Acabo de terminar de leer a Murakami. Afterdark. Cuánta desolación y cuánta belleza… Me llevó al Japón nocturno, podrido, lleno de basura: desechos humanos y humanos desechables. Basura, oscuridad, mal olor, tristeza, soledad… Como siempre, esos personajes inverosímiles pero más reales que la gente que me rodea, más reales que yo que estoy empezando a creer que no existo sino como una idea o como estas frases que escribo.
Prostitutas chinas, mujeres que huyen de la mafia, una ex-luchadora de lucha libre que trabaja como gorila en un albergue transitorio, un músico desgarbado que piensa que la realidad es un pulpo negro que nos traga, un empleado perverso, una mujer que duerme desde hace dos meses y una jovencita que intenta entender su vida, su mundo, el mundo, la vida y la realidad que la rodea a partir de un cambio de escenario, de una búsqueda de lo interior desde lo exterior. Leer a Murakami, así, de una sentada fue como recibir un golpe: todos estamos solos y sólo podemos sobrevivir. La vida es una eterna carrera por la supervivencia, por alejarnos de la soledad, por intentar conectarnos con otros. Eso me contó Murakami y yo le creí. Le creí porque me dijo:
¿Sabes? Nuestra vida no se divide entre la luz y la oscuridad. No es tan simple. En medio hay una franja de sombras. Distinguir y comprender esos matices es signo de una inteligencia sana. Y conseguir una inteligencia sana requiere, a su modo, tiempo y esfuerzo.
Yo sé de tiempos y de esfuerzos y también sé del viaje entre la luz y la oscuridad buscando, siempre buscando algo que me anclara en alguno de los dos lugares. No sé si lo he encontrado, no sé si tengo ganas de seguir buscando… Tal vez yo misma soy un personaje de Murakami y alguien me lee y se pregunta si seguiré transitando un camino de desencuentros, como todos estos seres que entraron por mi retina a mi cabeza y de allí a mi corazón. ¿Me olvidaré de la luchadora con el cuerpo roto y el alma intacta que sigue creyendo en la justicia, aunque no se refiera a la justicia tradicional? ¿Me olvidaré del juego de oposiciones que hacen Mari y Eri Asai: la bella y la fea, la inteligente y la tonta, la que vive en la luz y la que vive en su sombra? ¿Me olvidaré de los cuervos del amanecer jugando una carrera contra la descomposición? No podría. Esas cosas tiene Murakami, una vez que se te mete en el alma es como un exótico tatuaje japonés que uno lleva pintado del lado de adentro del cuerpo, sobre el alma, donde lo inmaterial se vuelve realidad y la realidad se vuelve nada.
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