El dolor puede describirse de infinitas maneras. Es uno de los temas humanos, recurrentes en la literatura y esta, en definitiva, no es más que el reflejo de la vida. El dolor… Tantas manifestaciones tiene como cambios de luz posee el día. Desde el rasgarse las vestiduras y echarse ceniza en la cabeza, llorar a gritos, a mares, contar mil veces la misma historia hasta cerrar los labios a la palabra, los ojos a las lágrimas, la mente a los recuerdos, pues se manifiesta como quiere porque la multiplicidad es su naturaleza.
El dolor… ha sido descrito como un inmenso agujero negro que crece sin detenerse en el alma del sufriente, como una carga invisible pero ubicada en el centro del pecho o en los hombros y que llega a esbozar una sonrisa cuando estamos de rodillas, soportándolo.
Podemos llevar mucho dolor encima, podemos acumularlo hasta volverlo parte de nosotros. Incluso nos encariñamos con él y nos es muy difícil dejarlo ir, abandonarlo a su suerte…
¿Cómo serían nuestras vidas si pudiéramos no causarle dolor a nadie; si pudiéramos evitarle a otro el tener que odiarnos? Cómo me gustaría tener el don de quitar el dolor.
Duele el partir, duele el quedarse, duele el quitarle a otro lo más preciado, duele tener que llevarse lo compartido, duele el empezar de nuevo, duele el cambio, duele la pérdida, duele la ausencia, duele el futuro, duele el pasado…
Todo dolor tiene una causa evidente o escondida; la misma que nos hace apretar los dientes y no replicar a los insultos. No hay dolor sin origen como no hay alegría sin lágrimas, amor sin caricias, respeto sin valores, cordura sin realidad, renuncia sin desasosiego. Todo dolor crece desde una semilla que brota en cualquier momento como un milagro a la inversa.
Sin justificaciones, sin mirar atrás espero que este sea el último dolor que yo les cause aunque no sean lo últimos versos que yo les escriba. Hoy me duelen las palabras y la escritura de la misma manera que los puñales y las lágrimas.
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