Conocí al hombre en cuyos
cabellos se durmió la luna y también conocí a la hechicera del fuego, que al
verla, se enamoró de ella y se escondió en su pecho para habitarla: mujer de
pies descalzos y manos cálidas. Conocí, además, a la voz del viento entre las
cañas que canta sus canciones con el corazón como guitarra. Ellos son los
Pastor: Luis Pastor, Lourdes Guerra Mansito y Pedro Pastor Guerra. Y escribí:
Si la música viviera en algún
lado sería bajo el techo de su casa. Si la palabra cambiara de vestido sería en
la garganta de estos pastores de metáforas.
El hombre en cuyos cabellos se
durmió la luna tiene los ojos de nube y la boca de clavel. Rojo clavel de la
denuncia, solitario clavel de la nostalgia.
No hay tarde de sol ni noche oscura
que no sea un milagro de la vida cuando hablan con sonidos sin palabras,
acarician con acordes de guitarra y bailan con la inocencia dulce de las olas
que viajan.
Canta, Guardián de la luna
dormida que bajó a besarte y se quedó en tu pelo; canta, Hechicera del fuego que
sigue hipnotizado en tu cintura; canta, Voz azul de viento que se mece en las
cañas de tu cuerpo y nos besa en la frente cuando pasa. Porque mientras canten,
Pastores de Ilusiones, las noches serán más limpias, la risa será más fuerte y
no habrá lugar para las lágrimas.
Conocí al hombre en cuyos
cabellos se durmió la luna. Yo misma, con los ojos brillantes de emociones,
descubrí cuando pasaba: una sombra de eclipse la cubría y la luna del cielo
descolgada, se mecía en la plata de su pelo, acurrucada por sus dulces nanas. Y
me dije en un susurro leve y quedo con las pupilas eclipsadas: “conocí al
Pastor de luna y cielo, a la Embelezadora de palabras, al niño dulce de la voz
de nácar”.
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