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miércoles, 20 de octubre de 2010

La cama y el mundo.

Vivo en una realidad tan ríspida que la poesía se muere. No hay lugar para la poesía en mi sociedad, en mi entorno, en mi siglo, creo. Lentamente, la belleza de las palabras se va muriendo, agoniza en la limitación del vocabulario, en la falta de expresión, en el desinterés. Qué pena.
Las palabras se mueren. Se olvidan. Se las va enmudeciendo para siempre. Por eso surgen los pseudopoetas como varios cantautores que conozco que creen que la vulgaridad es poesía, que la repetición es metáfora, que la cursilería es la clave. Puede que tengan razón, porque son ricos gracias a la desesperada necesidad de la gente de escuchar palabras que no sean cotidianas.
Necesitamos de las palabras como del agua, como de los alimentos. Necesitamos de la belleza como del aire y muchos no lo saben.

La belleza es simple y la poesía también lo es. Simple y bella y necesaria y fundamental en la vida de la gente, aunque no lo reconozcan, no lo sepan.

La sociedad, el mundo agoniza de poesía, agoniza de significados, muere por falta de metáforas, se derrumba porque el lenguaje figurado es un derecho al que pocos acceden.

Sin metáforas el pensamiento se vuelve chato, simple, unidireccional. Pero eso, tampoco significa que hay que leer a Borges o a Nietzsche todo el tiempo para poder encontrar un significado distinto a la realidad habitual.

En Cuba, nació José Angel Buesa en 1910. Escritor perseguido por Castro, redactor de radio, se fue de Cuba para morir como un fantasma en otra isla del Caribe. Buesa es uno de los poetas olvidados, uno de los primos pobres que se recibe por la puerta trasera, de los que no se hablar.

No es un poeta político o filosófico. No busca la metáfora compleja. No pretende el verso retorcido. No.

CANCIÓN NOCTURNA

A los pies de tu cama, como un perro,
se echó mi corazón.
                    Noche tras noche
gime calladamente su reproche
y sufre injustamente su destierro.
Allí está. Nada importa que lo aparte
tu pie pequeño y cruel.
                  Allí, en la sombra,
calla el grito de amor con que te nombra,
para no despertarte.
Noche tras noche, hasta que llega el día,
gime un reproche y sufre su destierro.
Tú no lo sabes, —nadie lo sabría.
Y a los pies de tu cama, como un perro,
mi corazón espera todavía.

 

Simple. Los versos discurren simplemente como un cauce de agua fresca, sin grandes estallidos de pasión, sin sufrimientos desmedidos. Sencillo, sutil pero necesario, muy necesario para una humanidad que dejó caer el corazón y la poesía  a los pies de la cama…