lunes, 27 de agosto de 2018

Pedro Aznar y arte de tatuar el humo

Jaime Sabines, poeta mexicano escribe: " Los amorosos juegan a coger el agua, a tatuar el humo, a no irse." Ese verso se relaciona con lo imposible: ni los amorosos pueden amar, ni se puede agarrar el agua y mucho menos se puede tatuar el humo. Sin embargo esa fue la sensación que sentí anoche, domingo 26 de agosto de 2018, al entrar el Teatro Seminari (o antiguo Teatro Italia) de la ciudad de Escobar: sentí que se podía tatuar el humo.
La cita era Pedro Aznar que iba a darle vida a una caja de "Resonancias"; la excusa era el paso en el tiempo y la evolución de las canciones que fueron escritas hace algunos años atrás; le emoción era el denominador común.
La sala del teatro estaba -y estuvo durante todo el espectáculo- en penumbras. Una tenue nube de humo lo cubría todo y era como si otra dimensión se abriera en nuestra realidad cotidiana: los Beatles, Jorge Luis Borges, el folcklore argentino, alguna canción de Serú, la huella del Rock Nacional fueron los protagonistas del encuentro.
 La experimentación con otra tecnología y la superposición de voces que eran la misma voz de Aznar en una sucesión hermosa y que parecía un laberinto infinito no dejaron de asombrar a la sala silenciosa, espectadora de alguna clase de magia hipnotizante que provenía de un hombre solo en el escenario envuelto en humo y embrujando con un bajo.
Y ahí, apareció la magia: la música hecha una con el humo, la voz dibujando formas en la inmaterial capa blanca que todo lo cubría; la belleza tatuando el humo.


"Los amorosos juegan a coger el agua, a tatuar el humo" Sabines lo expresó por imposible; Aznar lo convirtió en realidad.

viernes, 27 de julio de 2018

Miente, miente que solo la muerte quedará.

Un problema del hombre es reconocer dónde está la verdad. No hay verdad en muchos de los hechos cotidianos, en muchas de las historias que nos cuentan, en muchas de las palabras de los hombres. Sin embargo hay una verdad incuestionable: la muerte.
Podemos desconocer una gran cantidad de cosas pero nunca desconocemos el hecho de que vamos a morir.
Como muere la tarde.
Como mueren los pájaros.
Como muere todo lo que amamos.
El desconocimiento del momento es lo que nos insufla cierta esperanza. Es una tortura infinita conocer el instante final; preferimos ignorarlo con la idea de que no está. Pero está. La muerte nos acecha. Cuando ronda cerca nos congela el corazón por los hijos que se quedan sin madre, por los hermanos que se quedan sin hermanos, por la vida que deja de latir.
La muerte prematura es difícil de entender y por eso escribo sobre ella. Aunque la poesía es capaz de hablar de ella de una manera más auténtica, más intensa. Vuelvo a Macedonio Fernández para expresar:


 LA MUERTE NO ES LA NADA

La Muerte no es la Nada, sino que nada es.
El Nacer no es la Vida, sino que nada es.
Equivócase, por terrenal, el Corazón si te llora
pues en nuestra mente estás, y estuviste antes de sernos visto
En nuestra mente todo lo que eres, está
pues nunca estuviste sino en nuestra mente
y nuestra mente es la única que jamás existió.
Amarte, pues, debemos, pues que vives
y no Dolerte, pues no cabe perderte.

Según Macedonio no podemos morir porque tanto la muerte como la vida no son nada. Sin embargo, estamos aferrados a la vida desde el corazón terrenal pero nuestra menta es tan eterna como la vida y como la muerte y tan inexistente como ellas también. Por lo tanto la vida es eterna dentro de la mente y el dolor es innecesario porque si la vida no existe y tampoco la muerte el dolor no es más que un espejismo.

Me siento tentada a pensar así, me gusta la lírica idea de una muerte que no es tal. Pero es y está y llega.
De entre todas las mentiras humanas, la Literatura es la más bella; de entre todas las verdades humanas, la Muerte es la más absoluta.

jueves, 10 de mayo de 2018

Mujer-palabra

Escribo con las palabras entre los dientes como un cuchillo, como un puñal. A veces se mancha con la sangre del corazón de los vocablos cuando quiero comérmelos.
Las palabras me inundan de significados, innumerables, tan diferentes a la vez, tan intensos que se vuelven cubistas, tanto que Picasso sonreiría de envidia -o de vergüenza ajena-.
Las palabras se me agolpan en el cerebro y me duelen en el estómago, se me escapan por los ojos y por la vagina.
Vivo en una lluvia de palabras.
Muero en un silencio de sentido.
No soy una mujer, soy un significante cuyo significado se escapa, se escurre, se diluye...
Soy una mujer-palabra, un enigma sin faltas de ortografía.

lunes, 12 de marzo de 2018

Ojos como platos



Hay unos ojos que me persiguen. Unos ojos oscuros y de hombre, claro.

Apenas me levanto están allí, flotando sobre la escalera, esperando para seguir mis pasos.  Son ojos incesantes, ojos que no menguan.
Están colgados  de unas cejas negras,  maravillosas. Por ellas les perdonaría su existencia –pero aún no lo decidí-. Son cejas como signos de admiración, como subrayado doble, como times New Roman 12.
Esos ojos tienen la capacidad de leer mis  pensamientos; así que me cuido de pensar en algo directamente cuando están cerca con esa actitud calma que dan ganas de acariciarlos y entregarles un hueso. Para que no me desnuden de palabras y abstracciones pienso indirectamente. Abro niveles diferentes, mezclo reflexiones con inventos, hechos verdaderos. Por nada del mundo quiero que esos ojos se enteren de mis secretos.
A veces los pierdo de vista un rato. Sobre todo cuando manejo. En esos momentos estoy pendiente de otros autos, de otras personas o de las ruedas de los camiones. Son hipnóticas esas ruedas. Los pierdo de vista pero imprevisiblemente en algún semáforo se posan delicadamente sobre mi hombro derecho y yo les hago un guiño a través del espejito. Las cejas se alzan y es como si bailaran. Me hacen reír.
Imagino que debe ser fácil hacerlos felices pero no se dejan. Son ojos con orgullo, casi soberbia diría yo.
Las paradojas entre nosotros se suceden día a día: a veces no quieren mirarme. Sé que desean que yo fuera otra y me miran de soslayo con una mueca de rabia. Pero ellos aparecen ahí, yo no los llamo. Tal vez parte de una auto-tortura sea seguir a quien no quieren. No me molestan, no voy a aplastarlos con una revista o algo así. Ojos que no quieren mirar y mujer mirada que extrañaría que no la miren aunque no quiera ser mirada.
Me causan ternura. Sé que preferirían que no me diera cuenta de su rechazo pero son tan transparentes pendiendo de esas cejas tupidas, inefables.
La otra tarde pensé que los había perdido. No estaban en su posición habitual: a tres metros de mí en diagonal y a un metro con setenta y cinco del suelo. Desaparecieron. Respiré aliviada. Podía pensar. Luego entré en pánico. ¿Qué iba a ser de esos pobres ojos tan mansos abandonados a su suerte? Los busqué por todos lados hasta que los vi, escondidos, detrás de uno de los libros de la biblioteca. Se estaban haciendo los graciosos.
No, señoritos, no pueden andar por ahí perdiéndose, no. Desde ese día los llevo en la cartera no vaya a ser que se queden atrapados en algún lado y ¿qué le digo a su dueño, después?

sábado, 10 de febrero de 2018

Rally y Lisandro: los tejedores de música

La noche es calurosa. La gente camina por San Bernardo, provincia de Buenos Aires, ciudad de playa, en una especie de estado de beatitud, todos se perdonan, se dejan pasar, sonríen... Es el "efecto vacaciones", pienso. La peatonal es un modelo de buenos modales, de rostros colorados por el sol, de niños con helados y adolescentes a la caza.
La fila del Teatro Luz y Fuerza es relativamente corta o medianamente larga. Me angustia un poco que muchos no sean capaces de darse cuenta lo que va a ocurrir a las 9 y 30 de la noche del 9 de febrero de 2018 cuando canten Rally Barrionuevo y Lisandro Aristimuño. Tal vez no les avisaron, tal vez no sepan que se va a producir una especie de eclipse de la música.
El teatro es agradable, la gente está contenta, flota una neblina de humo en el ambiente. Todos hablan bajito, algunos se abrazan; la expectativa se siente en el murmullo de la sala que se va completando lentamente como si fuéramos a presenciar un ritual ancestral.
Y así, de pronto, con una sencillez asombrosa aparecen los artistas en el escenario: dos cajas, una vidala, dos corazones, dos gargantas, dos vasos de vino, muchas guitarras y comienza el rito.
Pensé en una balanza en equilibrio, en dos fuerzas opuestas que se equiparan, en dos complejidades que se vuelven simples. Pensé en que la belleza está al alcance de la mano, en una peatonal de una ciudad balnearia.
Una pareja bailó, una mujer danzó sola y los aplausos llenaban el espacio como el sonido de las hojas de otoño cuando se pisan. 
Las voces de los artistas -dos hormigas tejedoras- se superponían, subían, bajaban, alternaban sus colores como si estuviesen tejiendo una manta inmensa con las que nos cubrían a todos.
Nos fuimos eclipsados por dos inmensos planetas que orbitaban en torno a una estrella mayor: la música y el arte. Todos, creo, fuimos felices y salimos a la peatonal con la beatitud dibujada en el rostro.

martes, 6 de febrero de 2018

Murió Liliana Bodoc, murieron los búhos.

Hoy murió, seisdefebrerodedosmildieciocho, Liliana Bodoc. El día no puede seguir como si nada, la gente no puede sonreír en la calle y ver la vida como si nada hubiese pasado. SEÑORES, SE MURIÓ LILIANA BODOC. Los confines se quedaron sin voz, América se quedó sin la autora de la saga de literatura épica más importante de todos los tiempos. Ay, ay... se murió Liliana Bodoc.

Y leo la noticia y no puedo dejar de pensar en Nakín, la mujer del clan de los Búhos y que conocía todas las historias. ¿Quién nos hablará de la destrenzada? ¿Quién será el primero en escuchar la llegada de la lluvia? ¿Quién dirigirá el baile de los señores del sol? Mi tristeza es profunda. La Literatura argentina debe ponerse de duelo, deben cubrirse las palabras de negro y los signos de puntuación deben llorar a mares, deben inclinarse las mayúsculas y gritar con desconsuelo los párrafos. Es muy triste y no puedo hacer otra cosa que llorar.

Llorar por las historias que no alcanzó a contarnos, llorar por las palabras que no pudieron nacer de su pluma, llorar por las emociones que no podremos sentir porque no está ella para conmovernos.

Gracias, Liliana Bodoc, gracias para siempre por La Saga de los Confines, por Oficio de Búhos, por Tunghur, por Piukemán, por la Muerte y su hijo, por Cucub... Gracias por el amor hacia las palabras, gracias por volver nuestra tierra americana en un paraíso de paisajes, imágenes y palabras.

Señores, hoy se murió Liliana Bodoc y mi corazón es un barco perdido en un mar de tristeza.

domingo, 21 de enero de 2018

Formarnos para formar a otros

La formación en los docentes no debería estar en discusión. ¿Verdad? ¿VERDAD? Pues eso no pasa. La formación de los docentes, creo, está en crisis. Como nuestro sistema educativo, como los valores escolares como los roles dentro del ámbito de la educación.

Docentes que no terminaron su formación o que se formaron hace tanto tiempo, sin volver a tomar un apunte nunca van socavando la calidad de la educación y, lo que me entristece más, la visión que se tiene de todos los docentes en general.

Nadie puede dar lo que no tiene. Nadie puede preparar buenas clases si no tiene con qué, o se olvidó. Nadie puede acceder a un mundo tecnológicamente cambiante si no sabe encender una computadora.

La realidad es que estar frente a una clase se ha convertido en una suerte del destino: se titularizaron horas en algún momento, se tomaron horas porque no había otros y ya el resto no interesa. Amo la profesión docente y respeto profundamente a los docentes. Sin embargo también soy espectadora de una realidad que no me gusta. Los docentes deben estar preparados, actualizados; deben leer permanentemente y ampliar su visión del mundo desde todas las perspectivas posibles: inteligencia emocional, coaching interpersonal -si fuese necesario., conexión con otros docentes, organización de proyectos interdisciplinarios que les dé la posibilidad de trabajar con otros en otros ámbitos...

Y los que tengan que volver a los profesorados, pues... adelante. La docencia es un trabajo de amor y de respeto. Respeto por uno mismo y por el otro. Nuestros estudiantes merecen los mejores docentes que pueda existir porque ellos suelen ser los mejores estudiantes que podamos tener.