viernes, 3 de mayo de 2019

Fatum



Los ojos de la novia bailan al compás de las luces del día. Sonríe y las campanas resuenan en sus oídos y en todos los oídos de los que la miran. Es imposible no sentirlo si la novia es un trozo de nube esperando ser lluvia.
Se aclaró el cabello y pareciera que toda la felicidad del mundo cabe en su sonrisa. Una sonrisa expectante, una sonrisa de pájaro de siete colores.
Su voz es diferente un ligero temblor la envuelve y los silencios se acortan para sustituirse con el nombre del otro, el causante. Escuchar a la novia es percibir  un arroyo en deshielo: lleva los secretos milenarios del tiempo en que estuvo congelado pero no lo sabe, es un transportador de arcanos mayores y menores. Ella susurra esos secretos al hablar distraídamente de su trabajo, de la oficina, del café que se terminó y tendrá que salir a comprar.
La novia no camina: se desliza unos milímetros por sobre el suelo y su sombra proyecta flores.
Yo miro a la novia intensamente, imposible no mirarla. Se volvió ondina, se volvió ninfa que canta en idiomas antiguos a través de sus movimientos.
Yo escucho a la novia y las palabras se deshacen y se vuelven a hacer en mis oídos con nuevos timbres.
Yo vislumbro en la novia una semilla de eternidad y deseo con toda mi alma que la eternidad no dure un relámpago en la tormenta, no se vuelva un grito que se muere en la garganta. Deseo que esta vez sea cierto por ella, sobre todo por ella, fundamentalmente por ella; sí,  pero también por mí, por mi necesidad de creer que aún las hadas habitan  entre nosotros.

domingo, 28 de abril de 2019

Bacilando bajo la cara de la luna



Todo el mundo sabe que Buenos Aires es húmeda y que además, una noche húmeda en Buenos Aires, en otoño, luego de una lluvia finita de tres días, caminar por la calle es una experiencia pegajosa. Así estaba la noche del 27 de abril de 2019 cuando en el Teatro Ópera se presentaba Bacilos.
Primera vez en 20 años dijo Jorge Villamizar y justo fue en medio de la humedad porteña. El teatro estaba tímido, la gente se iba acomodando sin demasiado entusiasmo. Todo muy serio, muy tranquilo, demasiado Río de la Plata pensé.
Unos muchachos rosarinos tuvieron la difícil tarea de lograr que los espectadores se empezaran a mover. Difícil tarea. Una banda que se llama Indios de Acá y lo hicieron bien, rompieron el hielo, el glaciar, que el sopor húmedo de la sala transformaba en infierno por momentos.
Ante los primeros acordes de Pasos de Gigante la cosa se puso buena, un señor bailaba por aquí, unas chicas se movían por allá. El público comenzaba a aplaudir, a seguir el ritmo, a dejarse seducir por los tres bacilos que se metían en el cuerpo como una musical enfermedad.
Las canciones siguieron: Perderme contigo, Por hacerme el bueno, Tabaco y Chanel, Guerras Perdidas, Solo un minuto…. Y el ambiente se iba poniendo de fiesta y ya la gente se paraba y bailaba y cantaba y tarareaba si no la sabía. Y no querían que Bacilos se fuese: otra, una más, oh-oh-oh-oh-ohooooo, vuelvan… Y ellos volvían. Dos veces volvieron y cantaron hasta que se les acabaron las canciones y empezaron a repetir…
Qué les diré, por algún sortilegio musical embebido en aguardiente,  la humedad se volvió sonidos y hasta comencé a pensar que entraba un vientecito del Caribe por algún lado, una brisa que nos llevaba a caminar por la playa bajo la cara blanca de la luna.

martes, 5 de febrero de 2019

Adiós de luna

Hoy se muere una amiga mía. Agoniza. 5 de febrero de 2019. Un cuerpo que sufre, una vida que deja de ser. Mis pensamientos son una elegía. Una elegía constante desde que recibí la noticia.
No es su muerte ni inesperada ni única pero es una muerte cercana y eso, a los mortales nos aterra porque nos recuerda nuestra propia existencia.
En el Libro de Buen Amor aparece, tal vez, una de las primeras elegías en lengua castellana. "Muerte, maldita seas, te llevaste a la mi vieja" decía un arcipreste que se quedaba sin Urraca, su celestina.
Manrique algunos años después: "Cómo se pasa la vida, cómo se viene la muerte tan callando".
Quevedo, "en nacer vamos muriendo", su obra como reflexión constante ante la idea de la muerte...
Miguel Hernández: "siento más tu muerte que mi vida"...
Jaime Sabines: "No vuelve nadie, nada. No retorna el polvo de oro de la vida"...
Todos ellos, entendiendo el momento atroz de la no existencia nos regalan las palabras que no podemos ubicar en tanta tristeza.
La pena me embarga y como siempre, solo puedo escribir ante la angustia, ante lo inevitable. Somos de vida frágil y de malos amores. Somos de cuerpos débiles y de sueños extremos e inalcanzables. Somos de entendederas duras y corazón efímero.
Te vas ahora vos, quién sabe cuándo yo me vaya pero quiero volver a verte en tu luna de sueños, amiga mía, hermana de mi hermana.

martes, 29 de enero de 2019

Alfonsina, sentir más, leerla más y hablar menos

Estoy celosa. Leí un texto sobre la poetisa Alfonsina Storni en el que unas mujeres muy interesantes recreaban las últimas cuadras que la autora tuvo que haber recorrido antes de arrojarse al mar y suicidarse; hipotetizaban sobre lo que pensaría, sentiría, sufriría en ese camino sin retorno... Me puso celosa que se refirieran a Alfonsina, mi amiga, con tanta  seguridad.
Alfonsina es mi amiga porque comencé a leerla a los 10 años cuando en la escuela me tropecé con "Romance de la venganza" y un verso en especial me abrió la puerta de sus palabras: "mas no lo maté con armas, busqué una muerte peor: lo besé tan dulcemente que le partí el corazón". Con 10 años esa imagen me parecía dulce y terrible a la vez y posible, sobre todo posible. Me imaginaba a la heroína de largos cabellos besando al cazador y asesinándolo en venganza a los pájaros cazados por él.
Antes había leído "yo en el fondo del mar" y la idea de una mujer en un domo submarino, transparente, mirando a los peces y observando "las erizadas puntas del mar" me fascinó desde el mismo instante en que lo leí.
A los 12 encontré en la biblioteca del colegio Irremediablemente, un libro de poemas publicado en 1919 y lo amé. Lo leí muchísimas veces: en voz alta, en silencio, en el tren, antes de dormir, canté sus poemas... Memoricé la mayoría sin proponérmelo, por el mero hecho de leer. Lo devolví con un amargo sabor de boca.
A los 14 años me operaron de apendicitis y pedí un libro para leer durante la convalecencia. Me compraron una antología de Alfonsina de la editorial Losada. Me acompañó durante muchos años y esos poemas son mi adolescencia.
He leído muchos textos sobre ella, conozco su biografía, he visto cuando documental apareció, análisis literario y alguna obra teatral.
Tengo 46 años. Hace muchos que Alfonsina está en mi vida, la conozco, saboreé sus palabras, les puse sonido, distingo sus intenciones, su tono, palabras que solo ella usa: testa, plantas (para referirse a los pies), agostarse...
Se refirieron a ella como: indecente, empalagosa, poetisa de segunda, postmodernista, lesbiana y últimamente, feminista. Se quedan cortos, podrían decir de ella mil cosas más aunque sería ideal que la leyeran primero. Y ahí vienen mis celos.
Hablan de Alfonsina luego de haber leído "Tú me quieres blanca" o porque escucharon "Alfonsina y el mar". Todos son autoridades en ella ahora, todos quieren darle una voz, una popularidad que no tuvo pero que no se le puede brindar de la nada.
Puede ser que sea empalagosa, pero me gusta. Puede ser que sea llorona y dramática pero me gusta y puedo hablar de ella porque leí cada uno de sus poemas más de 100 veces y creo que me entendió.
Un poeta debe ponerse en la piel de los seres humanos, universalizar sus sentimientos para comprenderlos y luego subjetivizarlos en su poema y creo que eso es lo que hizo muy bien Alfonsina: su universalizó para conocerme, para entender lo que yo, mucho años después de su muerte, cuando naciera, sentiría y le puso palabras, imágenes, rima, sonido, belleza.
Mi adolescencia fue lo que fue también porque Alfonsina estaba en ella.
Así que me molesta, me da rabia, me pone celosa que hablen de quien creen conocer. Así que me encantaría poder decirles a los que se creen maestros en Alfonsina lo que tal vez ella les diría: Oh silencio, silencio...

lunes, 27 de agosto de 2018

Pedro Aznar y arte de tatuar el humo

Jaime Sabines, poeta mexicano escribe: " Los amorosos juegan a coger el agua, a tatuar el humo, a no irse." Ese verso se relaciona con lo imposible: ni los amorosos pueden amar, ni se puede agarrar el agua y mucho menos se puede tatuar el humo. Sin embargo esa fue la sensación que sentí anoche, domingo 26 de agosto de 2018, al entrar el Teatro Seminari (o antiguo Teatro Italia) de la ciudad de Escobar: sentí que se podía tatuar el humo.
La cita era Pedro Aznar que iba a darle vida a una caja de "Resonancias"; la excusa era el paso en el tiempo y la evolución de las canciones que fueron escritas hace algunos años atrás; le emoción era el denominador común.
La sala del teatro estaba -y estuvo durante todo el espectáculo- en penumbras. Una tenue nube de humo lo cubría todo y era como si otra dimensión se abriera en nuestra realidad cotidiana: los Beatles, Jorge Luis Borges, el folcklore argentino, alguna canción de Serú, la huella del Rock Nacional fueron los protagonistas del encuentro.
 La experimentación con otra tecnología y la superposición de voces que eran la misma voz de Aznar en una sucesión hermosa y que parecía un laberinto infinito no dejaron de asombrar a la sala silenciosa, espectadora de alguna clase de magia hipnotizante que provenía de un hombre solo en el escenario envuelto en humo y embrujando con un bajo.
Y ahí, apareció la magia: la música hecha una con el humo, la voz dibujando formas en la inmaterial capa blanca que todo lo cubría; la belleza tatuando el humo.


"Los amorosos juegan a coger el agua, a tatuar el humo" Sabines lo expresó por imposible; Aznar lo convirtió en realidad.

viernes, 27 de julio de 2018

Miente, miente que solo la muerte quedará.

Un problema del hombre es reconocer dónde está la verdad. No hay verdad en muchos de los hechos cotidianos, en muchas de las historias que nos cuentan, en muchas de las palabras de los hombres. Sin embargo hay una verdad incuestionable: la muerte.
Podemos desconocer una gran cantidad de cosas pero nunca desconocemos el hecho de que vamos a morir.
Como muere la tarde.
Como mueren los pájaros.
Como muere todo lo que amamos.
El desconocimiento del momento es lo que nos insufla cierta esperanza. Es una tortura infinita conocer el instante final; preferimos ignorarlo con la idea de que no está. Pero está. La muerte nos acecha. Cuando ronda cerca nos congela el corazón por los hijos que se quedan sin madre, por los hermanos que se quedan sin hermanos, por la vida que deja de latir.
La muerte prematura es difícil de entender y por eso escribo sobre ella. Aunque la poesía es capaz de hablar de ella de una manera más auténtica, más intensa. Vuelvo a Macedonio Fernández para expresar:


 LA MUERTE NO ES LA NADA

La Muerte no es la Nada, sino que nada es.
El Nacer no es la Vida, sino que nada es.
Equivócase, por terrenal, el Corazón si te llora
pues en nuestra mente estás, y estuviste antes de sernos visto
En nuestra mente todo lo que eres, está
pues nunca estuviste sino en nuestra mente
y nuestra mente es la única que jamás existió.
Amarte, pues, debemos, pues que vives
y no Dolerte, pues no cabe perderte.

Según Macedonio no podemos morir porque tanto la muerte como la vida no son nada. Sin embargo, estamos aferrados a la vida desde el corazón terrenal pero nuestra menta es tan eterna como la vida y como la muerte y tan inexistente como ellas también. Por lo tanto la vida es eterna dentro de la mente y el dolor es innecesario porque si la vida no existe y tampoco la muerte el dolor no es más que un espejismo.

Me siento tentada a pensar así, me gusta la lírica idea de una muerte que no es tal. Pero es y está y llega.
De entre todas las mentiras humanas, la Literatura es la más bella; de entre todas las verdades humanas, la Muerte es la más absoluta.

jueves, 10 de mayo de 2018

Mujer-palabra

Escribo con las palabras entre los dientes como un cuchillo, como un puñal. A veces se mancha con la sangre del corazón de los vocablos cuando quiero comérmelos.
Las palabras me inundan de significados, innumerables, tan diferentes a la vez, tan intensos que se vuelven cubistas, tanto que Picasso sonreiría de envidia -o de vergüenza ajena-.
Las palabras se me agolpan en el cerebro y me duelen en el estómago, se me escapan por los ojos y por la vagina.
Vivo en una lluvia de palabras.
Muero en un silencio de sentido.
No soy una mujer, soy un significante cuyo significado se escapa, se escurre, se diluye...
Soy una mujer-palabra, un enigma sin faltas de ortografía.