viernes, 27 de enero de 2012

Itaca, cuando te nombro, me viene a la memoria…

Vuelvo, siempre vuelvo a las palabras y algunos lugares que me llenan el corazón. Vuelvo para resignificarme desde otro lugar, desde otra percepción, desde otro momento. Vuelvo con alas abiertas y el corazón temblando. Y recuerdo a Kavafis, el hermoso Kavafis, el delicado Kavafis:

ÍTACA.

Cuando emprendas tu viaje hacia Ítaca

debes rogar que el viaje sea largo,

lleno de peripecias, lleno de experiencias.

No has de temer ni a los lestrigones ni a los cíclopes,

ni la cólera del airado Posidón.

Nunca tales monstruos hallarás en tu ruta

si tu pensamiento es elevado, si una exquisita

emoción penetra en tu alma y en tu cuerpo.

Los lestrigones y los cíclopes

y el feroz Posidón no podrán encontrarte

si tú no los llevas ya dentro, en tu alma,

si tu alma no los conjura ante ti.

Debes rogar que el viaje sea largo,

que sean muchos los días de verano;

que te vean arribar con gozo, alegremente,

a puertos que tú antes ignorabas.

Que puedas detenerte en los mercados de Fenicia,

y comprar unas bellas mercancías:

madreperlas, coral, ébano, y ámbar,

y perfumes placenteros de mil clases.

Acude a muchas ciudades del Egipto

para aprender, y aprender de quienes saben.

Conserva siempre en tu alma la idea de Ítaca:

llegar allí, he aquí tu destino.

Mas no hagas con prisas tu camino;

mejor será que dure muchos años,

y que llegues, ya viejo, a la pequeña isla,

rico de cuanto habrás ganado en el camino.

No has de esperar que Ítaca te enriquezca:

Ítaca te ha concedido ya un hermoso viaje.

Sin ellas, jamás habrías partido;

mas no tiene otra cosa que ofrecerte.

Y si la encuentras pobre, Ítaca no te ha engañado.

Y siendo ya tan viejo, con tanta experiencia,

sin duda sabrás ya qué significan las Ítacas.

Nuestra vida entera es el retorno a Itaca. Soñamos con los caminos verdes de nuestra infancia, con el olor de la casa paterna, con los sonidos comunes. Volvemos en sueños, volvemos en deseos, con el corazón en un puño. Vamos viviendo y dejando atrás sucesivas Itacas todas ellas con contornos distintos y ya no tenemos una para volver: tenemos tantas como lugares amados, como corazones.

Kavafis habla de los seres mitológicos con los que tuvo que batallar el divino Odiseo para volver a su tierra. Cuando se está de vuelta esos monstruos ya no existen, si los hemos eliminado de nosotros mismos. Llevamos muchos seres pavorosos dentro de nuestro corazón y a veces, salen todos, en tropel y pensamos que nos enfrentamos a ellos cuando en realidad son parte de nosotros mismos. Son los monstruos que proyectamos.

A veces, el camino es lento y dudoso… No sabemos hacia dónde vamos, la brújula no funciona e Itaca se nos va desdibujando. Yo prefiero el camino lento pero con aprendizajes, con detenimientos, con momentos de gloria fruto de la simplicidad de las cosas y de los pensamientos.

Volveré a Itaca, a mis Itacas personales, a mis Itacas inventadas. Volveré luego de emborracharme de más amaneceres, de más palabras, de más perdón, de más amor. Volveré a Itaca y mi viaje, no habrá sido en vano.

viernes, 6 de enero de 2012

- ¿Sabes una cosa? la noche está llena de campanas. Sí, de campanas que repican desde la distancia y que llevan escondidos entre sus sonidos aromas de recuerdos que traen los pies descalzos.

viernes, 30 de diciembre de 2011

Final de músicas, final de árboles.

El mundo que me rodea grita con luces y estridencias que se acaba el año. Imagino que el bullicio, la fiesta incesante deben profundizar la depresión de los naturalmente depresivos. Más allá de risas o de lágrimas, el hecho, la evidencia, la realidad demuestra que diciembre agoniza y con él, el año.

Todo tiene sabor a final. Sin embargo, considero que la vida está hecha de innumerables finales prácticamente diarios; pienso incluso, que está construida de infinitas muertes, de impredecibles  ocasos.   Nuestra actitud ante lo que se acaba es lo que nos define: sentarnos a llorar con la cabeza entre las rodillas; ver lo que se acaba con indiferencia pasmosa, como si le ocurriera a otro; vivir el final conscientemente y entenderlo en su maravillosa naturaleza o negar… Será lo que queramos que sea.

Como siempre, la poesía me guía para poder  entender lo que siento y a veces no puedo abarcar. Me guía en interpretar lo que no puedo materializar de otra manera. Las palabras son las que se se vuelven reflexión sin perder su belleza. Un escritor mexicano, Jaime Torres Bodet, es el que seleccioné para pensar en los finales:

FINAL

Vuelvo de andar, a solas, por la orilla de un río.
Estoy lleno de músicas, como un árbol al viento.
He dejado correr mi pensamiento
viendo, en el agua, el paso de una nube de estío...
Traigo tejido al alma el olor de una rosa.
En lo blando del césped, puse, al andar, mi huella...
He vivido, ¡he vivido!... Y voy, como la estrella
a perderte en el mar de un alba silenciosa.

 

La idea inicial es una paradoja interesante: un poema que se titula FINAL pero que introduce como primer elemento el de un comienzo o recomienzo: vuelvo a andar.... Somos seres construidos de contradicciones y el yo lírico lo refuerza en esta primera imagen del enunciador paseando solo por la orilla del río. Solo, pero no solitario, está lleno de músicas, está feliz como un árbol al viento, está pleno, completo, acompañado del sonido vibrante de la vida. Este inicio, este paseo, esta soledad son el amanecer de una nueva época. Observa todo lo que lo rodea: el agua, una nube y deja que su pensamiento corra sin detenerse en nada, libre. Pienso en que puede ser la libertad de los procesos terminados, la paz de los cierres bien hechos.

Súbitamente, acompañado del aroma de la belleza representado en la rosa, reafirma su existencia. Ve su huella y la reconoce como propia, es un acto revelador en que toda su humanidad, su pasado, su razón se ven representados: tengo huella, por lo tanto soy, existo y he vivido. La alegría lo embarga, es un ente que entiende que ser lo que es depende necesariamente de los caminos transitados, de los laberintos resueltos. Y en ese instante, con su conocimiento adquirido y su alegría reconquistada se siente con la fuerza necesaria para cerrar el último eslabón que queda suelto. Ahora, partiendo de su interior y volviendo a él es capaz de decir: voy a perderte en el mar de un alba silenciosa. Este y no otro es el momento del final. Este en que está dispuesto a hacer el último sacrificio, el que lo ayudará a recomenzar.

A veces los sacrificios son necesarios para volver a andar y no tienen por qué ser dramáticos o tristes. Son finales, son lo que son. Nuestra actitud es la que les da el valor que nos alegre o nos suma en la más profunda de las tristezas. Los finales son necesarios, saludables. Me corresponde elegir, decidir cómo quiero terminar mi año… Entonces, yo elijo el final de mi año como escribe Torres Bodet: lleno de músicas, como un árbol al viento.

miércoles, 9 de noviembre de 2011

De sonidos y estrellas.

Leo siempre, no todo lo que quisiera pero sí lo que me subyuga. Hoy, sin embargo me dediqué a disfrutar de otra de mis pasiones –confesables-, la música. No puedo hablar de ella con tanta libertad como lo hago de la Literatura pero si las lecturas que me habitan fuesen melodías, serían esta belleza que estoy escuchando…

La voz del cielo.

Es sobrecogedora la voz de este contratenor francés, Philippe Jaroussky . Escucharlo es sentir la delicadeza del agua corriendo entre las piedras de un arroyo en una mañana de sol, es descender hasta el último rincón del corazón en el que se esconde, agazapado un recuerdo de la infancia, es sentir la vida partiendo la tierra, surgiendo en brotes de renovación.

Podría ser, sin embargo, una voz portadora de tristeza, compuesta de espinas obsesionadas con clavarse en los lugares más sensibles del dolor. Podría ser eso y también la inmensidad, la infinitud, el universo que se abre ingrávido y azul, plagado de estrellas.

Podría adentrarme en explicaciones sobre el origen de esta obra, significados, símbolos y sentidos pero no quiero. Prefiero continuar en mi ascenso,  acariciando estrellas.

domingo, 6 de noviembre de 2011

Modus scribendi

Me pregunto por qué escribo o por qué deseo escribir más que cualquier cosa en el mundo. No lo sé… Tal vez porque todas las lecturas que  he acumulado a lo largo de los años se han unificado con  mis  latidos,  se han henchido con mi respiración, se han humedecido con mi sudor y mis deseos y ahora que están tan empapadas de mí, quieren resurgir  vivas otra vez pero desde mis pensamientos. No sé por qué quiero escribir con tanta vehemencia… Mi sangre está llena de letras, mis manos están deseosas de estructurar frases con un sentido que aún desconozco: Lorca, Bronte, Borges, Cortázar, Cervantes, Quiroga, Poe, Wilde, Ocampo, Storni, Pizarnik, Vallejos, Paz, Sabines, el Cid, Valery, Verlaine, Puig y miles de escritores más, se revuelcan adentro de mí, me susurran párrafos, me movilizan a la escritura en una especie de esquizofrenia literaria. La voz de Clarice Lispector es la que predomina, será porque me gusta su mirada desolada del mundo. Ella dice:

Y nací para escribir. La palabra es mi dominio sobre el mundo. Yo
tuve desde la infancia varias vocaciones que me llamaban ardientemente.
Una de las vocaciones era escribir. Y no sé por qué, fue ésta la que seguí.
Tal vez porque para las otras vocaciones necesitaría un largo aprendizaje,
mientras para escribir el aprendizaje es la propia vida viviendo en nosotros
y alrededor de nosotros. Es que no sé estudiar. Y, para escribir, el único
estudio es el escribir mismo. Me adiestré desde los siete años de edad para
tener un día la lengua en mi poder. Y, sin embargo, cada vez que voy a
escribir, es como si fuera la primera vez. Cada libro mío es un estreno
penoso y feliz. Esta capacidad de renovarme toda a medida que el tiempo pasa es lo que yo llamo vivir y escribir.

No sé si mi vocación por las palabras surgió tan pronto en mi vida como en la de Clarice Lispector o todo lo que he leído pugna por salir como la presión de los volcanes, pero concuerdo en que uno empieza a escribir en el  escribir mismo, en la práctica constante, en la necesidad de decir cosas o la necedad de decir cosas. Definitivamente,  no tengo la lengua en mi poder, definitivamente me falta mucho para poder llenar de belleza mis textos, de transmitir la injusticia o la brutalidad o la ternura como lo hace Lispector, siempre escribir va a ser una pobre primera vez, pero en algún momento debo empezar… Si vivir es escribir, apenas estoy aprendiendo a vivir, ¿Cómo haré para aprender a escribir?

martes, 4 de octubre de 2011

Capitana de destino.

La existencia  es una sucesión de esperas. Esperamos  crecer, esperamos encontrar el amor, el disparo de nieve, diría Silvio, que nos muestre la revelación final, guardiana del supremo secreto: qué hacer con esto que se llama vida y que nos tocó en suerte, qué hacer con las horas muertas que se van irremediablemente.

He conocido a pocos capitanes de destino y todos ellos tan perdidos como yo. Y también he conocido a perdidos auténticos que estaban infinitamente mejor ubicados en tiempo y espacio que yo. He conocido tanto, en realidad. He caminado tanto… y siempre llena de incertidumbres, sin embargo avanzando siempre, hacia algún lugar en el horizonte.

Mil veces he querido retener a las horas entre mis manos, para que no se fueran, para perpetuar lo perpetuable, lo inmenso, lo no efímero. Miles de veces quise eternizar  las horas que creía seguras, en las que yo cobraba corporeidad  y las incertidumbres se transformaban en piedras de un collar que podía sacarme según me pluguiera. Alargar el tiempo, ponerle nombre a las horas conocidas para poder llamarlas a mi lado cuando el recuerdo me ardiera y necesitara consuelo, para cuando me sintiera tan tonta y tan triste como hoy, por ejemplo. Ser dueña de las horas, eso quise. Claro que no sólo yo deseé conocer el rostro del tiempo. Olga Orozco también, claro, pero con el filo agudo de su palabra que lastima como un puñal afiladísimo, con la sólida estructura de sus poemas, con la tenue tristeza que empapa sus imágenes.

Para este día
Reconozco esta hora.
Es esa que solía llegar enmascarada entre los pliegues de otras horas;
la que de pronto comenzaba a surgir como un oscuro arcángel detrás de la neblina
haciendo retroceder mis bosques encantados,
mis rituales de amor, mi fiesta en la indolencia,
con sólo trazar un signo en el silencio,
con sólo cortar el aire con su mano.
Esa, la de mirada como un vuelo de cuervo y pasos fantasmales,
que venía de lejos con su manto de viaje y las mejillas escarchadas,
y se iba bajando la cabeza, de nuevo hasta tan lejos
que yo buscaba en vano la huella del carruaje en el pasado.
Hora desencarnada,
color de amnesia como dibujada en el vacío del azogue,
igual que una traslúcida figura enviada desde un retablo del olvido.
¿Y era su propio heraldo,
el fondo que se asoma hasta la superficie de la copa,
la anunciación de dar a luz las sombras?
No supe descifrar su profecía,
ese susurro de aguas estancadas que destilan a veces los crepúsculos,
ni logré comprender el torbellino de plumas grises con que me aspiraba
desde un claro de ayer hasta un vago anfiteatro iluminado por lluvias y por lunas,
allá, entre los ventisqueros del irreconocible porvenir;
aquí, donde ahora se instala, maciza como el demonio del advenimiento,
en su sitial de honor en medio de la asamblea de otras horas, pálidas, transparentes,
y me dice que mis bosques son luces extinguidas y aves embalsamadas,
que mi amor era erróneo, como un espejo que se contempla en otro espejo,
que mi fiesta es un cielo replegado en el sudario de mis muertos.
Y se queda esta vez, sin bajar la cabeza.

Olga Orozco es una capitana de destino, la más insigne, la más clara, la más atrozmente lúcida. Ella sabía... como yo, que he visto, también,  a esa hora a la cara y también me ha dicho que mis bosques eran luces extinguidas.. Peor aún, me dijo que yo misma las había apagado. También embalsamó mis recuerdos, me retrucó lo erróneo de mi amor y me plantó un espejo a la cara, para mirarme, para mirarla. Nos reconocimos, nos observamos fijamente y, como siempre, fui yo la primera en bajar la cabeza.

domingo, 4 de septiembre de 2011

De extrañamientos.

TE extraño al límite de lo imposible

al límite de lo inenarrable

al límite en que los objetos pierden sus formas

y las estrella, su brillo.

Te extraño imposiblemente, inútilmente

con la imposibilidad absurda de los barcos que están lejos

con la necesidad preñada de pesadillas.

Te extraño hasta que el extrañar deja de tener sentido

y se vuleve un sonido hueco, vacío, yermo.

Te extraño como te extrañaré siempre: lejano, ajeno, mío, distante, perdido.