jueves, 28 de octubre de 2010

Los que no saben de la enfermedad de Dios.

Hoy no quiero, no. No quiero.  No quiero que el mundo se vuelva a mirarme. No. No quiero que las palabras hagan su intento vano de arrastrar significados de unos a otros como hormiguitas laboriosas. No quiero que la muerte llegue. No quiero que el amor se vaya. No quiero que la noche apague con su sombra a la luz.

No quiero… y en este negar me acuerdo de César Vallejo, para mí, un poeta que supo entender la negación, la imposibilidad de que las cosas le fueran bien. Un poeta que pudo traducir al que siempre pierde, por norma, por obligación.

Nacido en Perú y renacido en España donde tomaron fuerza sus letras y sus negaciones, nos deja un canto al dolor, al aceptar que para algunos, la felicidad es imposible y no hacer de eso un cataclismo. Es un poeta de aceptación y de una lucidez extraordinaria para entender su realidad inmediata y volverla poesía:

    ESPERGESIA

Yo nací un día
que Dios estuvo enfermo.
Todos saben que vivo,
que soy malo; y no saben
del diciembre de ese enero.
Pues yo nací un día
que Dios estuvo enfermo.
Hay un vacío
en mi aire metafísico
que nadie ha de palpar:
el claustro de un silencio
que habló a flor de fuego.
Yo nací un día
que Dios estuvo enfermo.
Hermano, escucha, escucha...
Bueno. Y que no me vaya
sin llevar diciembres,
sin dejar eneros.
Pues yo nací un día
que Dios estuvo enfermo.
Todos saben que vivo,
que mastico... Y no saben
por qué en mi verso chirrían,
oscuro sinsabor de féretro,
luyidos vientos
desenroscados de la Esfinge
preguntona del Desierto.
Todos saben... Y no saben
que la luz es tísica,
y la Sombra gorda...
Y no saben que el Misterio sintetiza...
que él es la joroba
musical y triste que a distancia denuncia
el paso meridiano de las lindes a las Lindes.
Yo nací un día
que Dios estuvo enfermo,
grave.

¿Quién como él puede tener el valor para decir “mi vida es un horror alejado de la felicidad”? ¿Quién tiene el suficiente coraje para decir “considérenme una abominación, un error de la naturaleza porque nací un día en que Dios estaba en otra cosa”? César Vallejo tiene el valor y el coraje para hacerlo: “Yo nací un día en que Dios estuvo enfermo, grave”. César Vallejo tiene la honestidad de verse a sí mismo tal cual es, sin endulzarse o justificarse: “Todos saben que vivo, que soy malo; y no saben del diciembre de ese enero.” Y no lo sabremos… Este yo lírico esconde algo tan atroz que teme contarlo, no por lo que se pueda pensar de él sino porque no seremos capaces de soportar esa verdad. Entonces, no quiere ponernos en la amarga tarea de conocer los hechos porque es probable que nuestra mente no pueda abarcar la totalidad de su maldad; la desesperación de ser el único ser lúcido, tal vez, que puede verse a sí mismo con total sinceridad y crudeza.

Cuán angustiante puede ser para alguien tener conciencia plena de lo que es: “Hay un vacío en mi aire metafísico que nadie ha de palpar:el claustro de un silencio que habló a flor de fuego.” ¡Cuán aterrador puede ser para uno mismo verse sin atenuantes, verse tan materia prima…!

Me emociona Vallejo, me emociona hasta el dolor. Porque  mientras yo niego, él expone. Cuando yo oculto por vergüenza, el exponer por honestidad. Si yo callo por falta de argumentos, el calla por piedad pues  descubrió que la vida es tan atroz que prefiere evitarnos la pena de tener que vivir conociéndola en su completa magnitud: “Todos saben... Y no saben”

domingo, 24 de octubre de 2010

En incomunicarme, mundo ¿Qué interesas?

Los deseos son regalos que nos da la vida para llenarnos de esperanza. Siento un deseo intenso de que las palabras broten una tras otra de mí y que cumplan con su cometido y con mi necesidad: crear un puente con el mundo, crear un lazo hecho de grafemas, de significados. Vivimos en un mundo tan individualista, tan desesperadamente egocéntrico que el contacto con otros es, definitivamente una ilusión.

¿Seré utópica? ¿Será tan complejo poder llegar a otros y dejar que otros lleguen a mí? Lógicamente, mi  deseo de comunicación está orientado al enriquecimiento mutuo a través de la belleza; porque, lamentablemente, escuchar banalidades es tortura de todos los días, escuchar verdades es un sueño poco probable, escuchar bellezas es  imposible.

Este deseo mío de comunicarme, esta reflexión sobre la necesidad de establecer un nexo con otros  me convierte en una rara avis. A veces siento que una pequeña minoría pretende  entenderse y pienso en una multitud de poetas (no porque yo lo sea; sí porque ellos supieron traducir lo que yo siento) que se sintieron fuera de lugar, de situación, de momento:

En perseguirme, mundo, ¿qué interesas?
¿En qué te ofendo, cuando sólo intento
poner bellezas en mi entendimiento
y no mi entendimiento en las bellezas?

Yo no estimo tesoros ni riquezas,
y así, siempre me causa más contento
poner riquezas en mi entendimiento
que no mi entendimiento en las riquezas.

Y no estimo hermosura que vencida
es despojo civil de las edades
ni riqueza me agrada fementida,

teniendo por mejor en mis verdades
consumir vanidades de la vida
que consumir la vida en vanidades.

Aquí la voz de una incomprendida Sor Juana, una atormentada Sor Juana que se debatía entre el ser y el deber, entre Dios y las letras, entre el amor y el castigo eterno grita desde el silencio de su celda su deseo de que las cosas sean de otra manera. De que alguien pudiera entenderla, pudiera establecer un contacto comunicativo que fuera más allá de lo que era, una monja; y la viera en su total desnudez y en su completa verdad: una mujer poeta.

“En perseguirme, mundo ¿Qué interesas?”  Qué maravilla de queja contra el orden establecido, contra la sociedad de la época, contra la falta de sensibilidad de la clase dominante: “¿En qué te ofendo cuando sólo intento poner bellezas en mi entendimiento?”.

¿En qué ofendemos al mundo cuando buscamos intercambiar belleza? me pregunto. En todo. La belleza está escondida, la vulgaridad reina, la ignorancia domina. La sutileza está aislada en un rincón, el refinamiento está encerrado en el sótano, la cortesía muere de desesperación. De esa forma, es más fácil vender, engañar, dominar, pisotear, imponerse.

Actualmente, la tecnología es la felicidad, la inmediatez de la información  nos consume en una multiplicidad de datos que no podemos procesar y en el que el tiempo para pensar no existe y la forma del mensaje se reduce prácticamente a un único modelo. Aún así, existimos  seres que seguimos buscando la belleza. La necesitamos porque ¿cómo podemos soportar la vida sin ella?

No soy apocalíptica. Creo en la educación, creo en el hombre, creo en que al arte no lo pueden matar, que la belleza siempre encuentra el resquicio que necesita para llegar a la superficie. Creo en nuevas generaciones de pensadores, en la sangre joven que tiene mucho para dar. Creo en que mi lamento desesperado será oído por otros que quieren lo mismo que yo: comunicarse en un nivel en que la belleza sea el puente. Pero, para eso necesitamos de la palabra. Creo en Blas de Otero llorando ante su tierra vasca, desangrada y partida por Franco, obligada a callar su idioma natural cuando decía:

EN EL PRINCIPIO

Si he perdido la vida, el tiempo, todo
lo que tiré, como un anillo, al agua,
si he perdido la voz en la maleza,
me queda la palabra.

Si he sufrido la sed, el hambre, todo
lo que era mío y resultó ser nada,
si he segado las sombras en silencio,
me queda la palabra.

Si abrí los labios para ver el rostro
puro y terrible de mi patria,
si abrí los labios hasta desgarrármelos,
me queda la palabra.

Nos queda la palabra a los creemos que es ella la  hacedora de  milagros, la hermanadora universal, la liberadora. Nos queda la palabra a los que aún pensamos que los deseos son los regalos que la vida les otorga a los que, como Sor Juana pretendemos poner bellezas en nuestro entendimiento. Nos queda la palabra y la ilusión de creer que los deseos que nos regala la vida aún pueden cumplirse aunque no se nos vea en nuestra completa desnudez y ya no vengan envueltos en estrellas fugaces (¿O sí?)

miércoles, 20 de octubre de 2010

La cama y el mundo.

Vivo en una realidad tan ríspida que la poesía se muere. No hay lugar para la poesía en mi sociedad, en mi entorno, en mi siglo, creo. Lentamente, la belleza de las palabras se va muriendo, agoniza en la limitación del vocabulario, en la falta de expresión, en el desinterés. Qué pena.
Las palabras se mueren. Se olvidan. Se las va enmudeciendo para siempre. Por eso surgen los pseudopoetas como varios cantautores que conozco que creen que la vulgaridad es poesía, que la repetición es metáfora, que la cursilería es la clave. Puede que tengan razón, porque son ricos gracias a la desesperada necesidad de la gente de escuchar palabras que no sean cotidianas.
Necesitamos de las palabras como del agua, como de los alimentos. Necesitamos de la belleza como del aire y muchos no lo saben.

La belleza es simple y la poesía también lo es. Simple y bella y necesaria y fundamental en la vida de la gente, aunque no lo reconozcan, no lo sepan.

La sociedad, el mundo agoniza de poesía, agoniza de significados, muere por falta de metáforas, se derrumba porque el lenguaje figurado es un derecho al que pocos acceden.

Sin metáforas el pensamiento se vuelve chato, simple, unidireccional. Pero eso, tampoco significa que hay que leer a Borges o a Nietzsche todo el tiempo para poder encontrar un significado distinto a la realidad habitual.

En Cuba, nació José Angel Buesa en 1910. Escritor perseguido por Castro, redactor de radio, se fue de Cuba para morir como un fantasma en otra isla del Caribe. Buesa es uno de los poetas olvidados, uno de los primos pobres que se recibe por la puerta trasera, de los que no se hablar.

No es un poeta político o filosófico. No busca la metáfora compleja. No pretende el verso retorcido. No.

CANCIÓN NOCTURNA

A los pies de tu cama, como un perro,
se echó mi corazón.
                    Noche tras noche
gime calladamente su reproche
y sufre injustamente su destierro.
Allí está. Nada importa que lo aparte
tu pie pequeño y cruel.
                  Allí, en la sombra,
calla el grito de amor con que te nombra,
para no despertarte.
Noche tras noche, hasta que llega el día,
gime un reproche y sufre su destierro.
Tú no lo sabes, —nadie lo sabría.
Y a los pies de tu cama, como un perro,
mi corazón espera todavía.

 

Simple. Los versos discurren simplemente como un cauce de agua fresca, sin grandes estallidos de pasión, sin sufrimientos desmedidos. Sencillo, sutil pero necesario, muy necesario para una humanidad que dejó caer el corazón y la poesía  a los pies de la cama…

viernes, 15 de octubre de 2010

Porque las palabras a veces...

A veces no se pueden usar las palabras para construir mundos. Simplemente es imposible.Hoy no puedo construir nada con ellas:

porque me duele el tiempo que se va dejando huellas
porque detrás de una sonrisa muchas veces se esconde un puñal
porque la noche encierra mil historias pero no puedo escucharlas
porque la honestidad se juega al mejor postor
porque un triunfo que duele tanto, no produce alegría
porque la adversidad, a veces, se toma la vida y aplasta los sueños
porque la tormenta tiene tu voz y tiene tus ojos
porque los besos no son suficientes para convertirse en un escudo ante la angustia
porque la verdad pierde valor
porque el dolor gana terreno
porque la alegría se esconde a llorar
porque el odio compró boleto en primera fila y disfruta del espectáculo que representan los hombres arrancándose el corazón unos a otros
porque todo lo que toco me recuerda a tu piel
porque la inocencia actúa de estrella central en una película porno...

Por todo eso hay días en que las palabras pierden valor, pierden significado y se vuelven espinosas, afiladas,lacerantes. Esos días me alejo de ellas. Un poco, lo suficiente para que me lastimen sin desangrarme, me duelan sin golpearme, me busquen sin encontrarme. Todavía puedo borrarlas a todas y empezar de nuevo. Todavía puedo elegir.

lunes, 11 de octubre de 2010

Otra vez el mar.

Estuve en el mar. En la playa. Disfruté pensando en la eternidad del océano. El mar ha fascinado a generaciones de poetas, de escritores, de músicos, de artistas...
Ulises Adsuara, el personaje principal de una novela de Manuel Vincent que se llama Son de Mar, se va a pescar el primer atún de la temporada, en un bote, casi sin saber navegar. Tarda 10 años en regresar y cuando vuelve, luego de saciarse de la hembra caprichosa que representa para él la mar, fascinado, cansado y nuevo, retorna a la isla de la que partió. Ya no es el mismo, ni el color de sus ojos es el mismo y es ahí cuando confiesa que se fue a buscar lo que siempre tuvo a su lado: su mujer Martina.

El mar lo hipnotizó, como a tantos antes que a él, como a tantos después que a él.

Estuve en el mar. Hoy. También sentí el implacable deseo de navegarlo, de perderme en las olas sin tiempo y sin destino fijo.
El mar es como yo: que soy variable; que nunca me detengo; que estoy en constante devenir; que no puedo pensar si quiera en lo cotidiano; que me guío por la luna, por el instinto, por el capricho; que pago caro, a veces, como el mar cuando lo limitan con paredones, todos mis excesos.
POdría citar a miles de poetas, narradores, dramaturgos, ensayistas que le escriben al mar. Hago un corte en todo ese inmenso universo de palabras y cito a Borges:

"Ya no seré feliz. Tal vez no importa.
Hay tantas otras cosas en el mundo;
un instante cualquiera es más profundo
y diverso que el mar. La vida es corta
y aunque las horas son tan largas, una
oscura maravilla nos acecha,
la muerte, ese otro mar, esa otra flecha
que nos libra del sol y de la luna
y del amor. La dicha que me diste
y me quitaste debe ser borrada;
lo que era todo tiene que ser nada.
Sólo que me queda el goce de estar triste,
esa vana costumbre que me inclina
al Sur, a cierta puerta, a cierta esquina"

Este poema es tan melancólico, es tan en carne viva. El poeta sabe que solamente le queda la posibilidad de la tristeza y la acepta. Las horas son largas, la vida es corta. Espera vivir por instantes porque un instante es más diverso, dice él, que la profundidad del mar.
Sólo le queda la tristeza y la muerte. POrque está más triste desde que ella apareció en su vida y se fue, porque está más triste desde que entendió que la vida podía ser otra cosa...

La tristeza y la muerte y el mar que es otra muerte que lo salva del amor. Es tanta la angustia, es tanto el dolor, que el amor se vuelve una amenaza, un sentimiento que debe ser suprimido porque no hay otra salida. El amor que es maravilloso se vuelve un espanto, un sufrimiento que solo puede ser acallado con algo más espantoso aún: la muerte que es otro mar, transfigurado, aparentemente idéntico al que conocemos pero diametralmente opuesto. No es diverso, es oscuro,lúgubre, sin amor pero tan inquieto y eterno como el otro: el luminoso, el diverso, el que está en el mundo como una cosa más.

Hoy estuve en el mar. En la playa y creí escuchar por un momento, cuando en un segundo el resto de los sonidos se apagó, la voz de Machado, frente a un mar que lo miraba con ojos de extranjero:

"Señor, ya me arrancaste lo que yo más quería.
Oye otra vez, Dios mío, mi corazón clamar.
Tu voluntad se hizo, Señor, contra la mía.
Señor, ya estamos solos mi corazón y el mar."

jueves, 7 de octubre de 2010

Parole, parole, parole.

Es extraño el mundo de las palabras…  Usamos las palabras para construir mundos que ayudan a interpretar nuestra realidad. Debe ser una perífrasis humana para salir de nosotros y volver a nosotros pero interpretados. Eso ocurre, por ejemplo, con los cuentos tradicionales, los cuentos que venimos escuchando y contando desde que somos niños.

Se necesita de los cuentos para poder entender el mundo, para poder asirlo, interpretarlo, darle una explicación más racional al cúmulo de hechos que muchas veces nos asfixian. Lo interesante de todo esto es que lo que estructura nuestro pensamiento desde pequeños son invenciones; bellas invenciones, maravillosas mentiras que nos cuentan primero, que leemos después y que contamos con la misma fe con que las escuchábamos.

Recuerdo el primer cuento de mi vida. Transcurría en Mozambique o Singapur o alguna de esas ignotas y lejanas ciudades- Era un mercader que tenía tres hijas y cada una le pedía un regalo que el padre les traería cuando volviera de un viaje. Una pidió perlas, otra no me acuerdo qué y la tercera, la menor y la más amada pidió flores. La cosa es que el comerciante en cuestión conseguía todo menos las flores y se metía en un jardín para cortarlas sin permiso y lo atrapaba el dueño que resultó ser un hombre soltero y solo y debía dejar a su hija a cambio de las flores y al final todos se amaban y terminaban felices. ¿ Conclusión? Amé esa historia con pasión. La leí hasta el cansancio (la tapa del librito barato comprado en un kiosco de diarios era del mismo verde de esta página), hasta que las hojas se rompieron y las perlas de la hermana mayor ya se habían desgastado.  Aprendí sobre el amor, sobre la paciencia, sobre la espera, le di mi primera interpretación a la soledad, reinventé mi idea de la paternidad, supe lo que era la desesperación, conocí la envidia (porque no dije que las hermanas mayores sentían envidia por el amor que el padre profesaba a la más pequeña) y vislumbré el “vivieron felices para siempre”.

Paradójico, no recuerdo el nombre del cuento, no recuerdo el autor, no recuerdo con exactitud ni el lugar en el que transcurrieron los hechos pero sí recuerdo las palabras, esas torpemente leídas primeras palabras llenas de significados nuevos, constructoras de asociaciones, embellecedoras de la realidad.

Después vinieron toneladas de palabras y de historias que llegaron con los años: las buenas, las malas, las prohibidas, las superficiales, las hirientes, las falsas, las cariñosas,las verdaderas, las inútiles, las consoladoras, las irritantes… Todas las palabras llegaron a mi vida y a todas, les di una ubicación de privilegio.

Ahora soy más selectiva con algunas de ellas: les doy el lugar que se merecen pero debo confesar que me siguen fascinando y creo que mientras produzcan eso en mí, aún puedo salvarme.

sábado, 2 de octubre de 2010

la celebración de la celebración.

Estuve triste y alejada. Las palabras no eran suficientes para drenar mi tristeza, para que se decantara gota a gota. Estuve triste, sí, y sólo pensaba desde la tristeza. Fue entonces cuando vino a mi mente un maestro de maestros. El escritor que escribe para mí. El que conocce cómo me gustan que sean las palabras y las escribe como yo quiero, el que inventa historias y cuenta otras que vio, que vivió, que sufrió con cada centímetro de su cuerpo.
Me refiero a Eduardo Galeano, al que América le sangra como una herida abierta. Eduardo Galeano, el itinerante, el que conoció todo mi continente a causa del sufrimiento de un Uruguay en llamas, de una Argentina ciega de odio que le escupió en la cara.
Siempre me emociona y no importa cuántas veces lo lea, no dejo de maravillarme con sus abrazos o con sus memorias del fuego o con las palabras suyas que danzan y danzan.

Tenían las manos atadas o esposadas, y sin embargo los dedos danzaban. Los presos estaban encapuchados: pero inclinándose alcanzaban a ver algo, alguito, por abajo. Aunque hablar, estaba prohibido, ellos conversaban con las manos.

Pinio Ungerfeld me enseñó el alfabeto de los dedos, que en prisión aprendió sin profesor:
-Algunos teníamos mala letra -me dijo-. Otros eran unos artistas de la caligrafía.

La dictadura uruguaya quería que cada uno fuera nada más que uno, que cada uno fuera nadie; en cárceles y cuarteles y en todo el país, la comunicación era delito.

Algunos presos pasaron más de diez años enterrados en solitarios calabozos del tamaño de un ataúd, sin escuchar más voces que el estrépito de las rejas o los pasos de las botas por los corredores. Fernández Huidobro y Mauricio Rosencof, condenados a esa soledad, se salvaron porque pudieron hablarse, con golpecitos a través de la pared.

Así se contaban sueños y recuerdos, amores y desamores: discutían, se abrazaban, se peleaban; compartían certezas y bellezas y también compartían dudas y culpas y preguntas de esas que no tienen respuestas.

Cuando es verdadera, cuando nace de la necesidad de decir, a la voz humana no hay quien la pare. Si le niegan la boca, ella habla por las manos, o por los ojos, o por los poros, o por donde sea. Porque todos, toditos, tenemos algo que decir a los demás, alguna cosa que merece ser por los demás celebrada o perdonada.

(Eduardo Galeano - "El libro de los abrazos)


Este es uno de mis abrazos preferidos. Uno de los textos que más profundamente me emocionan, sobre todo en estos tiempos en que todo se repite, en que la libertad se juega al mejor postor cada día, en que la comunicación es una jerigonza de unos pocos, en que nadie entiende lo que el otro dice, Galeano celebra a la voz humana. Siempre hay otro que quiere escucharnos, leernos, abrazarnos, sentirnos. Siempre hay otro al que le interesa lo que decimos por más simple o intrascendente que sea. A esos prefiero. A los que no necesitan grandes discursos para conectarnos, a los que una palabra les basta para entenderme. Prefiero, incluso, a los que se comunican conmigo a través de un abrazo, de un silencio, de una caricia, de una mirada sonriente.
Es cierto que necesitamos comunicarnos porque si no, no nos salvamos. Es cierto que necesitamos la voz de otro que nos saque de la angustia o nos acaricie desde la distancia. Yo creo en la voz del hombre. Yo creo en la fuerza de las palabras. Yo creo en que hay tanto que deben perdonarme como tanto que debo celebrar. Tengo mucho aún para decir y mucha más tristeza para drenar; tengo muchas preguntas que buscan respuestas y muchas más dudas que encontrarán sentido cuando pueda comunicarlas. Por ahora la comunicación no es un delito explícito y celebro eso.