miércoles, 9 de noviembre de 2011

De sonidos y estrellas.

Leo siempre, no todo lo que quisiera pero sí lo que me subyuga. Hoy, sin embargo me dediqué a disfrutar de otra de mis pasiones –confesables-, la música. No puedo hablar de ella con tanta libertad como lo hago de la Literatura pero si las lecturas que me habitan fuesen melodías, serían esta belleza que estoy escuchando…

La voz del cielo.

Es sobrecogedora la voz de este contratenor francés, Philippe Jaroussky . Escucharlo es sentir la delicadeza del agua corriendo entre las piedras de un arroyo en una mañana de sol, es descender hasta el último rincón del corazón en el que se esconde, agazapado un recuerdo de la infancia, es sentir la vida partiendo la tierra, surgiendo en brotes de renovación.

Podría ser, sin embargo, una voz portadora de tristeza, compuesta de espinas obsesionadas con clavarse en los lugares más sensibles del dolor. Podría ser eso y también la inmensidad, la infinitud, el universo que se abre ingrávido y azul, plagado de estrellas.

Podría adentrarme en explicaciones sobre el origen de esta obra, significados, símbolos y sentidos pero no quiero. Prefiero continuar en mi ascenso,  acariciando estrellas.

domingo, 6 de noviembre de 2011

Modus scribendi

Me pregunto por qué escribo o por qué deseo escribir más que cualquier cosa en el mundo. No lo sé… Tal vez porque todas las lecturas que  he acumulado a lo largo de los años se han unificado con  mis  latidos,  se han henchido con mi respiración, se han humedecido con mi sudor y mis deseos y ahora que están tan empapadas de mí, quieren resurgir  vivas otra vez pero desde mis pensamientos. No sé por qué quiero escribir con tanta vehemencia… Mi sangre está llena de letras, mis manos están deseosas de estructurar frases con un sentido que aún desconozco: Lorca, Bronte, Borges, Cortázar, Cervantes, Quiroga, Poe, Wilde, Ocampo, Storni, Pizarnik, Vallejos, Paz, Sabines, el Cid, Valery, Verlaine, Puig y miles de escritores más, se revuelcan adentro de mí, me susurran párrafos, me movilizan a la escritura en una especie de esquizofrenia literaria. La voz de Clarice Lispector es la que predomina, será porque me gusta su mirada desolada del mundo. Ella dice:

Y nací para escribir. La palabra es mi dominio sobre el mundo. Yo
tuve desde la infancia varias vocaciones que me llamaban ardientemente.
Una de las vocaciones era escribir. Y no sé por qué, fue ésta la que seguí.
Tal vez porque para las otras vocaciones necesitaría un largo aprendizaje,
mientras para escribir el aprendizaje es la propia vida viviendo en nosotros
y alrededor de nosotros. Es que no sé estudiar. Y, para escribir, el único
estudio es el escribir mismo. Me adiestré desde los siete años de edad para
tener un día la lengua en mi poder. Y, sin embargo, cada vez que voy a
escribir, es como si fuera la primera vez. Cada libro mío es un estreno
penoso y feliz. Esta capacidad de renovarme toda a medida que el tiempo pasa es lo que yo llamo vivir y escribir.

No sé si mi vocación por las palabras surgió tan pronto en mi vida como en la de Clarice Lispector o todo lo que he leído pugna por salir como la presión de los volcanes, pero concuerdo en que uno empieza a escribir en el  escribir mismo, en la práctica constante, en la necesidad de decir cosas o la necedad de decir cosas. Definitivamente,  no tengo la lengua en mi poder, definitivamente me falta mucho para poder llenar de belleza mis textos, de transmitir la injusticia o la brutalidad o la ternura como lo hace Lispector, siempre escribir va a ser una pobre primera vez, pero en algún momento debo empezar… Si vivir es escribir, apenas estoy aprendiendo a vivir, ¿Cómo haré para aprender a escribir?

martes, 4 de octubre de 2011

Capitana de destino.

La existencia  es una sucesión de esperas. Esperamos  crecer, esperamos encontrar el amor, el disparo de nieve, diría Silvio, que nos muestre la revelación final, guardiana del supremo secreto: qué hacer con esto que se llama vida y que nos tocó en suerte, qué hacer con las horas muertas que se van irremediablemente.

He conocido a pocos capitanes de destino y todos ellos tan perdidos como yo. Y también he conocido a perdidos auténticos que estaban infinitamente mejor ubicados en tiempo y espacio que yo. He conocido tanto, en realidad. He caminado tanto… y siempre llena de incertidumbres, sin embargo avanzando siempre, hacia algún lugar en el horizonte.

Mil veces he querido retener a las horas entre mis manos, para que no se fueran, para perpetuar lo perpetuable, lo inmenso, lo no efímero. Miles de veces quise eternizar  las horas que creía seguras, en las que yo cobraba corporeidad  y las incertidumbres se transformaban en piedras de un collar que podía sacarme según me pluguiera. Alargar el tiempo, ponerle nombre a las horas conocidas para poder llamarlas a mi lado cuando el recuerdo me ardiera y necesitara consuelo, para cuando me sintiera tan tonta y tan triste como hoy, por ejemplo. Ser dueña de las horas, eso quise. Claro que no sólo yo deseé conocer el rostro del tiempo. Olga Orozco también, claro, pero con el filo agudo de su palabra que lastima como un puñal afiladísimo, con la sólida estructura de sus poemas, con la tenue tristeza que empapa sus imágenes.

Para este día
Reconozco esta hora.
Es esa que solía llegar enmascarada entre los pliegues de otras horas;
la que de pronto comenzaba a surgir como un oscuro arcángel detrás de la neblina
haciendo retroceder mis bosques encantados,
mis rituales de amor, mi fiesta en la indolencia,
con sólo trazar un signo en el silencio,
con sólo cortar el aire con su mano.
Esa, la de mirada como un vuelo de cuervo y pasos fantasmales,
que venía de lejos con su manto de viaje y las mejillas escarchadas,
y se iba bajando la cabeza, de nuevo hasta tan lejos
que yo buscaba en vano la huella del carruaje en el pasado.
Hora desencarnada,
color de amnesia como dibujada en el vacío del azogue,
igual que una traslúcida figura enviada desde un retablo del olvido.
¿Y era su propio heraldo,
el fondo que se asoma hasta la superficie de la copa,
la anunciación de dar a luz las sombras?
No supe descifrar su profecía,
ese susurro de aguas estancadas que destilan a veces los crepúsculos,
ni logré comprender el torbellino de plumas grises con que me aspiraba
desde un claro de ayer hasta un vago anfiteatro iluminado por lluvias y por lunas,
allá, entre los ventisqueros del irreconocible porvenir;
aquí, donde ahora se instala, maciza como el demonio del advenimiento,
en su sitial de honor en medio de la asamblea de otras horas, pálidas, transparentes,
y me dice que mis bosques son luces extinguidas y aves embalsamadas,
que mi amor era erróneo, como un espejo que se contempla en otro espejo,
que mi fiesta es un cielo replegado en el sudario de mis muertos.
Y se queda esta vez, sin bajar la cabeza.

Olga Orozco es una capitana de destino, la más insigne, la más clara, la más atrozmente lúcida. Ella sabía... como yo, que he visto, también,  a esa hora a la cara y también me ha dicho que mis bosques eran luces extinguidas.. Peor aún, me dijo que yo misma las había apagado. También embalsamó mis recuerdos, me retrucó lo erróneo de mi amor y me plantó un espejo a la cara, para mirarme, para mirarla. Nos reconocimos, nos observamos fijamente y, como siempre, fui yo la primera en bajar la cabeza.

domingo, 4 de septiembre de 2011

De extrañamientos.

TE extraño al límite de lo imposible

al límite de lo inenarrable

al límite en que los objetos pierden sus formas

y las estrella, su brillo.

Te extraño imposiblemente, inútilmente

con la imposibilidad absurda de los barcos que están lejos

con la necesidad preñada de pesadillas.

Te extraño hasta que el extrañar deja de tener sentido

y se vuleve un sonido hueco, vacío, yermo.

Te extraño como te extrañaré siempre: lejano, ajeno, mío, distante, perdido.

jueves, 1 de septiembre de 2011

Sonidos.

Suenan las noches y las cosas
suenan como gotas de agua clara
en un desierto de piedra.


Suenan las noches y las cosas
y suena mi alma
grave, augusta, vuelta noche también.

Suenan las noches y las cosas
y yo sueño con ellas.

domingo, 28 de agosto de 2011

Murakami y los tatuajes en el alma.

Acabo de terminar de leer a Murakami. Afterdark. Cuánta desolación y cuánta belleza… Me llevó al Japón nocturno, podrido, lleno de basura: desechos humanos y humanos desechables. Basura, oscuridad, mal olor, tristeza, soledad… Como siempre, esos personajes inverosímiles pero más reales que la gente que me rodea, más reales que yo que estoy empezando a creer que no existo sino como una idea o como estas frases que escribo.

Prostitutas chinas, mujeres que huyen de la mafia, una ex-luchadora de lucha libre que trabaja como gorila en un albergue transitorio, un músico desgarbado que piensa que la realidad es un pulpo negro que nos traga, un empleado perverso, una mujer que duerme desde hace dos meses y una jovencita que intenta entender su vida, su mundo, el mundo, la vida y la realidad que la rodea a partir de un cambio de escenario, de una búsqueda de lo interior desde lo exterior. Leer a Murakami, así, de una sentada fue como recibir un golpe: todos estamos solos y sólo podemos sobrevivir. La vida es una eterna carrera por la supervivencia, por alejarnos de la soledad, por intentar conectarnos con otros. Eso me contó Murakami y yo le creí. Le creí porque me dijo:

¿Sabes? Nuestra vida no se divide entre la luz y la oscuridad. No es tan simple. En medio hay una franja de sombras. Distinguir y comprender esos matices es signo de una inteligencia sana. Y conseguir una inteligencia sana requiere, a su modo, tiempo y esfuerzo.

Yo sé de tiempos y de esfuerzos y también sé del viaje entre la luz y la oscuridad buscando, siempre buscando algo que me anclara en alguno de los dos lugares. No sé si lo he encontrado, no sé si tengo ganas de seguir buscando… Tal vez yo misma soy un personaje de Murakami y alguien me lee y se pregunta si seguiré transitando un camino de desencuentros, como todos estos seres que entraron por mi retina a mi cabeza y de allí a mi corazón. ¿Me olvidaré de la luchadora con el cuerpo roto y el alma intacta que sigue creyendo en la justicia, aunque no se refiera a la justicia tradicional? ¿Me olvidaré del juego de oposiciones que hacen Mari y Eri Asai: la bella y la fea, la inteligente y la tonta, la que vive en la luz y la que vive en su sombra? ¿Me olvidaré de los cuervos del amanecer jugando una carrera contra la descomposición? No podría. Esas cosas tiene Murakami, una vez que se te mete en el alma es como un exótico tatuaje japonés que uno lleva pintado del lado de adentro del cuerpo, sobre el alma, donde lo inmaterial se vuelve realidad y la realidad se vuelve nada.

sábado, 13 de agosto de 2011

Manuel Bandeira y la vida

Manuel Bandeira, nativo de Recife, escritor traspasado por la melancolía,  tal vez por saborear la saudade brasileña desde su origen, tal vez por su profesión de enfermo crónico, tal vez porque descubrió temprano que vivimos en un mundo de desencuentros, de soledades. Seguramente entendió que buscando la luz se encuentra la muerte. Me gusta Bandeira. Me gusta mucho. Compartimos, quizá esa profunda idea de que la vida no es más que un transitar hacia la nada. Es probable que entienda como yo, que sólo tiene valor lo que hacemos por otros aunque los otros piensen que sólo necesitan del agua y del sol para estar vivos.

Quizá nos una la claridad ante la existencia, la que nos dice que simplemente hay que vivir, observar la vida y dejar que todo discurra como el agua entre las piedras de un arroyo. Por supuesto qué él lo dice infinitamente mejor que yo:

Madrigal melancólico

Lo que yo adoro en ti
No es tu belleza.
La belleza es en nosotros donde existe.
La belleza es un concepto.
Y la belleza es triste.
No es triste en sí,
Sino porque hay en ella de fragilidad e incertidumbre.

Lo que yo adoro en ti.
No es tu inteligencia.
No es tu espíritu sutil,
Tan ágil y tan luminoso.
-Ave libre en el cielo matutino de la montaña.
No es tu ciencia
Del corazón de los hombres y las cosas.

Lo que yo adoro en ti
No es tu gracia musical,
Sucesiva y renovada a cada momento,
Gracia aérea como tu propio pensamiento,
Gracia que perturba y que satisface.

Lo que yo adoro en ti
No es la madre que ya perdí.
No es la hermana que ya perdí.
Y mi padre.

Lo que yo adoro en tu naturaleza
No es el profundo instinto maternal
En tu flanco abierto como una herida.
Ni tu pureza. Ni tu impureza.
Lo que yo adoro en ti -¡Lastímame y consuélame!
Lo que adoro en ti es la vida.

Extraña forma de enumerar todo lo que adora en la mujer amada, lo niega para reafirmarlo. Como la naturaleza humana… negamos lo que más queremos, combatimos lo que más deseamos, admiramos lo que defenestramos. Ese es un principio de la existencia: vivir de opuestos, crecer de opuestos, fabricarnos a partir de los opuestos. Y Bandeira lo hace bien, muy bien… Lo que yo adoro en ti no es la belleza que es un concepto y existe en nosotros y es frágil e incierta. La belleza es inquietante, perturbadora y triste, triste, triste por cuanto no es una, porque es infinita, porque tiene matices y cuanto más me acerco a ella, más se dispersa en haces de diversos colores y formas. Como él, creo que al final la tristeza de lo inasible me domina, pero es una tristeza dulce, como un dolor buscado y apreciado. Nuevo y antiguo a la vez. Pero en definitiva, el yo lírico del poema adora en ella que sea bella con su belleza triste e imposible de aprehender.

Sigue en su negación de lo que ama y que por lo tanto funge como un refuerzo al decir que no ama en ella ni  su inteligencia ni su espíritu sutil. Cómo me gusta eso… La sutileza del espíritu es algo que no percibo desde hace tiempo y si lo hago, es un rapto fugaz, un segundo que se me niega. La sutileza del espíritu es una capacidad que poseen pocos y que los vuelve aves libres en el cielo matutino de la montaña. El yo ama eso, ama esa libertad de ánimo, la niega y la ama y la desea como yo.

Luego, ama todos los aspectos que la hacen esencialmente humana, su calidad de mujer, de madre, de familiar, de principio creador, de todo lo que valora porque no tiene y que niega para recordarse a sí mismo que existe. Negando en ella, quitando en ella lo que es, la vuelve absoluta, total, completa y recupera todo lo que perdió. 

Me causa ternura que la ame como es, me causa ternura que acepte que es pura y que es impura, que es lo que es con sus glorias y con sus miserias, que en definitiva es. Me gusta Bandeira, con su renunciamiento final cuando entra en el universo del poema su afirmación total, poderosa, fuerte, explícita: Lo que adoro en ti es la vida. La vida que él teme, la vida que no se atreve a vivir, que se le escapa, que no entiende, que no acierta a poner en ningún lugar. Pobre Bandeira, pobre de mí, vivos los dos y ciegos. Vivos los dos en una vida que nos lastima y que nos consuela.