He dejado de escribir por algún tiempo porque a veces las palabras deben acumularse todas para poder surgir en algo nuevo. ´
Y en eso estaba sin saberlo, llenándome de palabras para que estuvieran listas en las puntas de mis dedos para cuando las necesitara. Escribirlas es parirlas, es necesitarlas de alguna manera, verlas materializadas en signos gráficos, en evidencia tangible de que soy capaz de pensar, de entender el mundo que me rodea.
Quiero volver a escribir porque no soy la que era cuando empecé este blog. Soy otra. Cambiamos permanentemente, imperceptiblemente y de manera definitiva.
Debo haber escrito ya sobre Clarice Lispector, seguramente…. Debo haber escrito muchas veces sobre ella, sobre el mito, sobre la mujer, sobre la escritora.
Ahora he vuelto a leerla y otra vez la he descubierto: descubrí uno de sus personajes, el más chiquito, el más poquita cosa y el más complejo, quizá, el definitivo: Macabea. Siempre vuelvo a Macabea, siempre vuelvo a la Hora de la estrella.
Rodrigo, el narrador dice de ella:
(Ella me incomoda tanto que me quedé vacío. Estoy vacío de esta
muchacha. Y ella más me incomoda en cuanto menos me exige. Estoy con rabia. Una cólera de derrumbar vasos y platos y romper vidrios. ¿Cómo vengarme? O mejor, ¿cómo resarcirme? Ya sé: amando a mi perro que tiene más comida que la nordestina. ¿Por qué ella no reacciona? ¿No tiene un poco de nervios? No, ella es dulce y obediente.)
Un narrador que emite juicios de valor sobre el personaje que está descubriendo. Un narrador que juega a hacer de Dios y que juega a que no puede cambiar el destino definitivo del personaje, que nos hace creer que es impotente para quebrar destinos. Puede. Podría. No quiere.
El autor crea al narrador que cuenta la historia que introduce personajes que actúan ante nosotros, los fascinados lectores. La autora que inventa a un narrador hombre para que cuente la historia de una mujer que es parte suya, que es su doble pero que no se le parece en nada, que es su reflejo en una superficie opaca. De eso se trata, de trasvestir, cambiar, destruir el orden de las cosas.
Esa es la Literatura que nos propone Lispector: nada es lo que es y todo es mucho dolor. El dolor de crear y de no poder cambiar lo creado.
A veces nos pasa en la vida de la misma manera: somos autores de situaciones que nos causan dolor y que sin embargo no vamos a cambiar. Esa es Clarice la que entiende el material del que estamos hechos. Y esta soy yo… otra vez tratando de escribir.