jueves, 9 de septiembre de 2010

Estaba a punto de escribir algo genial. Genial de verdad... pero me atacó el sueño y como eso no pasa habitualmente me aprovecharé de él, irrefrenablemente, hasta saciarme.

miércoles, 8 de septiembre de 2010

Días D.

Hay días que se nos cruzan en la vida. Días que nacieron para complicarnos la existencia, para que nos acordemos de ellos, para que los bauticemos y digamos "hoy es el peor día de mi vida". Dias de mierda... ¿POr qué no se dejarán de jugar, esos días caprichosos, con la moral de la gente?
Los romanos tenían días fastos y días nefastos, a los primeros los marcaban ubicando piedras blancas en las puertas de sus casas; los segundos eran para olvidar... Así deberían ser siempre los días-empecinados-en-complicarnos-la-existencia. Deberían desaparecer de nuestra memoria pero, por el contrario, son los más arraigados.
Para ilustrar lo que digo, me voy al tango, lamento lleno de nostalgia por excelencia, a buscar ejemplos de días malos.
Arranco (para ir compenetrándome del lunfardo) con "La Cumparsita", música de Mato Rodriguez y letra de Don Pascual Contursi, "Desde el día que te fuiste siento angustias en mi pecho,decí, percanta, ¿qué has hecho de mi pobre corazón?" Este es un día digno de olvidar, el día del abandono. Para peor, la percanta se le fue llenándolo de angustia y el pobre coso (como diría un tanguero) ni siquiera pudo entender al amor, nunca pudo entender qué hizo mal, no fue capaz de descubrir por qué lo dejaban, ni siquiera, sabe dónde tiene el corazón.
Cadícamo y Pereyra hicieron juntos "Madame Ivonne", tango que cuenta la historia de una frencesa que abandonó su vida para seguir a un hombre que la llevó a Buenos Aires, se dedicó a la "mala vida" de los cabarulos (para seguir lunfardeando) y terminó sola, decadente, amargada y nostálgica... PObre... pero ¿quién tuvo la culpa? Veamos la letra: "Pero fue que un día llego un argentinoy a la francesita la hizo suspirar".¡Un día! Un solo día en la vida de la infortunada. ¿Se dan cuenta? La mina termina borracha, bajo el signo de la cruz del sur y sola por culpa de un único, maldito, calculador y peligrosísimo día.
¿Día fatídico? veamos lo que dice el tango "Los mareados" de Cadícamo y Cobián: "Hoy vas a entrar en mi pasado,en el pasado de mi vida...Tres cosas lleva mi alma herida:amor... pesar... dolor..Hoy vas a entrar en mi pasado y hoy nuevas sendas tomaremos..." Este último día es un presente eterno, el día en que se decreta el adiós, en que se decide que todo debe terminar irremediablemente, para siempre; las 24 horas que serán recordadas por el resto de la existencia... Tanto puede un solo día en el resto de nuestra estadía en la tierra y tal vez, si existe la eternidad, se repetirá en el pensamiento, como una cinta sin fin, sin detenerse jamás.
¿Qué puedo sumarle a lo que estos tangueros han dicho mejor que nadie? Ah, sí. Que hoy fue uno de esos días para mí y lo tuve que vivir, así, sonriendo.

lunes, 6 de septiembre de 2010

Dualidad de dualidades...

Soy Penélope, soy Marguerite Yourcenar, escribo, creo, durante la noche y destejo, borro y cambio durante el día. Soy esto de noche, soy otra de día.
¿Es la naturaleza dual la de la existencia humana? ¿Es una esquizofrenia latente? No sé. Así soy yo.
Necesito de la noche para escribir, pero también lo hago de día. Necesito el día para ser crítica, pero también critico de noche.
No sé.... Todos deben tener dos opciones para todo. No creo en las verdaddes absolutas, férreas, innegociables. Creo en el cambio, en la evolución, en la transformación continua. Si no cambio, muero. No hay sentido seguir siendo siempre igual, hacer las mismas cosas, hablar de lo mismo, ser un círculo.
Sólo le tolero eso al amor. Al amor que dicen que debe ser uno, eterno. Digo dicen porque la experiencia, aún, no me ha demostrado que sea así. Son cosas mías, esta naturaleza que el destino me ha dado... Soy una brisa que nunca se queda, que no para pero que en el fonde desea que alguna vez, alguna puta vez pueda descansar de este eterno escapar.
Soy dos. Mil. Infinitas. Soy la otra y yo.

domingo, 5 de septiembre de 2010

De Freud y otros demonios.

Me puse a pensar en todo lo que he perdido y es tanto... Es un pensamiento universal, el hombre está hecho de pérdidas y sufre por eso. Pierde afectos, pierde objetos, pierde trenes, pierde amores, pierde el tiempo. Pérdida, pérdida, pérdida. No conozco a nadie que pueda decirme que no ha perdido nada nunca, tal vez hemos nacido para perder.
La primera pérdida de la que hace acuso de recibo la Literatura es la pérdida de la niñez.Alicia en el País de las Maravillas, Peter Pan, La torre sin fin de Silvina Ocampo, Morir en Agosto de Javier Martín son ejemplos de esta situación traumática que vivimos todos y que nos afecta más o menos de acuerdo con las ganas de beberse la vida que se tenga. Cortázar toca este tema en varios de sus cuentos, en Final de juego o en Bestiario,por ejemplo. Estos niños se enfrentan al mundo tal cual es: crudo, cruel, impune y deciden actuar en él. El hecho de actuar los convierte en adultos. Actuar sabiendo las consecuencias, actuar conociendo los riesgos; la niña que dice que el tigre está en un lugar cuando está en otro, sabe lo que está haciendo, lo hace a sabiendas, para salvar a su amiga, para liberarla de esa bestia infinitamente más cruel que el tigre. En Final de Juego, la niña que acepta que el mundo es una mierda cruel, es una niña que se transforma en adulta tan rápidamente como el tren que ve pasar. Fue introducida con dolor al mundo de los grandes y entiende que eso le espera para toda la vida.
La pérdida de la niñez es una pérdida que echamos de menos de adultos, cuando muchos descubren que no se han recuperado, que toda la cadena de errores que vino después se originó allí. Freud, querido, ¡Qué sería de ellos sin vos!
Otra pérdida es la de la virginidad. Es un momento trascendental que nos marca para siempre, que nos ubica en determinado lugar. Entendemos la vida a partir de allí. Somos seres sexuales, sensuales, carnales, eróticos, genitales, animales de deseo, bestias de lujuria, entidades instintivas...
Nuestra vida adulta está cimentada sobre el sexo. La sacrificada Emma Zunz de Borges, las incómodas descripciones de las virgnidades perdidas en El Anatomista de Federico Andahazzi, la Cándida Eréndira y su abuela desalmada son terribles y tristes historias que tocan el tema desde su aristas filosóficas, prácticas o crueles. Lo cierto es que la perdemos y desde allí nos plantamos en la vida de tal o cual manera. ¡Marche con otra sesión, don Freud!
La pérdida de los afectos, de los padres, de los hermanos, de los hijos, en manos de la muerte maldita seas, te llevaste a la mi vieja, como diría el Arcipreste o como encararía Jorge Manrique es una pérdida que me causa tanto vértigo que no quiero ni comentarla.
La pérdida de la juventud, la pérdida del dinero y del estatus a manos de la Fortura ocupan también varios miles de tomos de la literatura, desde el carpe diem en adelante.
Y hablando de pérdidas... ya perdí el interés en enumerar las perdidas. Mñana serpa otro día, diría Scarlett O'Hara y me quedo con ese pensamiento...

sábado, 4 de septiembre de 2010

Esta noche al oído te diré dos palabras.

"En octubre, fue por octubre" diría Federico García Lorca, seguramente, si tuviera que hablar de ella; pero ya estaba muerto cuando Alfonsina Storni se suicidó. Ya las balas franquistas habían apagado la voz del gitano dejando un silencio en el mundo que nunca podré perdonarle a la guerra civil española. Lorca nunca pudo saber que su amiga, al otro lado del océano, un octubre, frío aún, entraba al mar para no salir.
Esta es la última de las suicidas de la que voy a hablar por ahora, no porque no me gusten sus palabras. No. SIno porque tanta muerte me aburre.
Alfonsina no es igual a las poetisas de las que hablé en mis entradas anteriores. Alfonsina fue solitaria, sí. Alfonsina fue un alma sufriente, sí. Alfonsina fue incomprendida, humillada y discriminada, sí. Pero se mató porque tenía cáncer. Se mató porque no iba a esperar a que la muerte que llevaba en el cuerpo la consumiera. Así que se internó en el mar que amaba, para morir abrazada a las olas, para vivir en la casa de coral que da a la avenida de madréporas de uno de sus poemas.
Alfonsina no es oscura para nada. En sus poemas, que tienen mucho de la herencia modernista de Rubén Darío o el tono cultista de Leopoldo Lugones, hay luz, flores, perfumes, brisas frescas que entran en la casa, mujeres vengadoras de pájaros, espíritus libres.
Leer a Alfonsina es leer a una amante desencantada de la vida pero que no está llena de amargura; una mujer que espera sin angustia. Una mujer que se atrevió a escribir poesía y vivir por ella. Fea y todo, sola y todo en un momento en que ser poeta era cosa de hombres. Levantó la voz de la sensualidad y se ubicó en la cima ingenua, dulce, etérea:

Capricho 2

Escrútame los ojos sorpréndeme la boca,
sujeta entre tus manos esta cabeza loca;
dame a beber el malvado veneno
que te moja los labios a pesar de ser bueno.

Pero no me preguntes, no me preguntes nada
de por qué lloré tanto en la noche pasada;
las mujeres lloramos sin saber, porque sí.
Es esto de los llantos pasaje baladí.

Bien se ve que tenemos adentro un mar oculto,
un mar un poco torpe, ligeramente estulto,
que se asoma a los ojos con bastante frecuencia
y hasta lo manejamos con una dúctil ciencia.

No preguntes amado, lo debes sospechar:
en la noche pasada no estaba quieto el mar.
Nada más. Tempestades que las trae y las lleva
un viento que nos marca cada vez costa nueva.

Sí, vanas mariposas sobre jardín de Enero,
nuestro interior es todo sin equilibrio y huero.
Luz de cristalería, fruto de carnaval
decorado en escamas de serpientes del mal.

Así somos, ¿no es cierto? Ya lo dijo el poeta:
deseamos y gustamos la miel en cada copa
y en el cerebro habemos un poquito de estopa.

Bien. No, no me preguntes. Torpeza de mujer,
capricho, amado mío, capricho debe ser.
Oh, déjame que ría. ¿No ves que tarde hermosa?
Espínate las manos y córtame una rosa.


Delicada. Tierna. Inocente... Todo es Alfonsina. Pero lo mejor de sus poemas es el ritmo. Tiene una clara idea del ritmo poético, sabe cómo reunir las sílabas, cómo hacer los silencios, como combinar los acentos para que leer en voz alta sea lo mismo que leer música. Es una maestra del hemistiquio. Juega con los versos: estrofas de cuatro hasta la penúltima que es de tres, para retenernos ahí, pendientes y darnos la maravillosa estrofa final en la que la amante se enjuga las lágrimas, cambia de tema y pide una rosa. Mujer de principio a fin que confiesa que es capaz de manipular, manipulando. Chapeau, dulce Alfonsina, descansa junto al arrullo eterno del mar que te cantará palabras para que duermas en paz.

viernes, 3 de septiembre de 2010

Para que no canten ellos.

Acá estoy otra vez. Hablé de Anne Sexton y del destino atroz de algunas mujeres poetas (sé que debería escribir "poetisa" pero, al fin y al cabo, este es mi mundo de palabras y uso las que quiero), poetas destrozadas por la sociedad, poetas que nunca pudieron perdonarle a la vida el haberlas hecho vivir; poetas que naciendo, ansiaron la muerte tanto, tanto, que no pudieron esperarla y fueron a su encuentro. Es el caso de Alejandra Pizarnik.
Estuve charlando con una tuitera brasileña @_Nuitt sobre Pizarnik y pensé en que podía seguir escribiendo sobre las poetas suicidas. Se suicidó, con pastillas, en el 72, luego de una temporada en un neuropsiquiátrico. Se mató porque la vida le quedaba grande y se cansó de esperar que se acoplara a ella. Fanática de Warhol, andrógina, enamorada de la mujer de Bioy Casares, Silvina Ocampo (ya hablaré de ella), derrochó su vida en torrentes de tinta que igualaban a la sangre y que competían con las lágrimas.
A Pizarnik hay que entenderla, nació Flora y se autobautizó Alejandra, ¿Cómo puede adaptarse a Buenos Aires alguien que ni siquiera está contenta con su nombre?
No la culpo. No fue fácil ser Alejandra Pizarnik. Buscó en el arte y en la música lo que el amor y las caricias no pudieron darle: una compañía, la calma, la posibilidad de entenderse a sí misma. No. No fue fácil ser Alejandra Pizarnik.
Veamos:

a Ester Singer

Vida, mi vida, déjate caer, déjate doler, mi vida, déjate enlazar de fuego,
de silencio ingenuo, de piedras verdes en la casa de la noche,
déjate caer y doler, mi vida.

¿Se puede dudar del dolor que expresa ese yo lírico que desea caer, doler, consumirse en el fuego, desaparecer en el silencio que está construido de piedras? Le ruega a la vida, no la vive. La mira desde afuera y tal vez trata de abarcarla en el momento final en que la muerte/casa-de-la noche la acoja para siempre. Paradoja interesante: será vida cuando sea muerte.


Cantora nocturna

Joe, macht die Musik von damals nacht...

La que murió de su vestido azul está cantando.
Canta imbuida de muerte al sol de su ebriedad.

Adentro de su canción hay un vestido azul, hay
un caballo blanco, hay un corazón verde tatuado
con los ecos de los latidos de su corazón
muerto.

Expuesta a todas las perdiciones, ella
canta junto a una niña extraviada que es ella:
su amuleto de la buena suerte. Y a pesar de la
niebla verde en los labios y del frío gris en los
ojos, su voz corroe la distancia que se abre entre
la sed y la mano que busca el vaso.

Ella canta.

Si no estuviera hablando de una que canta a la muerte, estos versos serían un himno a la esperanza. Los colores saturan los versos: el azul del vestido, el amarillo del sol, un caballo blanco. Aparece el verde que corre por entre los versos y toma fuerza en las palabras, hasta que, repentinamente... cae el gris de la tristeza, de la confusión, de la lluvia, de la agonía; los labios se vuelven verdes con el verde de la muerte y entra en escena, la vida; que no alcanza, que nunca fue suficiente.
La necesidad de existir que es como la sed. La intención de la muejer-que-canta es saciar la sed bebiendo agua. pero la mano no llega y se acaba el poema antes de que sea capaz de lograrlo. La intención es hacerse dueña de la existencia pero termina el poema y definitivamente, no lo ha logrado. El yo lírico queda en una eterna agonía, en el gesto de asir la nada, el aire, los sueños, la alegría, los colores, la música... Así que no le queda más que cantar. Un canto fúnebre que eriza la piel. Una melodía de ultratumba que surje por ella que no puede morir pero también por ella misma que murió en la forma de la niña.
Pizarnik. La que le canta a la muerte, la que canta para que no canten ellos, la que escribe para no morir, la que sabe que el amor es un imposible que la completaría pero que se le niega. Pizarnik la del vaso eternamente vacío, la viajera, la loca, la suicida.

jueves, 2 de septiembre de 2010

Que lo Plath no quite lo Sexton.

Soy una ciega, soy una ciega, soy una ciega me repetí mil veces cuando me di cuenta que no la había visto nunca, que había pasado a su lado incontables veces, que la había intuido, que había llegado casi hasta tocar su puerta pero no lo traspasé. Soy una ciega porque por ver a Silvia Plath nunca vi a Anne Sexton.
Fueron compañeras de taller literario. Dicen las malas lenguas de la red, que competían por el mejor poema en sus sesiones como talleristas. Compartieron la misma suerte: el suicidio y tal vez un poco del mismo desequilibrio.
Hoy volví a pensar en Sexton, la que quedó opacada ante mí por la otra, la de los globos que revientan cuando termina la infancia.
Volví a pensar en Sexton y en un poema que me martilla en la cabeza:




The ballad of the lonely masturbator
La balada de la masturbadora solitaria

The end of the affair is always death.
She's my workshop. Slippery eye,
out of the tribe of myself my breath
finds you gone. I horrify
thouse who stand by. I am fed.
At night, alone, I marry the bed
Finger to finger, now she's mine.
She's not too far. She's my encounter.
I beat her like a bell. I recline
in the bower where you used to mount her.
You borrowed me on the flowered spread.
At night, alone, I marry the bed.

Take for instance this night, my love,
that every single couple puts together
with a joint overturning, beneath, above,
the abundant two on sponge an feather,
kneeling and pushing, head to head.
At night alone, I marry the bed.

Ibreak out of my body this way,
an annoying miracle. Could I
put the dream market on display?
I am spread out. I crucify.
My little plum is that you said.
At night, alone, I marry the bed.

Then my black-eyed rival came.
The lady of water, rising on the beach,
a piano at her fingertips, shame
on her lips and a flute's speech.
And I was the knock-kneed broom instead.
At night, alone, I marry the bed.

She took you the way a woman takes
a bargain dress off the rack
and I broke the way a stone breaks.
I give back your books and fishing tack.
Today's paper says that you are wed.
At night, alone, I marry the bed.

The boys an girls are one tonight.
They unbutton blouses. They unzip flies.
They take off shoes. They turn off the light.
The glimmering creatures are full of lies.
They are eating each other. They are overfed.
At night, alone, I marry the bed.

Al final del asunto siempre es la muerte.
Ella es mi taller. Ojo resbaladizo,
fuera de la tribu de mí misma mi aliento
te echa en falta. Espanto
a los que están presentes. Estoy saciada.
De noche, sola, me caso con la cama.
Dedo a dedo, ahora es mía.
No está tan lejos. Es mi encuentro.
La taño como a una campana. Me detengo
en la glorieta donde solías montarla.
Me hiciste tuya sobre el edredón floreado.
De noche, sola, me caso con la cama.

Toma, por ejemplo, esta noche, amor mío,
en la que cada pareja mezcla
con un revolcón conjunto, debajo, arriba,
el abundante par espuma y pluma,
hincándose y empujando, cabeza contra cabeza.
De noche, sola, me caso con la cama.

De esta forma escapo de mi cuerpo,
un milagro molesto, ¿Podría poner
en exibición el mercado de los sueños?
Me despliego. Crucifico.
Mi pequeña ciruela, la llamabas.
De noche, sola, me caso con la cama.

Entonces llegó mi rival de ojos oscuros.
La dama acuática, irguiéndos en la playa,
en la yema de los dedos un piano, vergüenza
en los labios y una voz de flauta.
Entretanto, yo pasé a ser la escoba usada.
De noche, sola, me caso con la cama.

Ella te agarró como una mujer agarra
un vestido de saldo de un estante
y yo me rompí como se rompen las piedras.
Te devuelvo tus libros y tu caña de pescar.
El periódico de hoy dice que os habéis casado.
De noche, sola, me caso con la cama.

Muchachos y muchachas son uno esta noche.
Se desabotonan blusas. Se bajan cremalleras.
Se quitan zapatos. Apagan la luz.
Las criaturas destellantes están llenas de mentiras.
Se comen mutuamente. Están más que saciadas.
De noche, sola, me caso con la cama.

Impactante.. Sexton se suicidó en el 74. Tal vez por este poema me quedé ciega, tal vez porque a la sociedad del norte, esa que es la más pura entre las puras, le había salido una hija que se masturbaba y lo confesaba en forma de poema. Una hija a la que había, si no que callar, al menos, bajarle un poco el volumen de su diatriba poética.
Es un poema-cachetada. Duele, perturba, dejá al descubierto una arista femenina que se quiere callar: que las mujeres también recurren a mecanismos de autoerotismo.
Nunca pierde el tono literario aunque es un tema escabroso. Comienza haciendo alusión a la muerte final y definitiva y a la otra, la que se da con cada orgasmo, la petit mort de los franceses, el momento de disolución total y de entrega hacia el infinito. Cuando el cuerpo deja de ser cuerpo y se hace parte de las estrellas que se agrupan en la vía láctea (De esta forma escapo de mi cuerpo,/un milagro molesto, ¿Podría poner/en exibición el mercado de los sueños?/Me despliego. Crucifico.). A esa muerte se refería y a la otra, la que llegó después; la que vino para salvarla de la soledad y la locura.
Más adelante, en el poema, dice: "y yo me rompí como se rompen las piedras". ¿Dónde, dónde quedó la mujer autosatisfecha, la que no necesita de nadie, la pétrea, la realizada, la que asumió su soledad? QUedó partida, frágil, sola, con el recuerdo de un marido que se cosificó (volviéndose cama) hasta cosificarla a ella: muerte, cuerpo, milagro,piedra, soledad.
La Sexton tan cambiante como un caleidoscopio y yo, ciega.