viernes, 28 de enero de 2011

¿Dónde está la luna?

Anoche, dentro de las horas de mi insomnio, estaba pensando sobre qué iba a escribir. Empecé varios textos que descarté, al final, incluso abandoné a Lorca y los Sonetos del amor oscuro para que se deshicieran en la papelera de reciclaje y me dormí.

Hoy seguía sintiendo la necesidad de escribir. La imperiosa necesidad de escribir y de pronto, me escuché tarareando una canción de María Elena Walsh. Una canción para niños que mi hijita de 3 años canta todo el tiempo… “yo lo escucho: Juan Poquito canta mucho” en ritmo de baguala. Un ritmo conocido para mí, para los niños argentinos pero Enna Lucía es ecuatoriana y pequeña, pequeña como una motita de algodón. Sin embargo, solita, descubrió la magia que María Elena Walsh despierta en la niñez.

Me recuerdo cantando, camino a casa del jardín a la edad de 3 o 4 años:

Osías el Osito en mameluco
paseaba por la calle Chacabuco
mirando las vidrieras de reojo
sin alcancía pero con antojo.
Por fin se decidió y en un bazar
todo esto y mucho más quiso comprar.
Quiero tiempo pero tiempo no apurado,
tiempo de jugar que es el mejor.
Por favor, me lo da suelto y no enjaulado
adentro de un despertador.
Quiero un río con catorce pececitos
y un jardín sin guardia y sin ladrón.
También quiero para cuando esté solito
un poco de conversación.
Quiero cuentos, historietas y novelas
pero no las que andan a botón.
Yo las quiero de la mano de una abuela
que me las lea en camisón.
Quiero todo lo que guardan los espejos
y una flor adentro de un raviol
y también una galera con conejos
y una pelota que haga gol.

Me imaginaba a ese oso que pedía imposibles  vestido de color naranja en un bazar infinito (al estilo de Borges), porque quería “todo lo que guardan los espejos”-

. Fue ahí y no antes ni después, cuando empecé a sentir este amor infinito por la palabra, por las letras, por los libros. Fue ahí cuando comencé a buscar la luna, lo que ella representa para los poetas, para los lectores. Aún no la encuentro, aún no la entiendo. Sólo la miro. La luna y las letras son lo mismo.

Cuando pasó el tiempo y fui tía,  cantaba con mis sobrinas las mismas canciones, que las sedujeron por igual. Éramos expertas en “pez de platino fino, finoooooo; ven a dormir en mi gorro marinooooo”, en “adivinador, adivina, adivina, adivinadooooor”. Canciones que cantábamos a todo pulmón a todo momento. Ya estábamos metidas de lleno en una realidad diferente, en la que jugábamos, imaginábamos cangrejos feos, tortugas paseanderas, monos que querían adiestrar a las naranjas, vacas que estudiaban en Humahuaca… Era nuestro mundo construido de palabras, en el que nos sentíamos cómodas admirando a  la mona Jacinta y cuidando que no se nos cayera la nariz dentro de una taza. Para eso es la literatura, nada más; para disfrutar de otra realidad, para jugar, para conocer otros mundos, para gozar de las metáforas y de la belleza, para establecer puentes, para gozar de las palabras.

Pienso en esto, mientras en mis oídos suena el eco de a voz de mi pequeña que canta:

Duermo en el aljibe con mi
camisón apolillado don dolon dolon
duermo en el aljibe con mi camisón
no son las polillas
son 10000 estrellas que se asoman
don dolon dolon
por entre los pliegues de mi camisón
cuando sale el sol
tengo que meterme en el aljibe
don dolon dolon
duermo en el aljibe con mi camisón
cuando yo aparezco
todos duermen y la araña teje
don dolon dolon
salgo del aljibe con mi camisón
a ver si adivinan
a ver si adivinan
quién es esta don dolon dolon

que esta en el aljibe con su camisón.

Y es ahí, cuando con mi Pedacito de Cielo y rulos, hablamos de aljibes y de lunas y de estrellas. Es entonces cuando siento que María Elena Walsh hizo mucho más que escribir poesía para niños, cuentos y teatro. Es entonces cuando descubro que su gran obra fue la de unir generaciones, la de introducirnos en el mundo de las letras, de los juegos de palabras, de la belleza, de las historias. Nos abrió la puerta para ir a leer/jugar.

María Elena Walsh falleció hace muy poquitos días, menos de 15 y pienso en ella como la guardiana de mi niñez y espero, como la compañera de la niñez de mi hija  que ya comenzó con su propia búsqueda de la luna.

domingo, 23 de enero de 2011

Macedonio y la muerte.

Macedonio… qué nombre para un escritor, poeta, abogado, linyera, filósofo, croto, crítico de la sociedad, un abandónico compulsivo de papeles y de obra, un iconoclasta literario (si se me permite el concepto).

Macedonio… leí por ahí que alguien lo definía muy académicamente diciendo que tenía un nombre poco común para un apellido común por demás: Macedonio Fernández. Estos días estuve leyéndolo y releyéndolo y tratando de entenderlo, claro, porque entenderlo no es fácil. A veces parece que la comprensión de sus ideas llega, que está ahí, al borde de las manos pero es mentira, Macedonio  no se deja atrapar, se escapa, se ME escapa y tengo que esforzarme en volver a él una y otra vez.

Vanguardista a ultranza, poco aplicado para escribir, cultor de la oralidad, homeless  por convicción. Respetado y admirado por Jorge Luis Borges, hacía filosofía y literatura o literatusofía… Inclinado a inventar palabras, inclinado a cambiarlas, buscador de la emoción por sobre la técnica. Macedonio… el que creía que el humor y la emoción salvaban a la Literatura… Macedonio, sin más.

Leí algunos textos de él esta semana y algunos poemas. De entre todos me quedé largo rato reflexionando en uno:

HAY UN MORIR

No me lleves a sombras de la muerte
Adonde se hará sombra mi vida,
Donde sólo se vive el haber sido.
No quiero el vivir del recuerdo.
Dame otros días como éstos de la vida.
Oh no tan pronto hagas
De mí un ausente
Y el ausente de mí.
¡Que no te lleves mi Hoy!
Quisiera estarme todavía en mí.

Hay un morir si de unos ojos
Se voltea la mirada de amor
Y queda sólo el mirar del vivir.
Es el mirar de sombras de la Muerte.
No es Muerte la libadora de mejillas,
Esto es Muerte. Olvido en ojos mirantes.

Qué extraña manera de definir la muerte. La muerte no es ese espacio definitivo y total que nos lleva al dejar de ser. La muerte para él, morir es ser olvidado, ignorado, no- visto, entrar en las sombras.

Comienza con un pedido No me lleves a sombras de la muerte Adonde se hará sombra mi vida, Donde sólo se vive el haber sido. En estos primeros versos, aparece un yo lírico sufriente y un claro tú, la amada o la desenamorada, pero en todo caso, es la causante de la agonía en la que se halla sumergido. Ese pedido tiene una justificación inmediata No quiero el vivir del recuerdo. Es una justificación teñida de dolor, el sufriente queda expuesto, casi como un niño caprichoso… no quiero el vivir del recuerdo. Le parece (y me parece) espantosa la idea tan solo de pensarlo: estar sin ella y con su presencia como un recuerdo persistente, lo que lo convertirá en un ser más solitario aún después de ella, más vulnerable, más pequeño; porque la tuvo y conoció el amor y la vida, la luz y la felicidad. Sin que ella lo mire, se transformará en sombra y adquirirá sus características: oscuridad, una figura de la realidad (muy Platón), una forma, una mancha, sin contornos definidos, que puede ser pisado, que se modifica y que desaparece con la luz directa.

Esa justificación dolorosa va ganando en intensidad y se vuelve súplica: Dame otros días como éstos de la vida. Oh no tan pronto hagas De mí un ausente Y el ausente de mí. Súplica pura… no hagas de mí un ausente, no tan pronto, no todavía, no aún…. Suplica. Déjame vivir porque vivir significa estar en tu presencia. Déjame ser completo porque ser es estar ante tus ojos. Ser, estar, existir eso es lo que suplica. Es extraño porque es una súplica moderada, con tintes filosóficos que terminan en un ¡Que no te lleves mi Hoy! Quisiera estarme todavía en mí. Interesante, porque dentro del dolor, de la angustia se detiene a reflexionar. El tempo del poema se detiene. Lo vemos al yo lírico detenido tal vez sentado pensando, quieto, deseando. Quisiera estarme todavía en mí, retrasar el tiempo de volverse nada, porque sabe que eso ocurrirá. Sabe que cuando ella deje de mirarlo, -no el proceso físico de mirar, claro está- sino el mirar desde el corazón, desde la singularización del ser amado, desde el momento en que dos seres se encuentran para verse sin necesidad de los ojos pero con la necesidad de los cuerpos y las manos. Cuando ese mirar no exista más, él tampoco.

Casi al final aparece la tesis y una definición:  Hay un morir si de unos ojos Se voltea la mirada de amor Y queda sólo el mirar del vivir. Es el mirar de sombras de la Muerte.
Si el mirar del amor desaparece, ese de las manos y los cuerpos y en su lugar la amada deja de singularizarlo, de destacarlo, de volverlo uno y único para transformarlo en uno más. Si lo ve, mecánicamente, como todos los demás lo ven; lo convierte en hombre, lo convierte en nada, lo asesina. Des-singularizarlo es entregarlo a las sombras de la muerte. Y entonces, ya casi resignado, moribundo termina exclamando para apoyar su tesis No es Muerte la libadora de mejillas, Esto es Muerte. Olvido en ojos mirantes. Los ojos siguen mirando, no dejan de mirar, continúan con su labor pero ya lo ven sin el filtro que lo volvía quien era: un ser amado. Ahora, sin sus ojos enamorados no es más que una oscura sombra de la muerte o de la vida sin ella que es igual que morir.

Macedonio… nacido en 1874, vanguardista sin ganas, revolucionario de las letras sin vocación, caudillo sin deseo de seguidores, filósofo de café, maestro de la realidad, incomprendido y olvidado. Macedonio el de la belleza y la emoción, el del nombre que sugiere flores y colores y poesías. Al que no entiendo del todo, el que me atrae, el que me sobrepasa, el que me emociona. Macedonio… qué nombre tan poético para un mundo en el que cada vez hay menos poesía.

jueves, 20 de enero de 2011

Vuelvo en el instante de la eternidad.

Volver a la escritura desde el silencio, desde la ciclotimia de la palabra escrita, desde la ausencia de mí. Volver…

Siempre se vuelve. La vida es un eterno retorno, la literatura es un eterno retorno a tópicos que se toman una y otra vez, a libros que se vuelven a leer bajo la luz de otras circunstancias. Volvemos siempre porque en realidad no nos vamos nunca.

Es parte de la esencia humana no permitirse la partida definitiva, los adioses totales. Permanecemos en la memoria de los otros, permanecemos en un texto escrito en alguna libreta olvidada, en un recuerdo fraccionado o reconstruido. Somos eternos. Mientras alguien nos recuerde somos eternos, mientras llevemos a alguien en el corazón somos eternos, mientras conozcamos el sentido del amor y de la muerte somos eternos.

Borges dice:

Entre el alba y la noche hay un abismo
de agonías, de luces, de cuidados;
el rostro que se mira en los gastados

espejos de la noche no es el mismo.
El hoy fugaz es tenue y es eterno;
otro Cielo no esperes, ni otro Infierno.”

Y yo aseguro que entre el alba y la noche hay una eternidad que dura un día. Una eternidad que nos permite la desolación o la gloria, que nos escupe en la cara o nos da una palmada en la espalda. Somos eternos en la fugacidad, en la profundidad del instante. Mi eternidad dura lo que el recuerdo de mí, lo que el momento, el segundo en que me descubro como humana y como diosa o como insignificante.

También creo que la eternidad de los segundos nos modifica, como dice Borges, el rostro que se mira en los gastados espejos de la noche no es el mismo. No soy la misma ni aún desde que empecé a escribir esto. Soy otra, que se metamorfoseó infinitamente desde que enunció: Volver desde el silencio… Soy otra que flotó por un momento en la inmensidad del pensamiento, en la profundidad de la abstracción y volvió más cansada y más triste a aceptar que su eternidad es una eternidad privada, llena de contradicciones.

Sigue Don Jorge Luis y dice. el hoy fugaz es tenue y es eterno y siento una profunda conmoción porque él me entiende. Dos adjetivos unidos por la conjunción aditiva dan como resultado la igualdad de los términos tenue y eterno para que ninguno de los dos pierda importancia.  Nuestra eternidad está hecha de la suma de eternidades, imperceptibles, tenues. Sólo nos queda el momento, el hoy: el de la copa de vino compartida; el del silencio de la noche que trae insomnio y a veces, paz; el de una sonrisa; el de una palabra susurrada o sugerida con los ojos.

Y para cerrar firmemente su sentencia, tal vez cruel: otro Cielo no esperes; ni otro Infierno. Otra vez la conjunción negativa esta vez, que reafirma los dos términos equivalentes: cielo e infierno. La nada. La eternidad no es una época de limbo interminable, de permanencia en un estado que no cambia. No hay nada después de todo eso. Nada. La eternidad no es más que esto que somos, que este momento en que escribo y me lees. La eternidad nos hace dioses porque somos dueños, hacedores de instantes, reyes de momentos, gobernantes de la fugacidad.

lunes, 8 de noviembre de 2010

Identidades y lunas…

¿Quién soy, quiénes somos, qué somos…? Preguntas que nos hacemos una y otra vez muchas veces en la vida. Quién soy…  Si lo pienso rigurosamente debo decir que no tengo mucha idea de quién soy. Y en este pensar, en este devenir, un verso giraba solito en mi cabeza: “soy; no podrán escaparse”. A simple viste es un verso que no dice absolutamente nada y que puede referirse a cualquier cosa. ´Sin embargo, yo sabía exactamente a qué se refería y por eso lo repetí varias veces, lo degusté como un mantra, lo reproduje sílaba a silaba durante varios días.

Es un verso de Bodas de Sangre, la magnifica tragedia de Federico García Lorca. Magnífica, absoluta, reveladora, conmovedora, atroz y mil adjetivos más que podría ir desgranando en un vano intento de lograr definirla. Tomé el verso del momento en que los amantes son perseguidos por el novio. Leonardo y la novia escapan pero la luna se opone a esa escapatoria, está sedienta de sangre, necesitada de venganza y desde su posición de observadora omnipotente va a facilitarle el trabajo a los perseguidores iluminando con toda su intensidad.

Lo que me gusta de esta luna es que sabe quién es. Sabe cuál es su plan. Sabe qué es lo que quiere. Es la luna, la que señorea en la noche, la que manda en las criaturas oscuras, la que devela lo que está escondido, la encargada de que el destino se cumpla inevitablemente, definitivo como todo destino. No pretende suavizar su labor, no pretende atenuar su obligación: sabe quién es y quiere muerte, sabe quién es y quiere sangre, sabe quién es y busca venganza.

Comienza con su firme declaración de principios, con su autodefinición. Deja en claro además su objetivo principal:

Cisne redondo en el río,
ojo de las catedrales,
alba fingida en las hojas
soy; ¡no podrán escaparse!

¿Quién se oculta? ¿Quién solloza
por la maleza del valle?

Los lectores, los espectadores, se enteran con angustia luego de estos cuatro versos cuál es el triste desempeño que tendrá la luna-muerte en las acciones que siguen. Ante la luna nadie puede esconderse. Ella  será la entregadora, la verduga del hacha, tomará esa forma: de hoz, de cuchilla, de machete, de sable curvo… Su destino es trillar, segar, cortar, herir, derramar sangre.

La luna deja un cuchillo
abandonado en el aire,
que siendo acecho de plomo
quiere ser dolor de sangre.

Deberíamos sentir recelo por esta luna asesina, sin embargo, la sensación es otra: nos apena. Nos apena por su soledad, por su angustia y porque ha aceptado su destino. A ella le toca ese papel en le vida de los amantes, quiere justificarse pero no quiere evadir su trabajo. La justificación es el frío, la necesidad de calentar su cuerpo con sangre tibia, con el calor de los cuerpos que se abren a la muerte, es ella la que tiene frío pero será ella la encargada de robarles el calor a los cuerpos de los hombres robustos y jóvenes que tiene que tomar esa noche.


¡Dejadme entrar! ¡Vengo helada
por paredes y cristales!
¡Abrid tejados y pechos
donde pueda calentarme!
¡Tengo frío! Mis cenizas
de soñolientos metales
buscan la cresta del fuego
por los montes y las calles.
Pero me lleva la nieve
sobre su espalda de jaspe,
y me anega, dura y fría,
el agua de los estanques.
Pues esta noche tendrán
mis mejillas roja sangre,
y los juncos agrupados
en los anchos pies del aire.

LUego de su justificación, de dejar en claro que ese es su destino y que nadie puede escapar de él, sentencia. Sentencia con el poder de un juez implacable, de una fuerza que no puede detenerse jamás, que es impelida a actuar.

¡No haya sombra ni emboscada.
que no puedan escaparse!
¡Que quiero entrar en un pecho
para poder calentarme!
¡Un corazón para mí!
¡Caliente!, que se derrame
por los montes de mi pecho;
dejadme entrar, ¡ay, dejadme! (A las ramas.)
No quiero sombras. Mis rayos
han de entrar en todas partes,
y haya en los troncos oscuros
un rumor de claridades,
para que esta noche tengan
mis mejillas dulce sangre,
y los juncos agrupados
en los anchos pies del aire.
¿Quién se oculta? ¡Afuera digo!
¡No! ¡No podrán escaparse!
Yo haré lucir al caballo
una fiebre de diamante.

Y así, implacable, definitiva, toma los corazones que se derraman en sus manos, entra en dos pechos que la reciben porque el destino así lo quiso, porque el amor así lo condenó y no hay nada que hacer. La venganza, la sangre, la muerte, la noche definitiva cayó sobre los personajes.

Y en todo esto, hay algo que sigue fascinándome: la luna sabía quién era, conocía su destino, entendía su función en el drama  y lo aceptó. Ella conocía su identidad… Quién fuera esa luna que es, que sabe, que está, que acepta, que actúa, que se presenta tal cual es, sin velos, sin caretas, sin disfraces.

¿Quién soy, qué soy, qué quiero? Tal vez debería convertirme en luna para llegar a entenderlo…

jueves, 28 de octubre de 2010

Los que no saben de la enfermedad de Dios.

Hoy no quiero, no. No quiero.  No quiero que el mundo se vuelva a mirarme. No. No quiero que las palabras hagan su intento vano de arrastrar significados de unos a otros como hormiguitas laboriosas. No quiero que la muerte llegue. No quiero que el amor se vaya. No quiero que la noche apague con su sombra a la luz.

No quiero… y en este negar me acuerdo de César Vallejo, para mí, un poeta que supo entender la negación, la imposibilidad de que las cosas le fueran bien. Un poeta que pudo traducir al que siempre pierde, por norma, por obligación.

Nacido en Perú y renacido en España donde tomaron fuerza sus letras y sus negaciones, nos deja un canto al dolor, al aceptar que para algunos, la felicidad es imposible y no hacer de eso un cataclismo. Es un poeta de aceptación y de una lucidez extraordinaria para entender su realidad inmediata y volverla poesía:

    ESPERGESIA

Yo nací un día
que Dios estuvo enfermo.
Todos saben que vivo,
que soy malo; y no saben
del diciembre de ese enero.
Pues yo nací un día
que Dios estuvo enfermo.
Hay un vacío
en mi aire metafísico
que nadie ha de palpar:
el claustro de un silencio
que habló a flor de fuego.
Yo nací un día
que Dios estuvo enfermo.
Hermano, escucha, escucha...
Bueno. Y que no me vaya
sin llevar diciembres,
sin dejar eneros.
Pues yo nací un día
que Dios estuvo enfermo.
Todos saben que vivo,
que mastico... Y no saben
por qué en mi verso chirrían,
oscuro sinsabor de féretro,
luyidos vientos
desenroscados de la Esfinge
preguntona del Desierto.
Todos saben... Y no saben
que la luz es tísica,
y la Sombra gorda...
Y no saben que el Misterio sintetiza...
que él es la joroba
musical y triste que a distancia denuncia
el paso meridiano de las lindes a las Lindes.
Yo nací un día
que Dios estuvo enfermo,
grave.

¿Quién como él puede tener el valor para decir “mi vida es un horror alejado de la felicidad”? ¿Quién tiene el suficiente coraje para decir “considérenme una abominación, un error de la naturaleza porque nací un día en que Dios estaba en otra cosa”? César Vallejo tiene el valor y el coraje para hacerlo: “Yo nací un día en que Dios estuvo enfermo, grave”. César Vallejo tiene la honestidad de verse a sí mismo tal cual es, sin endulzarse o justificarse: “Todos saben que vivo, que soy malo; y no saben del diciembre de ese enero.” Y no lo sabremos… Este yo lírico esconde algo tan atroz que teme contarlo, no por lo que se pueda pensar de él sino porque no seremos capaces de soportar esa verdad. Entonces, no quiere ponernos en la amarga tarea de conocer los hechos porque es probable que nuestra mente no pueda abarcar la totalidad de su maldad; la desesperación de ser el único ser lúcido, tal vez, que puede verse a sí mismo con total sinceridad y crudeza.

Cuán angustiante puede ser para alguien tener conciencia plena de lo que es: “Hay un vacío en mi aire metafísico que nadie ha de palpar:el claustro de un silencio que habló a flor de fuego.” ¡Cuán aterrador puede ser para uno mismo verse sin atenuantes, verse tan materia prima…!

Me emociona Vallejo, me emociona hasta el dolor. Porque  mientras yo niego, él expone. Cuando yo oculto por vergüenza, el exponer por honestidad. Si yo callo por falta de argumentos, el calla por piedad pues  descubrió que la vida es tan atroz que prefiere evitarnos la pena de tener que vivir conociéndola en su completa magnitud: “Todos saben... Y no saben”

domingo, 24 de octubre de 2010

En incomunicarme, mundo ¿Qué interesas?

Los deseos son regalos que nos da la vida para llenarnos de esperanza. Siento un deseo intenso de que las palabras broten una tras otra de mí y que cumplan con su cometido y con mi necesidad: crear un puente con el mundo, crear un lazo hecho de grafemas, de significados. Vivimos en un mundo tan individualista, tan desesperadamente egocéntrico que el contacto con otros es, definitivamente una ilusión.

¿Seré utópica? ¿Será tan complejo poder llegar a otros y dejar que otros lleguen a mí? Lógicamente, mi  deseo de comunicación está orientado al enriquecimiento mutuo a través de la belleza; porque, lamentablemente, escuchar banalidades es tortura de todos los días, escuchar verdades es un sueño poco probable, escuchar bellezas es  imposible.

Este deseo mío de comunicarme, esta reflexión sobre la necesidad de establecer un nexo con otros  me convierte en una rara avis. A veces siento que una pequeña minoría pretende  entenderse y pienso en una multitud de poetas (no porque yo lo sea; sí porque ellos supieron traducir lo que yo siento) que se sintieron fuera de lugar, de situación, de momento:

En perseguirme, mundo, ¿qué interesas?
¿En qué te ofendo, cuando sólo intento
poner bellezas en mi entendimiento
y no mi entendimiento en las bellezas?

Yo no estimo tesoros ni riquezas,
y así, siempre me causa más contento
poner riquezas en mi entendimiento
que no mi entendimiento en las riquezas.

Y no estimo hermosura que vencida
es despojo civil de las edades
ni riqueza me agrada fementida,

teniendo por mejor en mis verdades
consumir vanidades de la vida
que consumir la vida en vanidades.

Aquí la voz de una incomprendida Sor Juana, una atormentada Sor Juana que se debatía entre el ser y el deber, entre Dios y las letras, entre el amor y el castigo eterno grita desde el silencio de su celda su deseo de que las cosas sean de otra manera. De que alguien pudiera entenderla, pudiera establecer un contacto comunicativo que fuera más allá de lo que era, una monja; y la viera en su total desnudez y en su completa verdad: una mujer poeta.

“En perseguirme, mundo ¿Qué interesas?”  Qué maravilla de queja contra el orden establecido, contra la sociedad de la época, contra la falta de sensibilidad de la clase dominante: “¿En qué te ofendo cuando sólo intento poner bellezas en mi entendimiento?”.

¿En qué ofendemos al mundo cuando buscamos intercambiar belleza? me pregunto. En todo. La belleza está escondida, la vulgaridad reina, la ignorancia domina. La sutileza está aislada en un rincón, el refinamiento está encerrado en el sótano, la cortesía muere de desesperación. De esa forma, es más fácil vender, engañar, dominar, pisotear, imponerse.

Actualmente, la tecnología es la felicidad, la inmediatez de la información  nos consume en una multiplicidad de datos que no podemos procesar y en el que el tiempo para pensar no existe y la forma del mensaje se reduce prácticamente a un único modelo. Aún así, existimos  seres que seguimos buscando la belleza. La necesitamos porque ¿cómo podemos soportar la vida sin ella?

No soy apocalíptica. Creo en la educación, creo en el hombre, creo en que al arte no lo pueden matar, que la belleza siempre encuentra el resquicio que necesita para llegar a la superficie. Creo en nuevas generaciones de pensadores, en la sangre joven que tiene mucho para dar. Creo en que mi lamento desesperado será oído por otros que quieren lo mismo que yo: comunicarse en un nivel en que la belleza sea el puente. Pero, para eso necesitamos de la palabra. Creo en Blas de Otero llorando ante su tierra vasca, desangrada y partida por Franco, obligada a callar su idioma natural cuando decía:

EN EL PRINCIPIO

Si he perdido la vida, el tiempo, todo
lo que tiré, como un anillo, al agua,
si he perdido la voz en la maleza,
me queda la palabra.

Si he sufrido la sed, el hambre, todo
lo que era mío y resultó ser nada,
si he segado las sombras en silencio,
me queda la palabra.

Si abrí los labios para ver el rostro
puro y terrible de mi patria,
si abrí los labios hasta desgarrármelos,
me queda la palabra.

Nos queda la palabra a los creemos que es ella la  hacedora de  milagros, la hermanadora universal, la liberadora. Nos queda la palabra a los que aún pensamos que los deseos son los regalos que la vida les otorga a los que, como Sor Juana pretendemos poner bellezas en nuestro entendimiento. Nos queda la palabra y la ilusión de creer que los deseos que nos regala la vida aún pueden cumplirse aunque no se nos vea en nuestra completa desnudez y ya no vengan envueltos en estrellas fugaces (¿O sí?)

miércoles, 20 de octubre de 2010

La cama y el mundo.

Vivo en una realidad tan ríspida que la poesía se muere. No hay lugar para la poesía en mi sociedad, en mi entorno, en mi siglo, creo. Lentamente, la belleza de las palabras se va muriendo, agoniza en la limitación del vocabulario, en la falta de expresión, en el desinterés. Qué pena.
Las palabras se mueren. Se olvidan. Se las va enmudeciendo para siempre. Por eso surgen los pseudopoetas como varios cantautores que conozco que creen que la vulgaridad es poesía, que la repetición es metáfora, que la cursilería es la clave. Puede que tengan razón, porque son ricos gracias a la desesperada necesidad de la gente de escuchar palabras que no sean cotidianas.
Necesitamos de las palabras como del agua, como de los alimentos. Necesitamos de la belleza como del aire y muchos no lo saben.

La belleza es simple y la poesía también lo es. Simple y bella y necesaria y fundamental en la vida de la gente, aunque no lo reconozcan, no lo sepan.

La sociedad, el mundo agoniza de poesía, agoniza de significados, muere por falta de metáforas, se derrumba porque el lenguaje figurado es un derecho al que pocos acceden.

Sin metáforas el pensamiento se vuelve chato, simple, unidireccional. Pero eso, tampoco significa que hay que leer a Borges o a Nietzsche todo el tiempo para poder encontrar un significado distinto a la realidad habitual.

En Cuba, nació José Angel Buesa en 1910. Escritor perseguido por Castro, redactor de radio, se fue de Cuba para morir como un fantasma en otra isla del Caribe. Buesa es uno de los poetas olvidados, uno de los primos pobres que se recibe por la puerta trasera, de los que no se hablar.

No es un poeta político o filosófico. No busca la metáfora compleja. No pretende el verso retorcido. No.

CANCIÓN NOCTURNA

A los pies de tu cama, como un perro,
se echó mi corazón.
                    Noche tras noche
gime calladamente su reproche
y sufre injustamente su destierro.
Allí está. Nada importa que lo aparte
tu pie pequeño y cruel.
                  Allí, en la sombra,
calla el grito de amor con que te nombra,
para no despertarte.
Noche tras noche, hasta que llega el día,
gime un reproche y sufre su destierro.
Tú no lo sabes, —nadie lo sabría.
Y a los pies de tu cama, como un perro,
mi corazón espera todavía.

 

Simple. Los versos discurren simplemente como un cauce de agua fresca, sin grandes estallidos de pasión, sin sufrimientos desmedidos. Sencillo, sutil pero necesario, muy necesario para una humanidad que dejó caer el corazón y la poesía  a los pies de la cama…