lunes, 28 de febrero de 2022

El loco, la camisa y el camaleón

 La verdad es un camaleón que se camufla según su conveniencia. Y en ese disfraz muchos pasan su vida sin poder descubrirla porque siempre cambia de color o de forma casi como un caleidoscopio. ¿Quién puede develar el disfraz? ¿Quién puede arrancarle la careta a la verdad cuando quieren ocultarla? ¿Quién descamaleona al camaleón de la verdad?

Tal vez el único que tiene el valor para hacerlo es quien no le teme, el que la mira sin filtros a los ojos y descubre  una realidad dolorosa que entrega para que otros la observen. Esa magia ocurre en "El loco y la camisa", obra que está en cartel en el íntimo teatro El Picadero de la ciudad de Buenos Aires. Desde hace 14 temporadas que la obra se desliza como un cuchillo afilado en las emociones de los espectadores y hace daño y cura a la vez porque  es imposible que, como espectador, no se vea su propia vida reflejada en el escenario.

Los actores son exquisitos, el texto es impecable y la verdad aparece y desaparece, se transforma hasta que decide salir brutalmente a la luz y ya nada puede ocultarla.

Es imperativo ver esta obra. Es necesario para el alma ir y enfrentarse a la verdad porque ¿Cuántas veces podemos ver a un camaleón, la verdad,  cambiando ante nuestros ojos hasta quedar desnudo tal cual es?





Silencio pandémico

 Con la pandemia golpeando rabiosa a la puerta, el silencio se volvió su aliada. No sé por qué me dejé ganar por él pero así fue. Es momento de volver a escribir, de volver a conectarme con las palabras, con la Literatura, con los espectáculos. Vuelvo, como siempre.

sábado, 25 de enero de 2020

Lorca, Dalí, Minguet, el mar y la eternidad

Hay un teatro. Hay un teatro pequeño. Hay un teatro pequeño en Boedo. Hay un teatro pequeño en Boedo en donde el mar, pintado y repintado pasó a dejar su saludo de dientes de espuma y labios de cielo. Hay un teatro que fue el escenario perfecto para recordar a Federico, el de la palabra redonda y perfecta, el de la música nacida con forma de alas. Sí, Federico García Lorca.
Anoche, 24 de enero de 2020, los poemas y las cartas de Lorca junto con las de Salvador Dalí tomaron vida de la mano de Joel Minguet con dirección de Guillermo Ghío.
Yo estaba ahí. Entre la pequeñita multitud que respiraba al unísono, que palpitaba a la vez. 
Todas las estrellas brillaron entre las palabras, los pasos cansados de la tristeza que chorreaba por lo muebles; Cadaqués, Granada, Madrid y la muerte, siempre la muerte como presencia final irreductible y definitiva colmaron la sala hasta lo imposible porque toda ella estaba henchida de emociones incitadas por un actor venido de lejos con las zetas cantarinas de su voz.
La luz tenue, la intimidad, el susurro de la palabra que se atesora como un doble regalo: el que nos hizo Federico al escribirlas y el que nos hizo Joel al pronunciarlas serán un recuerdo lleno de sonidos que me acompañarán mucho tiempo.
La poesía conmueve, desnuda, expone. Eso paso anoche de la mano de un catalán que jugaba con un andaluz.
La luz cegadora del mar, el sosiego dulce del atardecer, los grillos acribillantes de la noche, la espera, se dieron lugar en un pequeño teatro en donde el infinito y la eternidad se detuvieron a escuchar poemas, a rumiar versos, a conjurar rimas, a abrir el alma. Ser capaz de concertar tantas imágenes es un milagro que agradezco a la música, a la palabra, a un actor que llegó de lejos y a Federico.

viernes, 20 de diciembre de 2019

El titiritero eterno

Ciudad de Buenos Aires.
Niceto Club.
19 de diciembre de 2019.
21 horas.
Fito. Fito. Fito. Fito. Fito. Fito. Fito. Fito. Fito. Fito. Fito. Fito. Fito. Fito. Fito... Es lo que las gargantas gritan y aparece él. Fito Páez con el traje amarillo de titiritero, con las marionetas hechas de música, con las manos dispuestas para que vuelen por los teclados.
La locura se desata ante el "psicolélica star de la mística de los pobres" y los saltos ya no se pueden detener. Todo vibra. Todo suena. Y el titiritero expone sus marionetas una a una; suenan las guitarras, revienta la batería, las voces acompañan y todo va creciendo hasta el clímax cuando saca su marioneta mejor: antigua, sabia, dolorosa y empieza un "en esta puta ciudad todo se incendia y se va, matan a pobres corazones". Pero el titiritero miente aquí, en su fantástica mentira eterna de la belleza de las artes;

miente porque esa música no mata pobres corazones, sino que los revive. Renacen al escucharlo.
Brillante sobre el Mic, Dar es dar, El diablo de tu corazón, Mariposa teknicolor, entre otras.
Noche de canciones-marionetas que cobraron vida, noche de titiritero de trajes coloridos, de oyentes eufóricos, de recuerdos transformados en melodías, de retornos y de eternidades.
Y la música siguió hasta que todo volvió a quedar en silencio. El titiritero tomó su valija de música y salió dejando al escenario más triste y más solo de lo que estuvo antes de que él llegara.



viernes, 20 de septiembre de 2019

Huracanes de chocolate

¿Cómo se puede domar al huracán? ¿Cómo se puede encerrar al relámpago, acallar al trueno? Aunque parezca imposible anoche pude asistir a lo imposible. Sería tal vez porque era 19 del 9 del 19 o porque la voz de Celeste Carballo andaba suelta, arrasando a la ciudad de Buenos Aires.
El teatro ND Ateneo bramó con el furor de las guitarras que en un vendabal de acordes demostraban cómo debe sonar una banda de rock de verdad.
No faltó nada en este Chocolate Inglés, disco remasterizado, que nos fue regalado en un acto de generosidad enternecedor, y vuelto a presentar. Pero además: Me vuelvo cada día más loca, Querido Coronel Pringles, Sabemos que vuelvo pronto y más y más y más... Una canción tras otra, tras otra, tras otra como la tempestad descargando agua en un furor de guitarras, bajo, percusión.
Nada faltó: las nuevas generaciones, Flor Otero y Vale Acevedo para Una canción diferente y ya el rugido fue imparable. 
Y en un punto, pensé en el poeta José María Heredia: "El huracán y yo estamos solos". En un punto solo fuimos la música y yo mientras se desataba la cadente tormenta de sonido a mi alrededor.
Nadie puede domar al huracán o encerrar el relámpago o acallar el trueno eso lo aprendí de la voz de un torrente de rock llamado Celeste.

lunes, 16 de septiembre de 2019

Una espectadora de curiosos incidentes que ocurren a medianoche.

Soy una espectadora. Me gusta serlo porque considero que la vida es un escenario. El viernes 13 de septiembre de 2019 fui a ver El curioso incidente del perro a medianoche en el teatro Maipo de la ciudad de Buenos Aires.
Fue una experiencia "torbellinesca": un torbellino de sentimientos en los que pasé por el asombro, la tristeza, el amor, la alegría, la impotencia, la ternura. Todas las emociones estuvieron presentes en el escenario y entre los ojos humedecidos de algunos de los espectadores que alcancé a ver en el descanso de 10 minutos.
No es habitual ver tal despliegue técnico en una sincronización perfecta con los actores. Fue exquisito. Exquisito e inolvidable.
El teatro nos abre puertas hacia el exterior y hacia el interior de nuestra alma: eso fue lo que sentí... Que mi pecho era una puerta vaivén que se abría en las dos direcciones: hacia el infinito y hacia mi corazón.
El texto era interesante pero los actores lo transformaron en un parlamento vivo, dinámico, fluido. La forma en que cada frase era pronunciada entraba directamente al cuerpo y al cerebro; razonamientos lógicos, razonamientos no tan lógicos, frases humorísticas o evocadoras se agolpaban en mí para encontrar un lugar En el cual alojarse.
El entrenamiento físico de los actores me transportaba a un lugar en cámara lenta por momentos o vertiginoso en otros. Imagino el desgaste que noche a noche sufren esos cuerpos que comunican con todo: gestos, lugar en el espacio, miradas, movimientos, giros. Una danza entre los actores y los que estábamos ocultos detrás de la cuarta pared sosteniendo el aliento y en absoluto silencio ante tanta belleza.
Todo lo que vi fue una experiencia artística, todo lo que escuché, todo lo que sentí.
Salí del teatro el viernes pensando en la obra; ahora es lunes por la noche y continúo pensando en ella. Vuelven a mi memoria segmentos, matices, ideas, colores, luces...
Es curioso que esto suceda. Esta obra no fue un incidente más en mi vida porque, aunque comenzaba con un perro muerto, esa casi medianoche, al salir del teatro, me llevé el recuerdo de que la belleza también puede hablar de tolerancia, de comprensión, de perdón y de ternura. No puedo decir más, al fin y al cabo yo soy una simple espectadora.







viernes, 21 de junio de 2019

Análisis de La dama del perrito de Chejov


Escribí este comentario para el curso "Tres teorías fundamentales del cuento" que dictó el profesor Walter Romero. Lo comparto.
La dama del perrito es un relato sutil, enternecedor. El uso de los materiales narrativos por parte del escritor es exquisito y me permito, antes de leer los otros textos, los de crítica, hacer mi propio análisis del personaje femenino para luego, comparar impresiones con los que saben de verdad.
Me gusta mucho que desde la tercera palabra nos introduzca en el mundo de la ficción. No es una mujer, el narrador decide que dentro del relato que nos cuenta, sea un personaje: “Un nuevo personaje había aparecido en la localidad”. Sin embargo, esta situación va a cambiar. A medida que transcurre la narración se va transformando, corporizando y este: “nuevo personaje”, “una señora con un perrito”, “la señora de la boina”, “Ella”, “Ana Sereyegvna” se va configurando. Es a partir de la página dos que pierde su categoría de personaje para el narrador y se va transformando en un “cuello esbelto y delicado” y en “unos encantadores ojos grises”. Da la impresión de que el narrador la está pintando con pinceladas imprecisas a partir del uso de la sinécdoque.
Dichas descripciones imprecisas, subjetivas, desde la focalización interna del personaje, dan un viraje llamativo cuando el narrador hace foco en la transformación del personaje: “su rostro languideció, y lentamente se le soltó el pelo; (qué manera tan delicada y sutil de referirse al encuentro amoroso, carnal, sensual) en esta actitud de abatimiento y meditación se asemejaba a un grabado antiguo: la mujer pecadora.” Mujer que peca, mujer de carne y hueso, mujer que se entrega no es una pintura ni un personaje: es una mujer completa –corpórea- que trasciende el relato para ser pensada en tres dimensiones.
Luego de la entrega vuelve a cambiar y se transforma en pura y buena: “Había en ella la pureza de la mujer sencilla y buena que ha visto poco de la vida” (Y “saboreable” como una sandía, la que se acaba de comer Dmitri en un arrebato erótico mientras esperaba la decisión de la amada)
Luego del arrebato amoroso, se refuerza la idea de mujer (menos ficticia y más cotidiana) que responde desde su identidad: “-Hay gotas de rocío sobre la hierba-dijo Ana Sergeyevna después de un silencio.”
Perdido de amor, Dmitri la reconoce “hermosa, fascinadora” mientras ella se resiste a ser vista así; por un lado, no cree ser merecedora del amor del seductor pero, por otro, tal vez, juega un inocente juego de manipulación para escuchar lo que quiere escuchar: “Mientras tanto decía que no la respetaba bastante, que no la amaba lo más mínimo, y que seguramente pensaría de ella como de una mujer cualquiera.”
Ya separados, el recuerdo de la mujer viene desde la evocación, la idealización de la amada: “…más tierna de lo que en realidad era, imaginándosela aún más hermosa de lo que estaba en Yalta”
Los celos y el desasosiego del amante, ya en S., transforman a Ana otra vez en la distante, dual y desconocida “ señora del perro” del inicio: “-¡Al diablo la señora del perro!”
Antes de que culmine el relato aparecen algunos cambios más: la pálida infiel “Ana Sergeyevna se puso intensamente pálida, lo miró otra vez horrorizada casi, y estrujó el abanico…” que habla en susurros y promete continuar con el idilio en Moscú a pesar de que el marido “le creía y no le creía” (qué maravillosa descripción del carácter del hombre engañado, esbozada apenas pero tan reveladora)
A través de la reflexión sobre las dos vidas de Dmitri también se hace referencia a las dos vidas de Ana. A la Ana dual que aparece desde el inicio: universalizada “una mujer” e individualizada a la vez: la de la boina blanca, la del perrito; la triste, triste, tristísima. Dos dualidades que se encuentran y que tendrán un final feliz (o no) en el momento en que se reconozcan.