martes, 26 de enero de 2016

El rapto del tiempo y del cisne

¿Qué es el tiempo?, me pregunto, mucho más allá de una dimensión, ¿Qué es realmente el tiempo? En distintas etapas de mi vida he tenido distintas percepciones de él: a veces era un caracol que no avanzaba nunca, otras un relámpago cegador que no permitía ver nada. También hubo saltos temporales, vacíos, espacios que no puedo llenar y otros, recuerdos tan vívidos que desconozco si ocurrieron recientemente o hace mucho. 
Esa sensación de atemporalidad, de salto o de continuidad la reviví al leer El rapto del cisne de Elizabeth Kostova. No pude despegarme de esa narración. Tres días en que a duras penas pude alejarme del texto. Atada a él, mis ojos iban del siglo XIX al XX, de los pintores impresionistas a un cuarto pequeño en un centro de rehabilitación psiquiátrica. 
La novela va desarrollando un tempo narrativo completamente magnético alrededor de Robert Oliver, un pintor de habilidad inconmensurable que es detenido cuando quiere atacar un cuadro con una navaja. Desde allí, aparecen distintas voces, distintas historias que se entrecruzan intercaladas por segmentos epistolares, monólogos y reflexiones sobre el arte y fundamentalmente, la compleja psicología de los artistas, el mundo en el que viven -que definitivamente no es el nuestro-, las relaciones de pareja, dice Kostova:
"Las personas cuyos matrimonios no se han derrumbado, o cuyos cónyuges mueren en lugar de marcharse, no saben que los matrimonios que terminan raras veces tienen un único final. Los matrimonios son como ciertos libros, una historia en la que, al volver la última página, crees que se ha acabado, y luego hay un epílogo, y después de todo eso tiendes a seguir preguntándote acerca de los personajes o imaginándote que sus vidas continúan sin ti, querido lector. Hasta que no te olvidas de ese libro, estás atrapado tratando de resolver qué habrá sido de esos personajes una vez que los has cerrado"
Nuestra vida es nuestra propia historia, dolorosa de a ratos, alegre, infeliz o exultante. Capítulos que se suceden.
Luego, con mucha maestría, la autora nos sumerge en el mundo de la obsesión, de la imposibilidad de darle una razón a las cosas que hacemos, de no detenernos aunque sabemos que lo que está alrededor nuestro se derrumbará sin remedio y no queremos evitarlo.
Finalmente, el tiempo literal, el que transcurre sin detenerse, el que nos vence, el que gana siempre aparece para decir:

"El corazón no envejece, sólo la mente"

Y con ese pensamiento me quedé, arrullando a mi corazón que sabe que el tiempo de los cerezos en flor ya se fue  para siempre y solo queda esperar repitiendo como un mantra:  "el corazón no envejece, solo la mente; el corazón no envejece sólo..."






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