Soy una amante brutal. Encarnecida. Una amante sistemática, premeditada
y serial. Paso por la vida de mis víctimas y no dejo ni una columna en pie, ni
un altar para el sacrificio de los dioses tutelares, ni un espacio para las
lágrimas.
Eso es lo que hago: entrar en la vida del otro y volverme
indispensable, abrir mi cuerpo completo para colmar de los goces de la carne y
del espíritu al ratonzuelo que entrega sumiso su cuello a mi hacha de sueños de
verdugo célibe. Me desgarro el alma para entregarles un trozo, me arranco los
brazos y se los doy en ofrenda, dejo que beban de mi sangre y degusten mi
lengua, mis oscuridades, mis demonios. Me vuelvo arena y andrajo batido por el
viento que mis amantes soplan, huracanan. Los dejo hacer.
Luego emerge mi Moloc sediento de sacrificios, consumiendo
por fuego toda resistencia. Fui agua
cristalina y me convertí en roca de hielo sucio; fui miel sobre la piel desnuda
y me vuelvo amargura que escuece en la espalda. El abandono es inminente,
aunque los ame, aunque quiera quedarme, aunque existan mil variantes antes que
el olvido.
Me voy, desaparezco, huyo, mi cuerpo aúlla de añoranza a la
par del cuerpo del otro pero ya hay tanta noche entre nosotros, tanto deseo
muerto, tanto deseo vivo que me entrego en un sacrificio final para salvarlos
de mí.
Soy una amante brutal con ellos y conmigo.