nosotros hay de bueno, noble, tierno y humano.”  y no, Wilde, contra los dioses, no se puede…