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domingo, 22 de agosto de 2010

Escribo palabras.

Estoy "dedorrágica". Sí. Quiero escribir y escribir. No sé hasta cuando; tal vez hasta que termine de decir todo lo que tengo que decir, todo lo que tengo atravesado acá, a la mitad de los dedos y quiero que salga de una buena vez y para siempre. Capaz que después de que escriba un tiempo me calle. Haga silencio. Me suma en una profunda nube de silencio.
Ahora no quiero. No se me da la gana. Quiero escribir. Es madrugada. La ciudad duerme. Las respiraciones de miles de personas se unen en un sopor de sueños y sudores. Yo no duermo. Yo no sudo. Yo no espero. Sólo escribo.
Tal vez mi cerebro necesite mantener la cordura a través de mis dedos. Lo desconozco. No me interesa saberlo ahora ni analizarlo.
Hay una pulsión en mí, la que quiere seguir escribiendo. Hay una necesidad en mí: poder conectarme con alguien, poder contactarme con alguien que me entienda a quien no tenga que explicarle nada, Ya no quiero explicar. Quiero escribir.
Si alguien me lee, bien. Aunque egoístamente no estoy pensando en el lector ideal, en el lector medio, o en un lector de carne y hueso. ¿Quién ´querría leerme? ¿Acaso hay algo interesante que pueda decirle? Seguramente lo que escribo lo leyó mil millones de veces en mil millones de lugares diferentes y mil millones de veces revestido de mejor calidad.
Así que sigo con mi necedad de escribir sin importarme lo que puedan decir, pensar, desear, querer, de mis escritos.
¿No lo ven? Yo no escribo para no morir como decía Pizarnik, ni escribo para suavizar mi existencia como hicieron Wilde o Hernández desde sus celdas. No escribo para trascender como Borges, ni para divertir como Twain. No escribo para denunciar como Orwell, ni para disfrutar de las palabras como Verlaine y sus largos sollozos de sus violines de invierno. Yo... escribo.