martes, 4 de octubre de 2011

Capitana de destino.

La existencia  es una sucesión de esperas. Esperamos  crecer, esperamos encontrar el amor, el disparo de nieve, diría Silvio, que nos muestre la revelación final, guardiana del supremo secreto: qué hacer con esto que se llama vida y que nos tocó en suerte, qué hacer con las horas muertas que se van irremediablemente.

He conocido a pocos capitanes de destino y todos ellos tan perdidos como yo. Y también he conocido a perdidos auténticos que estaban infinitamente mejor ubicados en tiempo y espacio que yo. He conocido tanto, en realidad. He caminado tanto… y siempre llena de incertidumbres, sin embargo avanzando siempre, hacia algún lugar en el horizonte.

Mil veces he querido retener a las horas entre mis manos, para que no se fueran, para perpetuar lo perpetuable, lo inmenso, lo no efímero. Miles de veces quise eternizar  las horas que creía seguras, en las que yo cobraba corporeidad  y las incertidumbres se transformaban en piedras de un collar que podía sacarme según me pluguiera. Alargar el tiempo, ponerle nombre a las horas conocidas para poder llamarlas a mi lado cuando el recuerdo me ardiera y necesitara consuelo, para cuando me sintiera tan tonta y tan triste como hoy, por ejemplo. Ser dueña de las horas, eso quise. Claro que no sólo yo deseé conocer el rostro del tiempo. Olga Orozco también, claro, pero con el filo agudo de su palabra que lastima como un puñal afiladísimo, con la sólida estructura de sus poemas, con la tenue tristeza que empapa sus imágenes.

Para este día
Reconozco esta hora.
Es esa que solía llegar enmascarada entre los pliegues de otras horas;
la que de pronto comenzaba a surgir como un oscuro arcángel detrás de la neblina
haciendo retroceder mis bosques encantados,
mis rituales de amor, mi fiesta en la indolencia,
con sólo trazar un signo en el silencio,
con sólo cortar el aire con su mano.
Esa, la de mirada como un vuelo de cuervo y pasos fantasmales,
que venía de lejos con su manto de viaje y las mejillas escarchadas,
y se iba bajando la cabeza, de nuevo hasta tan lejos
que yo buscaba en vano la huella del carruaje en el pasado.
Hora desencarnada,
color de amnesia como dibujada en el vacío del azogue,
igual que una traslúcida figura enviada desde un retablo del olvido.
¿Y era su propio heraldo,
el fondo que se asoma hasta la superficie de la copa,
la anunciación de dar a luz las sombras?
No supe descifrar su profecía,
ese susurro de aguas estancadas que destilan a veces los crepúsculos,
ni logré comprender el torbellino de plumas grises con que me aspiraba
desde un claro de ayer hasta un vago anfiteatro iluminado por lluvias y por lunas,
allá, entre los ventisqueros del irreconocible porvenir;
aquí, donde ahora se instala, maciza como el demonio del advenimiento,
en su sitial de honor en medio de la asamblea de otras horas, pálidas, transparentes,
y me dice que mis bosques son luces extinguidas y aves embalsamadas,
que mi amor era erróneo, como un espejo que se contempla en otro espejo,
que mi fiesta es un cielo replegado en el sudario de mis muertos.
Y se queda esta vez, sin bajar la cabeza.

Olga Orozco es una capitana de destino, la más insigne, la más clara, la más atrozmente lúcida. Ella sabía... como yo, que he visto, también,  a esa hora a la cara y también me ha dicho que mis bosques eran luces extinguidas.. Peor aún, me dijo que yo misma las había apagado. También embalsamó mis recuerdos, me retrucó lo erróneo de mi amor y me plantó un espejo a la cara, para mirarme, para mirarla. Nos reconocimos, nos observamos fijamente y, como siempre, fui yo la primera en bajar la cabeza.

domingo, 4 de septiembre de 2011

De extrañamientos.

TE extraño al límite de lo imposible

al límite de lo inenarrable

al límite en que los objetos pierden sus formas

y las estrella, su brillo.

Te extraño imposiblemente, inútilmente

con la imposibilidad absurda de los barcos que están lejos

con la necesidad preñada de pesadillas.

Te extraño hasta que el extrañar deja de tener sentido

y se vuleve un sonido hueco, vacío, yermo.

Te extraño como te extrañaré siempre: lejano, ajeno, mío, distante, perdido.

jueves, 1 de septiembre de 2011

Sonidos.

Suenan las noches y las cosas
suenan como gotas de agua clara
en un desierto de piedra.


Suenan las noches y las cosas
y suena mi alma
grave, augusta, vuelta noche también.

Suenan las noches y las cosas
y yo sueño con ellas.

domingo, 28 de agosto de 2011

Murakami y los tatuajes en el alma.

Acabo de terminar de leer a Murakami. Afterdark. Cuánta desolación y cuánta belleza… Me llevó al Japón nocturno, podrido, lleno de basura: desechos humanos y humanos desechables. Basura, oscuridad, mal olor, tristeza, soledad… Como siempre, esos personajes inverosímiles pero más reales que la gente que me rodea, más reales que yo que estoy empezando a creer que no existo sino como una idea o como estas frases que escribo.

Prostitutas chinas, mujeres que huyen de la mafia, una ex-luchadora de lucha libre que trabaja como gorila en un albergue transitorio, un músico desgarbado que piensa que la realidad es un pulpo negro que nos traga, un empleado perverso, una mujer que duerme desde hace dos meses y una jovencita que intenta entender su vida, su mundo, el mundo, la vida y la realidad que la rodea a partir de un cambio de escenario, de una búsqueda de lo interior desde lo exterior. Leer a Murakami, así, de una sentada fue como recibir un golpe: todos estamos solos y sólo podemos sobrevivir. La vida es una eterna carrera por la supervivencia, por alejarnos de la soledad, por intentar conectarnos con otros. Eso me contó Murakami y yo le creí. Le creí porque me dijo:

¿Sabes? Nuestra vida no se divide entre la luz y la oscuridad. No es tan simple. En medio hay una franja de sombras. Distinguir y comprender esos matices es signo de una inteligencia sana. Y conseguir una inteligencia sana requiere, a su modo, tiempo y esfuerzo.

Yo sé de tiempos y de esfuerzos y también sé del viaje entre la luz y la oscuridad buscando, siempre buscando algo que me anclara en alguno de los dos lugares. No sé si lo he encontrado, no sé si tengo ganas de seguir buscando… Tal vez yo misma soy un personaje de Murakami y alguien me lee y se pregunta si seguiré transitando un camino de desencuentros, como todos estos seres que entraron por mi retina a mi cabeza y de allí a mi corazón. ¿Me olvidaré de la luchadora con el cuerpo roto y el alma intacta que sigue creyendo en la justicia, aunque no se refiera a la justicia tradicional? ¿Me olvidaré del juego de oposiciones que hacen Mari y Eri Asai: la bella y la fea, la inteligente y la tonta, la que vive en la luz y la que vive en su sombra? ¿Me olvidaré de los cuervos del amanecer jugando una carrera contra la descomposición? No podría. Esas cosas tiene Murakami, una vez que se te mete en el alma es como un exótico tatuaje japonés que uno lleva pintado del lado de adentro del cuerpo, sobre el alma, donde lo inmaterial se vuelve realidad y la realidad se vuelve nada.

sábado, 13 de agosto de 2011

Manuel Bandeira y la vida

Manuel Bandeira, nativo de Recife, escritor traspasado por la melancolía,  tal vez por saborear la saudade brasileña desde su origen, tal vez por su profesión de enfermo crónico, tal vez porque descubrió temprano que vivimos en un mundo de desencuentros, de soledades. Seguramente entendió que buscando la luz se encuentra la muerte. Me gusta Bandeira. Me gusta mucho. Compartimos, quizá esa profunda idea de que la vida no es más que un transitar hacia la nada. Es probable que entienda como yo, que sólo tiene valor lo que hacemos por otros aunque los otros piensen que sólo necesitan del agua y del sol para estar vivos.

Quizá nos una la claridad ante la existencia, la que nos dice que simplemente hay que vivir, observar la vida y dejar que todo discurra como el agua entre las piedras de un arroyo. Por supuesto qué él lo dice infinitamente mejor que yo:

Madrigal melancólico

Lo que yo adoro en ti
No es tu belleza.
La belleza es en nosotros donde existe.
La belleza es un concepto.
Y la belleza es triste.
No es triste en sí,
Sino porque hay en ella de fragilidad e incertidumbre.

Lo que yo adoro en ti.
No es tu inteligencia.
No es tu espíritu sutil,
Tan ágil y tan luminoso.
-Ave libre en el cielo matutino de la montaña.
No es tu ciencia
Del corazón de los hombres y las cosas.

Lo que yo adoro en ti
No es tu gracia musical,
Sucesiva y renovada a cada momento,
Gracia aérea como tu propio pensamiento,
Gracia que perturba y que satisface.

Lo que yo adoro en ti
No es la madre que ya perdí.
No es la hermana que ya perdí.
Y mi padre.

Lo que yo adoro en tu naturaleza
No es el profundo instinto maternal
En tu flanco abierto como una herida.
Ni tu pureza. Ni tu impureza.
Lo que yo adoro en ti -¡Lastímame y consuélame!
Lo que adoro en ti es la vida.

Extraña forma de enumerar todo lo que adora en la mujer amada, lo niega para reafirmarlo. Como la naturaleza humana… negamos lo que más queremos, combatimos lo que más deseamos, admiramos lo que defenestramos. Ese es un principio de la existencia: vivir de opuestos, crecer de opuestos, fabricarnos a partir de los opuestos. Y Bandeira lo hace bien, muy bien… Lo que yo adoro en ti no es la belleza que es un concepto y existe en nosotros y es frágil e incierta. La belleza es inquietante, perturbadora y triste, triste, triste por cuanto no es una, porque es infinita, porque tiene matices y cuanto más me acerco a ella, más se dispersa en haces de diversos colores y formas. Como él, creo que al final la tristeza de lo inasible me domina, pero es una tristeza dulce, como un dolor buscado y apreciado. Nuevo y antiguo a la vez. Pero en definitiva, el yo lírico del poema adora en ella que sea bella con su belleza triste e imposible de aprehender.

Sigue en su negación de lo que ama y que por lo tanto funge como un refuerzo al decir que no ama en ella ni  su inteligencia ni su espíritu sutil. Cómo me gusta eso… La sutileza del espíritu es algo que no percibo desde hace tiempo y si lo hago, es un rapto fugaz, un segundo que se me niega. La sutileza del espíritu es una capacidad que poseen pocos y que los vuelve aves libres en el cielo matutino de la montaña. El yo ama eso, ama esa libertad de ánimo, la niega y la ama y la desea como yo.

Luego, ama todos los aspectos que la hacen esencialmente humana, su calidad de mujer, de madre, de familiar, de principio creador, de todo lo que valora porque no tiene y que niega para recordarse a sí mismo que existe. Negando en ella, quitando en ella lo que es, la vuelve absoluta, total, completa y recupera todo lo que perdió. 

Me causa ternura que la ame como es, me causa ternura que acepte que es pura y que es impura, que es lo que es con sus glorias y con sus miserias, que en definitiva es. Me gusta Bandeira, con su renunciamiento final cuando entra en el universo del poema su afirmación total, poderosa, fuerte, explícita: Lo que adoro en ti es la vida. La vida que él teme, la vida que no se atreve a vivir, que se le escapa, que no entiende, que no acierta a poner en ningún lugar. Pobre Bandeira, pobre de mí, vivos los dos y ciegos. Vivos los dos en una vida que nos lastima y que nos consuela.

miércoles, 20 de julio de 2011

Si el sentido se fuera a la tierra de nadie.

Pienso. Reposo. Vivo. Soy parte de un mundo fantástico hecho de luz, sol, música y de palabras. Todas las palabras del idioma,  del infinito viven dentro de mí. Me lleno de palabras [como diría Neruda] las disfruto, las repito, viven en mi circunferencia [Como diría Emily Dickinson] Palabras…Todas ellas forman mi pensamiento, son mi pensamiento, son lo que soy.

Esa infinita sucesión, eterna sucesión de sonidos con sentido y con forma, son mi esencia: crean la magia que habito, crean el mundo de belleza en el que me gusta quedarme adormecida, acariciada tibiamente por las redondeces de las letras y detenida, ingrávida, por los signos de puntuación. Palabras… Me gustan  las de furia, con sus sonidos vibrantes, con su tono lacerante, con su forma compacta de pararse ante la vida. Me gustan las que emocionan, las que se meten en mi corazón y lo habitan por días y días volviéndolo su escudo y su cuna. Me gustan las tristes, las que se leen entre lágrimas, con el sabor salobre de la derrota en los labios y el paladar. Me gustan todas porque en ellas me reconozco. Y el miedo, entonces, me aborda… ¿Y si se acabaran? ¿Si dejaran de darme de beber de su cántaro fresco? ¿Si perdieran el camino del sentido y se fueran, extraviadas, por un bosque mudo, por una autopista de silencios y de asfalto? ¿Qué sería de mí? Esa desesperada visión del mundo me trajo, entonces, a César Vallejo, con su dolorosa pobreza, con su atroz soledad, con su verbo afilado como cuchillos que abren las cicatrices del alma. Vallejo y su voz andina, vencida de fracasos,  escribió:

Y SI DESPUÉS DE TÁNTAS PALABRAS...

¡Y si después de tantas palabras,
no sobrevive la palabra!
¡Si después de las alas de los pájaros,
no sobrevive el pájaro parado!
¡Más valdría, en verdad,
que se lo coman todo y acabemos!

¡Haber nacido para vivir de nuestra muerte!
¡Levantarse del cielo hacia la tierra
por sus propios desastres
y espiar el momento de apagar con su sombra su tiniebla!

¡Más valdría, francamente,
que se lo coman todo y qué más da...!

¡Y si después de tanta historia, sucumbimos,
no ya de eternidad,
sino de esas cosas sencillas, como estar
en la casa o ponerse a cavilar!
¡Y si luego encontramos,
de buenas a primeras, que vivimos,
a juzgar por la altura de los astros,
por el peine y las manchas del pañuelo!
¡Más valdría, en verdad,
que se lo coman todo, desde luego!

Se dirá que tenemos
en uno de los ojos mucha pena
y también en el otro, mucha pena
y en los dos, cuando miran, mucha pena...
Entonces... ¡Claro!... Entonces... ¡ni palabra!

¿Por qué no sobreviviría la palabra? Porque la asesinamos día a día en un discurrir de vulgaridad y de ausencia. La palabra se muere de falta de metáfora, de falta de un poco de amor que la mantenga viva. Haber nacido para vivir nuestra muerte… Es que tal vez el sentido completo de la vida se alcance cuando cruzamos hacia donde las palabras ya no pueden seguirnos y se quedan aquí desvalidas, despojadas del corazón que recubrían, como cascaritas arrojadas a los pies de gigantes de barro… ¿Y si decidieran emigrar a otro universo en donde se las cuidara y se las mimara y se las reconociera? ¿Qué nos quedaría entonces? Quedaría una existencia huérfana, una realidad desvaída porque no tendríamos sinónimos para inundarla de color, para embellecerla y salvarla de la brutalidad cotidiana. Y, definitivamente, tendría en uno de mis ojos mucha pena y también en el otro, mucha pena y en mis dos ojos, cuando miraran, mucha pena y entonces, bueno, entonces silencio… y pena. 

jueves, 23 de junio de 2011

Sigo siendo la mitad de una frase.

Terminé de leer un libro hermoso. Tan hermoso como la luz dorada de una puesta de sol, tan hermoso como el aire limpio luego de un chaparrón vespertino, tan hermoso como la negra inmensidad de la noche.

Se llama UNA NOCHE SIN LUNA, de DAI SIJIE, escritor chino que escribe en francés. Durante los pocos días que me acompañó este libro a todos lados, fui volviendo a la belleza de los idiomas, de las palabras, de los significados. Fui metiéndome en un intrincado laberinto de poesía que me deslumbraba en cada página. El argumento es muy simple: la búsqueda de la mitad de un sutra budista extraviado,  escrito en tumchuq, una lengua muerta de un reino desaparecido y el triste destino de un padre y un hijo que buscan esa mitad perdida durante toda su vida compartiendo el mismo final.

Simple.

Tan simple que el desenlace  me dejó sin aliento  y una indescriptible oleada de belleza  me traspasó inundándome de luz. Llevándome a mil reflexiones diferentes, desencadenando en mí un juego de asociaciones delicadas como las mariposas cuyas alas están adornadas por una forma de pico de pájaro llamada tumchuq.

Y Así leí: Lo que viví en esa época me hizo mucho bien. ¿No existe en una vida más que un solo y único amor? ¡Todos nuestros amantes, del primero al último, incluido el más efímero, forman parte de ese amor único y cada uno no es más que un aspecto, una variante, una versión particular de él? Del mismo modo que en la literatura no hay más que una sola obra maestra, a la que los diferentes escritores […] dan una forma particular.

¿Es esto la vida? ¿Una homogénea interconexión de hechos y lugares? ¿Todos somos segmentos de un mismo tapiz, único, bordado ya por el destino? ¿Soy la misma siempre o soy diversas versiones de mi misma? o lo que es más complejo: ¿soy la misma siempre o soy diferentes versiones de mujeres que tienen un mismo destino?… ¿Qué soy entonces, quién soy? ¿Hasta dónde decido mi vida?  Así seguí pensando y experimentando una gama sutil de emociones que coexistieron en mí durante muchas horas. Quizá todos seamos la mitad de un sutra que forma parte de un todo inmenso, monumental, eterno que no podemos abarcar y que nos dejará siempre con esta parte incompleta de nosotros mismos esperando que alguien la finalice, la cure, la complete, la singularice y le devuelva su significado completo.

Aquí sigo mientras tanto con la mitad de las frases que me tocó en suerte. Quizá  la otra mitad que complete mi sentido aún está perdida o ni siquiera es consciente de que solo existirá a mi lado. Mientras tanto, me sigo sintiendo como ese barquito que según la novela: avanza, se pierde y sigue avanzando en un inmenso océano y yo agrego, que se denomina vida.