domingo, 26 de septiembre de 2010

¿Te acuerdas de la gloria de mis alas?...

A veces la vida no es lo que pensamos, a veces nuestros cuerpos nos limitan a una realidad pedestre, terrenal, insulsa.
¿Qué les ocurre, en esos casos, a los que nacieron para volar más alto que los demás mortales? ¿Qué les hace la vida a los que no se adaptan a ella? ¿Cómo se comporta el destino con los que no se ciñen a él? En esos casos, el mundo se encarga de golpear a los desadaptados para modelarlos, a fuerza de angustias.
Entre los que no encajaban en el mundo, entre los que volaban sobre él, está Delmira Agustini. Tan diferente a su época que pocos la conocen.
Tan extraña es su voz que nadie puede creer que se haya criado en el Montevideo de fines del siglo XIX. Una mujer adelantada en varias décadas a lo que los cánones literarios esperaban para la época, que nació antes de tiempo y sin duda murió antes de tiempo. Mucho antes de lo que debería. No alcanzó a llegar a los 30 años cuando el marido, presa de celos, la mató en un hotel en donde se encontraban para rendirse a los actos de amor que los transportaban de la esfera filosófica a los más oscuros de los lupanares. Así era Delimira Agustini: bella y tremenda, erótica e inocente, ingenua y salvaje.
Mientras las mujeres de la época escribían sobre la maternidad, las flores y los pájaros. Delmira se revolcaba en el deseo, se arrastraba por los pantanos de los sentidos, se confundía por infiernos de placeres y surgía blanca y pura como un Tú me quieres blanca de Alfonsina.
Una mujer poeta diferente, pasional, completamente femenina y completamente erótica sin hacer de su género o condición una bandera. Delmira no es feminista; es mujer. Tan simple y tan atroz como eso.
POdría poner muchos poemas de ella, con ese lenguaje de finales del XIX, recargado, con la rima cuidada, con el ritmo perfecto, con la forma tradicional de su pluma.Podría introducir una galería de versos pero me decidí por un poema simple, sencillo, ni siquiera erótico:

LAS ALAS

........

Yo tenía...
¡dos alas!...
Dos alas,
Que del Azur vivían como dos siderales
¡Raíces!...
Dos alas,
Con todos los milagros de la vida, la Muerte
Y la ilusión. Dos alas.
Fulmíneas
Como el velamen de una estrella en fuga;
Dos alas.
Como dos firmamentos
Como tormentas, con clamas y con astros...
¿Te acuerdas de la gloria de mis alas?...
El áureo campaneo
Del ritmo; el inefable
Matiz atesorando
El Iris todo, más un Iris nuevo
Ofuscante y divina, que adorarán las plenas pupilas del Futuro
(¡Las pupilas maduras a toda luz!)... el vuelo...
El vuelo ardiente, devorante y único,
Que largo tiempo etormentó los cielos,
Despertó soles, bólidos, tormentas,
Abrillantó los rayos y los astros;
Y la amplitud: tenían
Calor y sombra para todo el Mundo,
Y hasta incubar un más allá pudieron.
Un día, raramente
Desmayada a la tierra,
Yo me adormí en las felpas profundas de este bosque...
¡Soñé divinas cosas!...
Una sonrisa tuya me despertó, paréceme...
¡Y no siento mis alas!
¿Mis alas?...
—Yo las vi deshacerse entre mis brazos...
¡Era como un deshielo!



Qué precioso poema, qué sencillo, qué dulce sentimiento envuelve mis sentidos cuando sabias palabras se enredan en mi alma... diría un crítico literario de esa época, pero con signos de exclamación, claro...
Yo pienso que es una metáfora de la pérdida. El momento en que debemos poner los pies sobre la tierra y dejar de volar, el instante en que súbitamente descubrimos que somos adultos y tenemos que mantener una fachada. La voz del poema recuerda el momento en el que aún podíamos entregarnos a la pasión sin consecuencias, al ardor devorador que consume y da vida a la vez:
El vuelo ardiente, devorante y único,
Que largo tiempo etormentó los cielos,
Despertó soles, bólidos, tormentas,
Abrillantó los rayos y los astros;
Y la amplitud: tenían
Calor y sombra para todo el Mundo,
Y hasta incubar un más allá pudieron.

Pero luego de ese momento, ya fue hora de aterrizar, de volverse ordinaria, cotidiana, igual a los demás. A vivir la vida gris de la gente gris de una ciudad gris. Fue el momento de crecer y con el crecimiento perder la posibilidad de remontarse en un rayo de luz: fulmíneas como el velamen de una estrella en fuga, decía Delmira y seguramente lloraba mientras lo repetía para convencerse de que había sido libre, de que había nacido diferente, de que había podido volar.
Una Delmira demasiado culta, demasiado lúcida para un siglo que venía muriendo de viejo y para otro que nacía, demasiado joven. Una Delmira que no podría adaptarse a un mundo que no podía entenderla y que le deshizo sus alas, que las trasnformó en agua y en vapor y en nada.
Una Delmira que vivió poco y a la que entendieron, menos. Sin embargo, al final, se salió con la suya: antes de tiempo levantó vuelo y se fue con la gloria de sus alas a cuestas donde no pudieran juzgarla, ni lastimarla...

martes, 21 de septiembre de 2010

Soy la más irregular de las perlas.

Tengo tantas cosas que escribir, pero no será hoy. Tengo tantas cosas que aprender, pero no será hoy. Tengo tanto que callar y tanto que decir… Soy una mujer barroca, creo, llena de dualidades, de bipolaridades, de lados oscuros e inabarcables.

Los barrocos le tenían miedo al vacío, a la nada, por eso cubrían todos los espacios, para que el miedo no se pudiera colar por lo que no podían controlar. Le tenían pavor a la cara oculta de la luna, la que no podían ver, la que desconocían… Qué habría detrás de ella, qué secreto escondería, qué loba herida aullaría hasta que se lo contara?

Los barrocos sufrieron decepción tras decepción… Que el centro del universo no era la Tierra sino el sol o  que Europa no era la estrella del mundo sino que aparecía un paraíso nuevo conocido como América. Los barrocos sufrían, les quitaron su centro, los desplazaron, les descubrieron las órbitas y les mostraron que la elipse tenía dos polos de equilibrio.

Por eso dudaban… dudaban con el alma, con la razón, con el corazón. Dudaban porque el mundo que conocían se iba destruyendo lentamente, la ciencia se abría paso ante la fe que quedaba mustia en un rincón. Soy una mujer y soy barroca y dudo y… ¿ soy o no soy? Esa es la cuestión, la única cuestión.

Así que como no sé quién soy, ni qué soy, no por qué soy y le tengo miedo al espacio vacío, como buena barroca nocturna… escribo y al escibir digo como Lope de Vega: “¿Que no escriba, decís, o que no viva? Haced vos con mi amor que yo no sienta, que yo haré con mi pluma que no escriba”.

miércoles, 15 de septiembre de 2010

Herido, muerto de amor.

Bebió de su herida. Pensó que lamiendo su sangre iba a saciarse... Pero nunca se saciaba. Sus labios tímidos y cálidos por momentos, se tornaban frenéticos y anhelantes por otros pero sin dejar de sorber el líquido tibio que manaba de la carne abierta. La lengua sentía, con todas sus papilas y en diferentes intensidades, cada uno de los matices del sabor dulzón de esa dulce y blanda herida de amor.

Más allá del contenido sensual de mi párrafo anterior, no voy a hablar de sangre, ni de vampiros, ni de prácticas hemoeróticas.
El tópico del amor como una herida abierta, proviene de la Literatura clásica, del travieso Cupido que andaba vulnerando (del latín vulnero: hiere con una flecha)a los enamorados y haciéndolos sangrar de amor y muchas veces de impotencia.
Se me ocurrió poetizar ese tópico en el primer párrafo de esta entrada y transformar una situación dolorosa y atroz para el amante en un momento erótico de disfrute de la imposibilidad del amor.
Claro que este lugar común tiene muchos matices. Me voy a un peso pesado de la Literatura a Don Francisco de QUevedo:

Es hielo abrasador, es fuego helado,
es herida que duele y no se siente,
es un soñado bien, un mal presente,
es un breve descanso muy cansado.


Primer cuarteto de un soneto famosísimo en cuyo segundo verso aparece nuestra herida que duele y no se siente. Entre medio de los oxímorones (?) característicos de Quevedo, la herida que sangra, la sangre tibia del amor que se va a perder porque Cupido está empecinado en mezclar los destinos de las flechas y trastocar el amor en imposibles, encontramos a un amante desorientado que no sabe si maldecir o bendecir lo que está sintiendo; que no entiende que la lengua que lame su herida no es la de la satisfacción, es la de la frustración por el amor imposible. Este es un ejemplo de otras bocas, las que seguirán besando la sangre de un amor que nunca se dará.

Otro poeta maravilloso, otra víctima de la cárcel, del abandono, de la miseria y finalmente de la tuberculosis, es el fantástico Miguel Hernández. LLeva a un nivel más elevado este tema porque la herida no es una; sino tres.

Llegó con tres heridas:
la del amor,
la de la muerte,
la de la vida.

Con tres heridas viene:
la de la vida,
la del amor,
la de la muerte.

Con tres heridas yo:
la de la vida,
la de la muerte,
la del amor.

Claro que estas tres heridas que duelen, no matan. Está herido porque está vivo, está herido porque está enamorado, está herido literalmente a punto de morir. Las tres se relacionan: si no estuviera vivo, no podría amar ni mucho menos morir. Vivir, amar, morir. En tres estrofas construye una filosofía de la vida. ¿De qué sirve la vida si no se puede amar? ¿De qué sirve el amor si no se puede morir por él? ¿De qué sirve la vida si nunca acaba? Son tres estrofas que conforman un círculo, un ciclo perfecto, que encierra la idea primordial del poeta: la vida sin amor es muerte y en los tres casos duele. Duele vivir, duele amar, duele morir.

Finalmente, no puedo dejar afuera el poema que dio origen a todas estas reflexiones: Herido de amor, del imposible de describir en su totalidad, Federico García Lorca. DisfrUten este poema, leánlo en voz alta, a los gritos, susúrrenlo, releanlo con la mirada, repítanlo con los ojos cerrados y memorícenlo para recitarlo como una letanía del amor ansioso, del amor total, el que muere y mata, el que sale de las entrañas, el que quema, el que ciega, el que enferma, el que promete la gloria eterna, el que nos destruye.

Amor, amor, que está herido,
herido,
de amor huido.
Herido,
muerto de amor.
Decid a todos que ha sido
el ruiseñor.
Herido,
muerto de amor.

Bisturí de cuatro filos,
garganta rota,
y olvido.
Cógeme la mano, amor,
que vengo muy malherido,
herido,
de amor huido.
Herido,
muerto de amor.


El poeta está herido de amor huído. Cupido lo flechó y luego lo abandonó a su suerte, para que sufra de amor, para que muera de amor, para que sienta que el amor se le va por la garganta partida, por la voz. El amor se le va como la sangre que pierde y seguramente va a morir porque este amor desorbitado no tiene posibilidades, porque el ruiseñor con su canto, lo hirió; con los atardeceres en los que canta, lo hirió; con su libertad de volar y amar a quien quisiere, lo hirió; con su existencia inocente libre de pasión, lo hirió; con su belleza, lo hirió. El poeta está herido de amor y sangra y sufre y se entrega a esa dulce y blanda herida que no podrá salvarlo nunca o que tal vez matándolo, lo redima.

lunes, 13 de septiembre de 2010

A la oscura región de vuestro olvido, ya los brazos le crecían.

Estoy clásica y triste. Cosa complicada porque eso me obliga a leer a Catulo, Coleridge, Petrarcca, Lamartine, Schiller, Neruda… Pero de entre  todos ellos me detuve un rato largo en el caballero por excelencia: en don Garcilaso de la Vega. Enamorado de un imposible, de la dama portuguesa Isabel Freire, escribió los sonetos más maravillosos que puedan existir. Pudo entender el sufrimiento que causa el amor no correspondido e hizo de él su bandera, su escudo, su espada y su pluma.

Hoy estuve pensando en este soneto, la forma es compleja: cada verso posee 11 sílabas y por esa causa, si no está bien estructurado, siempre sonaría falso en español debido a que  esa cantidad de sílabas no es natural en los versos castellanos. Nosotros somos del octosílabo, nos sentimos cómodos en él, lo disfrutamos, lo cultivamos hasta el cansancio. Este tipo de sonetos, lo heredamos del italiano, del dulce estilo nuevo y entró en nuestro idioma renovando sus raíces.

SONETO XXXII, de Garcilaso de la Vega

Estoy continuo en lágrimas bañado,
rompiendo el aire siempre con suspiros;
y más me duele nunca osar deciros
que he llegado por vos a tal estado,

Un primer cuarteto glorioso. Aquí el yo lírico nos introduce de lleno en su sufrimiento, se describe en lo más profundo de su dolor y nos dice que está continuamente bañado en lágrimas, que llora y que suspira sin cesar pero que no se anima a decírselo a su amada.

Llora. Qué interesante que un hombre del siglo XV acepte que sufre y que llora. Y es un excelente caballero, valiente, que se murió en plena batalla y sin embargo llora. No es menos hombre por llorar, no es menos hombre por mostrar su sensibilidad, ni muchos menos por confesar que está triste y desesperado por causa del amor. Un amor que es ideal porque es caballeresco, porque nunca será correspondido, porque su destino es amar sin que lo amen, padecer sin que lo consuelen, sufrir sin la  esperanza de obtener nunca jamás el tan ansiado premio: el cariño de la dama.

que viéndome do estoy y lo que he andado
por el camino estrecho de seguiros,
si me quiero tornar para huiros,
desmayo viendo atrás lo que he dejado;

Este segundo cuarteto entra más profundo en el dolor de la voz enunciadora y reconoce que no puede hacer otra cosa en la vida sino amar a su doncella. Ella ha marcado el camino que él sigue, un camino difícil, estrecho, lleno de escollos que no lo llevan a ningún lado. El camino es la metáfora del estado amoroso, el que ha elegido y del que no puede volver, ni huir porque ha renunciado a todo por ella, si vuelve, si desanda este camino simplemente no hay nada.

si a subir pruebo en la difícil cumbre,
a cada paso espántame en la vida
ejemplos tristes de los que han caído.

Entramos en el primer terceto, vamos ganando en intensidad y en profundidad. Obtener  el amor de la mujer es cada vez más difícil, el camino es más empinado, intentar conquistarla es lo mismo que llegar a la cumbre, pero como en el mismo caso de escalar una montaña, muchos son los que lo intentan y pocos los que lo consiguen. El emisor poético entiende que es muy difícil alcanzarla, obtenerla, poseerla y en el fondo no lo quiere. Disfruta de ese estado de sufrimiento, de ese galanteo, de ese limbo amoroso en el que se encuentra. Ella no lo aceptará y él lo sabe. Pero peleará para ganarla, luchará por su amor como en el campo de batalla, se batirá contra el desamor como lo hicieron “los otros que han caído” a su lado. Su premio, entonces, es el olvido. Lo prefiere a la consumación del amor. POrque en el momento en que obtenga su preciado galardón, la lucha dejará de tener sentido, la junta se habrá terminado, la lanza habrá traspasado su destino, el escudo se habrá partido, la lóriga del amor estará manchada de la sangre virginal de la amada, por lo tanto, la vida perdería su sabor y  su esencia de caballero no tendría razón de ser.

Y sobre todo, fáltame la lumbre
de la esperanza con que andar solía
por la oscura región de vuestro olvido.

TErmina con el terceto que repetí en mi cabeza sin cesar. Sufre porque ella no lo ama, sabe que el camino es difícil y que está atrapado en él, todo lo que lo rodea es triste y espantoso pero lo más horrible de todo es que ya ni siquiera le queda la esperanza que era una luz que lo guiaba en su hazaña. Sin esperanza, ya no queda nada. SIn esperanza, está varado en la “oscura región de vuestro olvido”. Cómo me gusta ese verso final. CUántas veces he  andado por la oscura región del olvido de alguien y cuántas han andado por la oscura región de mi olvido. Esa región es la que me llena de preguntas: dónde está? cómo se sale de ella? cómo se llega? hasta cuándo permanecemos en ella? nos acostumbramos a esa oscuridad y no queremos abandonarla aunque estemos contino en lágrimas bañados? Estoy ahora mismo en esa oscura región y es cierto que no se ve nada, y es cierto que se muere la esperanza, y es cierto también, Don Garcilaso, que es preferible mil veces sangrar la herida de ese amor que no haber amado nunca.

sábado, 11 de septiembre de 2010

El que sabe, sabe y el que no… escribe.

Tal vez sea que últimamente se me antoja escribir antes que soñar. Los sueños son imposibles de dominar pero las palabras, las palabras, pueden crear mundos en donde cómodamente nos quedamos a  pasar la vida. Por eso me gustan… porque en este momento me ayudan a pintar la realidad que quisiera vivir, una realidad sencilla, simple,sin mayores sobresaltos.

No quiero lo que otros quieren, de verdad que no. Quiero disfrutar de mi trabajo, por ejemplo; hacerlo bien, crecer, abrir la cabeza a nuevas posibilidades, a nuevas historias, a nuevas palabras, a nuevas imágenes.

Sigo con este metejón de la escritura como seguramente lo hicieron tantos, infinitamente mejor que yo. No importa. Este es mi medio de expresión. Ahora. No quiero otro. Kafka necesitaba de la escritura (y no es que me compare con él) para decirse a sí mismo, como si se lo dijera a su padre, todo lo que lo envenenaba. Una vez se animó, en su Carta al Padre y levantó su pluma para escribirle: “Por esa razón el mundo quedó para mí dividido en tres partes: una donde vivía yo, el esclavo, bajo leyes inventadas exclusivamente para mí, y a las que, además, no sabía porqué, no podía adaptarme por entero; luego, un segundo mundo, infinitamente distinto del mío, en el que vivías tú, ocupado en gobernar, impartir órdenes y enfadarte por su incumplimiento; y, finalmente, un tercer mundo donde vivía la demás gente, feliz y libre de órdenes y de obediencia. Yo me hallaba siempre en una vergonzosa situación: o bien obedeciendo tus órdenes, lo cual implicaba una afrenta, ya que sólo tenían vigencia para mí, o bien adoptando una actitud obstinada, lo que también era ignominioso, ya que era imposible mantenerse obstinado frente a ti, o bien no podía obedecerte porque no poseía, simplemente, ni tu fuerza, ni tu apetito, ni tu habilidad, a pesar de que tu exigías eso como algo que se da por sobreentendido; y ésta era sin duda la vergüenza mayor.”

Este es un ejemplo claro de la necesidad de decirle imperiosamente algo a otro, de sacarse de adentro, como se arranca el hierro de una herida, díría Bécquer, lo que nos está consumiendo. Kafka escribió la carta y su padre nunca la leyó. Kafka usó la escritura para sacarse los demonios, para que lo que lo estaba pudriendo pudiera drenar alguna vez, Kafka necesitaba comunicar y en el acto de comunicar, comunicarse. Necesitaba construir su propia visión de  la vida, el amor, la muerte, las mujeres, la angustia, la soledad, la idea existencialista del discurrir humano. Kafka se reconocía en la escritura, yo escribo. Kafka creaba paisajes espirituales habitados por los más espantosos habitantes, yo escribo. Kafka trascendía su propio devenir  para construir inmensas estructuras de pensamiento, yo escribo. Kafka se soñaba a sí mismo, veía su propia lápida en sueños, se desdoblaba en otro… YO escribo que es lo mismo que soñar.

viernes, 10 de septiembre de 2010

De patrocleas, hefestionas y Crucinas.

He cenado con mis amigas. Las de siempre, las que son a prueba de balas, a prueba de todo. He cenado con mis amigas y charlamos sobre todas esas cosas que nos unen y nos desunen. No es que seamos el colmo de la unidad, pero estamos ahí cuando una necesita de la otra.
La vida me ha regalado grandes amigas; unas están cerca, a mi lado. Otras, no están a mi lado pero están en mi vida, en mi corazón, en mis pensamientos. Todas son igualmente importantes. Me puse a pensar en los amigos de la Literatura. Patroclo y Aquiles, por ejemplo.
"Aquileo, vástago de Zeus, dejó su lanza arrimada a un tamariz de la orilla; salto al río, cual si fuese una deidad, con solo la espada y meditando en su corazón acciones crueles, y comenzó a herir a diestro y a siniestro: al punto levantóse un horrible clamoreo de los que recibían los golpes, y el agua bermejeó con la sangre. Como los peces huyen del ingente delfín, y, temerosos, llenan los senos del hondo puerto, porque aquél devora a cuantos coge; de la misma manera, los teucros iban por la impetuosa corriente del río y se refugiaban, temblando, debajo de las rocas. Cuando Aquileo tuvo las manos cansadas de matar, cogió vivos, dentro del río, a doce mancebos para inmolarlos más tarde en expiación de la muerte de Patroclo Menetíada. Sacólos atónitos como cervatos, les ató las manos por detrás con las correas bien cortadas que llevaban en las flexibles túnicas y encargó a los amigos que los condujeran a las cóncavas naves. Y el héroe acometió de nuevo a los teucros, para hacer en ellos gran destrozo." Aquiles mata porque sufre, Aquiles mata porque la ira lo ciega y la venganza le arde en la sangre. Aquiles ya no es Aquiles, es lo que quedó luego de la muerte de Patroclo, su amigo del alma, su doble, su otro. Había decidido no volver a matar pero no puede dejar impune la muerte de su amigo y la venganza toma fuerza y crece y crece. Nunca pudo recuperarse de la muerte de Patroclo y mucha fue la sangre, que era como sus lágrimas y que cubrían la tierra de dolor. Patroclo había muerto, su amigo había muerto. Aquiles se había quedado con medio corazón.
Pienso en Alejandro Magno y en Hesfestión, amigos inseprables que libraron las batallas más tremendas, tuvieron que salir de Macedonia desterrados por el rey y padre de Alejandro,Filipo, en busca de nuevos horizontes. Estaban juntos siempre, Hefestión es el menos recordados de los compañeros de Alejandro pero sin duda, al que este tenía en mayor estima. Cuando entraron en Perisa, la reina madre SIsigambis, se arrodilló ante Hefestión pensando que era Alejandro. Al notar el equívoco, la anciana mujer se conturbó pero Alejandro la calmó diciéndolo:"No te has equivocado. Él también es Alejandro". AMigos que estuvieron siempre, en los momentos más complejos, cuando la noche es negra y el futuro incierto, cuando es necesario escuchar la voz de un amigo para que nos quite la tristeza, para que nos escuche o para que simplemente nos preste su abrazo fuerte que nos consolará de la angustia. Así son mis amigas. Todas.
y ¿qué hay de Frodo Bolsón y de Sam Gamyi? ¿Y de Jane Eyre y Helen Burns? ¿Tom Sawyer y Hucklberry Finn? ¿Amadís y Galaor? ¿Y de las amigas que apareen en todas las novelas de Marcela Serrano? ¿Tita y Nacha en Como agua para chocolate?
No puedo cerrar esta entrada sin hablar de quienes para mí, representan a dos amigos nobles. Perseguidos por la justicia, sin trabajo, muertos de hambre la mayoría del tiempo, renegados, rechazados por la sociedad, olvidados por el amor y desencantados de la vida, aparecen Martín Fierro y Cruz. Los dos gauchos amigos que se conocen de una interesante forma: Cruz pertenecía al escudrón de policías que perseguía a Martín Fierro, una noche lo encontraron y estaban a punto de apresarlo pero Fierro se les enfrentó. A todos. Solo con su facón y su coraje. A punto estaba ya de morir cuando uno de los polícías, Cruz, se apiadó de él y se puso de su lado:
"Pero en ese punto mesmo
Sentí que por las costillas
Un sable me hacía cosquillas
Y la sangre se me heló.
Dende ese momento yo
Me salí de mis casillas.

Dí para atrás unos pasos
Hasta que pude hacer pié,
Por delante me lo eché
De punta y tajos a un criollo;
Metió la pata en un hoyo
Y yo al hoyo lo mandé.

Tal vez en el corazón
Lo tocó un Santo Bendito
A un gaucho, que pegó el grito
Y dijo: "¡Cruz no consiente
Que se cometa el delito
De matar ansi un valiente!".

Y ahi no mas se me aparió,
Dentrándole a la partida;
Yo les hice otra embestida
Pues entre dos era robo,
Y el Cruz era como lobo
Que defiende su guarida.

Uno despachó al infierno
De dos que lo atropellaron,
Los demás remoliniaron,
Pues íbamos a la fija,
Y a poco andar dispararon
Lo mesmo que sabandija.

Ahi quedaban largo a largo
Los que estiraron la jeta,
Otro iba como maleta,
Y Cruz de atrás les decía:
"Que venga otra polecía
A llevarlos en carreta"."
Es fabuloso el momento en que Cruz da su grito eterno: "Cruz no consciente que se cometa el delito de matar así a un valiente" y se pasa al otro lado, a convertirse definitivamente en un vagabundo, proscrito y perseguido. Ese día nació una amistad entrañable que solo terminó con la muerte de Cruz debido a la viruela.
Así son los amigos, no? Muchas veces están dispuestos a dar lo que no tienen por uno, a hacer sacrificios, a esperarnos, a ubicarnos en el mundo y en la vida. Creo que los amigos se ganan, y yo debo ser muy afortunada porque tengo a las mejores del mundo.

jueves, 9 de septiembre de 2010

Estaba a punto de escribir algo genial. Genial de verdad... pero me atacó el sueño y como eso no pasa habitualmente me aprovecharé de él, irrefrenablemente, hasta saciarme.

miércoles, 8 de septiembre de 2010

Días D.

Hay días que se nos cruzan en la vida. Días que nacieron para complicarnos la existencia, para que nos acordemos de ellos, para que los bauticemos y digamos "hoy es el peor día de mi vida". Dias de mierda... ¿POr qué no se dejarán de jugar, esos días caprichosos, con la moral de la gente?
Los romanos tenían días fastos y días nefastos, a los primeros los marcaban ubicando piedras blancas en las puertas de sus casas; los segundos eran para olvidar... Así deberían ser siempre los días-empecinados-en-complicarnos-la-existencia. Deberían desaparecer de nuestra memoria pero, por el contrario, son los más arraigados.
Para ilustrar lo que digo, me voy al tango, lamento lleno de nostalgia por excelencia, a buscar ejemplos de días malos.
Arranco (para ir compenetrándome del lunfardo) con "La Cumparsita", música de Mato Rodriguez y letra de Don Pascual Contursi, "Desde el día que te fuiste siento angustias en mi pecho,decí, percanta, ¿qué has hecho de mi pobre corazón?" Este es un día digno de olvidar, el día del abandono. Para peor, la percanta se le fue llenándolo de angustia y el pobre coso (como diría un tanguero) ni siquiera pudo entender al amor, nunca pudo entender qué hizo mal, no fue capaz de descubrir por qué lo dejaban, ni siquiera, sabe dónde tiene el corazón.
Cadícamo y Pereyra hicieron juntos "Madame Ivonne", tango que cuenta la historia de una frencesa que abandonó su vida para seguir a un hombre que la llevó a Buenos Aires, se dedicó a la "mala vida" de los cabarulos (para seguir lunfardeando) y terminó sola, decadente, amargada y nostálgica... PObre... pero ¿quién tuvo la culpa? Veamos la letra: "Pero fue que un día llego un argentinoy a la francesita la hizo suspirar".¡Un día! Un solo día en la vida de la infortunada. ¿Se dan cuenta? La mina termina borracha, bajo el signo de la cruz del sur y sola por culpa de un único, maldito, calculador y peligrosísimo día.
¿Día fatídico? veamos lo que dice el tango "Los mareados" de Cadícamo y Cobián: "Hoy vas a entrar en mi pasado,en el pasado de mi vida...Tres cosas lleva mi alma herida:amor... pesar... dolor..Hoy vas a entrar en mi pasado y hoy nuevas sendas tomaremos..." Este último día es un presente eterno, el día en que se decreta el adiós, en que se decide que todo debe terminar irremediablemente, para siempre; las 24 horas que serán recordadas por el resto de la existencia... Tanto puede un solo día en el resto de nuestra estadía en la tierra y tal vez, si existe la eternidad, se repetirá en el pensamiento, como una cinta sin fin, sin detenerse jamás.
¿Qué puedo sumarle a lo que estos tangueros han dicho mejor que nadie? Ah, sí. Que hoy fue uno de esos días para mí y lo tuve que vivir, así, sonriendo.

lunes, 6 de septiembre de 2010

Dualidad de dualidades...

Soy Penélope, soy Marguerite Yourcenar, escribo, creo, durante la noche y destejo, borro y cambio durante el día. Soy esto de noche, soy otra de día.
¿Es la naturaleza dual la de la existencia humana? ¿Es una esquizofrenia latente? No sé. Así soy yo.
Necesito de la noche para escribir, pero también lo hago de día. Necesito el día para ser crítica, pero también critico de noche.
No sé.... Todos deben tener dos opciones para todo. No creo en las verdaddes absolutas, férreas, innegociables. Creo en el cambio, en la evolución, en la transformación continua. Si no cambio, muero. No hay sentido seguir siendo siempre igual, hacer las mismas cosas, hablar de lo mismo, ser un círculo.
Sólo le tolero eso al amor. Al amor que dicen que debe ser uno, eterno. Digo dicen porque la experiencia, aún, no me ha demostrado que sea así. Son cosas mías, esta naturaleza que el destino me ha dado... Soy una brisa que nunca se queda, que no para pero que en el fonde desea que alguna vez, alguna puta vez pueda descansar de este eterno escapar.
Soy dos. Mil. Infinitas. Soy la otra y yo.

domingo, 5 de septiembre de 2010

De Freud y otros demonios.

Me puse a pensar en todo lo que he perdido y es tanto... Es un pensamiento universal, el hombre está hecho de pérdidas y sufre por eso. Pierde afectos, pierde objetos, pierde trenes, pierde amores, pierde el tiempo. Pérdida, pérdida, pérdida. No conozco a nadie que pueda decirme que no ha perdido nada nunca, tal vez hemos nacido para perder.
La primera pérdida de la que hace acuso de recibo la Literatura es la pérdida de la niñez.Alicia en el País de las Maravillas, Peter Pan, La torre sin fin de Silvina Ocampo, Morir en Agosto de Javier Martín son ejemplos de esta situación traumática que vivimos todos y que nos afecta más o menos de acuerdo con las ganas de beberse la vida que se tenga. Cortázar toca este tema en varios de sus cuentos, en Final de juego o en Bestiario,por ejemplo. Estos niños se enfrentan al mundo tal cual es: crudo, cruel, impune y deciden actuar en él. El hecho de actuar los convierte en adultos. Actuar sabiendo las consecuencias, actuar conociendo los riesgos; la niña que dice que el tigre está en un lugar cuando está en otro, sabe lo que está haciendo, lo hace a sabiendas, para salvar a su amiga, para liberarla de esa bestia infinitamente más cruel que el tigre. En Final de Juego, la niña que acepta que el mundo es una mierda cruel, es una niña que se transforma en adulta tan rápidamente como el tren que ve pasar. Fue introducida con dolor al mundo de los grandes y entiende que eso le espera para toda la vida.
La pérdida de la niñez es una pérdida que echamos de menos de adultos, cuando muchos descubren que no se han recuperado, que toda la cadena de errores que vino después se originó allí. Freud, querido, ¡Qué sería de ellos sin vos!
Otra pérdida es la de la virginidad. Es un momento trascendental que nos marca para siempre, que nos ubica en determinado lugar. Entendemos la vida a partir de allí. Somos seres sexuales, sensuales, carnales, eróticos, genitales, animales de deseo, bestias de lujuria, entidades instintivas...
Nuestra vida adulta está cimentada sobre el sexo. La sacrificada Emma Zunz de Borges, las incómodas descripciones de las virgnidades perdidas en El Anatomista de Federico Andahazzi, la Cándida Eréndira y su abuela desalmada son terribles y tristes historias que tocan el tema desde su aristas filosóficas, prácticas o crueles. Lo cierto es que la perdemos y desde allí nos plantamos en la vida de tal o cual manera. ¡Marche con otra sesión, don Freud!
La pérdida de los afectos, de los padres, de los hermanos, de los hijos, en manos de la muerte maldita seas, te llevaste a la mi vieja, como diría el Arcipreste o como encararía Jorge Manrique es una pérdida que me causa tanto vértigo que no quiero ni comentarla.
La pérdida de la juventud, la pérdida del dinero y del estatus a manos de la Fortura ocupan también varios miles de tomos de la literatura, desde el carpe diem en adelante.
Y hablando de pérdidas... ya perdí el interés en enumerar las perdidas. Mñana serpa otro día, diría Scarlett O'Hara y me quedo con ese pensamiento...

sábado, 4 de septiembre de 2010

Esta noche al oído te diré dos palabras.

"En octubre, fue por octubre" diría Federico García Lorca, seguramente, si tuviera que hablar de ella; pero ya estaba muerto cuando Alfonsina Storni se suicidó. Ya las balas franquistas habían apagado la voz del gitano dejando un silencio en el mundo que nunca podré perdonarle a la guerra civil española. Lorca nunca pudo saber que su amiga, al otro lado del océano, un octubre, frío aún, entraba al mar para no salir.
Esta es la última de las suicidas de la que voy a hablar por ahora, no porque no me gusten sus palabras. No. SIno porque tanta muerte me aburre.
Alfonsina no es igual a las poetisas de las que hablé en mis entradas anteriores. Alfonsina fue solitaria, sí. Alfonsina fue un alma sufriente, sí. Alfonsina fue incomprendida, humillada y discriminada, sí. Pero se mató porque tenía cáncer. Se mató porque no iba a esperar a que la muerte que llevaba en el cuerpo la consumiera. Así que se internó en el mar que amaba, para morir abrazada a las olas, para vivir en la casa de coral que da a la avenida de madréporas de uno de sus poemas.
Alfonsina no es oscura para nada. En sus poemas, que tienen mucho de la herencia modernista de Rubén Darío o el tono cultista de Leopoldo Lugones, hay luz, flores, perfumes, brisas frescas que entran en la casa, mujeres vengadoras de pájaros, espíritus libres.
Leer a Alfonsina es leer a una amante desencantada de la vida pero que no está llena de amargura; una mujer que espera sin angustia. Una mujer que se atrevió a escribir poesía y vivir por ella. Fea y todo, sola y todo en un momento en que ser poeta era cosa de hombres. Levantó la voz de la sensualidad y se ubicó en la cima ingenua, dulce, etérea:

Capricho 2

Escrútame los ojos sorpréndeme la boca,
sujeta entre tus manos esta cabeza loca;
dame a beber el malvado veneno
que te moja los labios a pesar de ser bueno.

Pero no me preguntes, no me preguntes nada
de por qué lloré tanto en la noche pasada;
las mujeres lloramos sin saber, porque sí.
Es esto de los llantos pasaje baladí.

Bien se ve que tenemos adentro un mar oculto,
un mar un poco torpe, ligeramente estulto,
que se asoma a los ojos con bastante frecuencia
y hasta lo manejamos con una dúctil ciencia.

No preguntes amado, lo debes sospechar:
en la noche pasada no estaba quieto el mar.
Nada más. Tempestades que las trae y las lleva
un viento que nos marca cada vez costa nueva.

Sí, vanas mariposas sobre jardín de Enero,
nuestro interior es todo sin equilibrio y huero.
Luz de cristalería, fruto de carnaval
decorado en escamas de serpientes del mal.

Así somos, ¿no es cierto? Ya lo dijo el poeta:
deseamos y gustamos la miel en cada copa
y en el cerebro habemos un poquito de estopa.

Bien. No, no me preguntes. Torpeza de mujer,
capricho, amado mío, capricho debe ser.
Oh, déjame que ría. ¿No ves que tarde hermosa?
Espínate las manos y córtame una rosa.


Delicada. Tierna. Inocente... Todo es Alfonsina. Pero lo mejor de sus poemas es el ritmo. Tiene una clara idea del ritmo poético, sabe cómo reunir las sílabas, cómo hacer los silencios, como combinar los acentos para que leer en voz alta sea lo mismo que leer música. Es una maestra del hemistiquio. Juega con los versos: estrofas de cuatro hasta la penúltima que es de tres, para retenernos ahí, pendientes y darnos la maravillosa estrofa final en la que la amante se enjuga las lágrimas, cambia de tema y pide una rosa. Mujer de principio a fin que confiesa que es capaz de manipular, manipulando. Chapeau, dulce Alfonsina, descansa junto al arrullo eterno del mar que te cantará palabras para que duermas en paz.

viernes, 3 de septiembre de 2010

Para que no canten ellos.

Acá estoy otra vez. Hablé de Anne Sexton y del destino atroz de algunas mujeres poetas (sé que debería escribir "poetisa" pero, al fin y al cabo, este es mi mundo de palabras y uso las que quiero), poetas destrozadas por la sociedad, poetas que nunca pudieron perdonarle a la vida el haberlas hecho vivir; poetas que naciendo, ansiaron la muerte tanto, tanto, que no pudieron esperarla y fueron a su encuentro. Es el caso de Alejandra Pizarnik.
Estuve charlando con una tuitera brasileña @_Nuitt sobre Pizarnik y pensé en que podía seguir escribiendo sobre las poetas suicidas. Se suicidó, con pastillas, en el 72, luego de una temporada en un neuropsiquiátrico. Se mató porque la vida le quedaba grande y se cansó de esperar que se acoplara a ella. Fanática de Warhol, andrógina, enamorada de la mujer de Bioy Casares, Silvina Ocampo (ya hablaré de ella), derrochó su vida en torrentes de tinta que igualaban a la sangre y que competían con las lágrimas.
A Pizarnik hay que entenderla, nació Flora y se autobautizó Alejandra, ¿Cómo puede adaptarse a Buenos Aires alguien que ni siquiera está contenta con su nombre?
No la culpo. No fue fácil ser Alejandra Pizarnik. Buscó en el arte y en la música lo que el amor y las caricias no pudieron darle: una compañía, la calma, la posibilidad de entenderse a sí misma. No. No fue fácil ser Alejandra Pizarnik.
Veamos:

a Ester Singer

Vida, mi vida, déjate caer, déjate doler, mi vida, déjate enlazar de fuego,
de silencio ingenuo, de piedras verdes en la casa de la noche,
déjate caer y doler, mi vida.

¿Se puede dudar del dolor que expresa ese yo lírico que desea caer, doler, consumirse en el fuego, desaparecer en el silencio que está construido de piedras? Le ruega a la vida, no la vive. La mira desde afuera y tal vez trata de abarcarla en el momento final en que la muerte/casa-de-la noche la acoja para siempre. Paradoja interesante: será vida cuando sea muerte.


Cantora nocturna

Joe, macht die Musik von damals nacht...

La que murió de su vestido azul está cantando.
Canta imbuida de muerte al sol de su ebriedad.

Adentro de su canción hay un vestido azul, hay
un caballo blanco, hay un corazón verde tatuado
con los ecos de los latidos de su corazón
muerto.

Expuesta a todas las perdiciones, ella
canta junto a una niña extraviada que es ella:
su amuleto de la buena suerte. Y a pesar de la
niebla verde en los labios y del frío gris en los
ojos, su voz corroe la distancia que se abre entre
la sed y la mano que busca el vaso.

Ella canta.

Si no estuviera hablando de una que canta a la muerte, estos versos serían un himno a la esperanza. Los colores saturan los versos: el azul del vestido, el amarillo del sol, un caballo blanco. Aparece el verde que corre por entre los versos y toma fuerza en las palabras, hasta que, repentinamente... cae el gris de la tristeza, de la confusión, de la lluvia, de la agonía; los labios se vuelven verdes con el verde de la muerte y entra en escena, la vida; que no alcanza, que nunca fue suficiente.
La necesidad de existir que es como la sed. La intención de la muejer-que-canta es saciar la sed bebiendo agua. pero la mano no llega y se acaba el poema antes de que sea capaz de lograrlo. La intención es hacerse dueña de la existencia pero termina el poema y definitivamente, no lo ha logrado. El yo lírico queda en una eterna agonía, en el gesto de asir la nada, el aire, los sueños, la alegría, los colores, la música... Así que no le queda más que cantar. Un canto fúnebre que eriza la piel. Una melodía de ultratumba que surje por ella que no puede morir pero también por ella misma que murió en la forma de la niña.
Pizarnik. La que le canta a la muerte, la que canta para que no canten ellos, la que escribe para no morir, la que sabe que el amor es un imposible que la completaría pero que se le niega. Pizarnik la del vaso eternamente vacío, la viajera, la loca, la suicida.

jueves, 2 de septiembre de 2010

Que lo Plath no quite lo Sexton.

Soy una ciega, soy una ciega, soy una ciega me repetí mil veces cuando me di cuenta que no la había visto nunca, que había pasado a su lado incontables veces, que la había intuido, que había llegado casi hasta tocar su puerta pero no lo traspasé. Soy una ciega porque por ver a Silvia Plath nunca vi a Anne Sexton.
Fueron compañeras de taller literario. Dicen las malas lenguas de la red, que competían por el mejor poema en sus sesiones como talleristas. Compartieron la misma suerte: el suicidio y tal vez un poco del mismo desequilibrio.
Hoy volví a pensar en Sexton, la que quedó opacada ante mí por la otra, la de los globos que revientan cuando termina la infancia.
Volví a pensar en Sexton y en un poema que me martilla en la cabeza:




The ballad of the lonely masturbator
La balada de la masturbadora solitaria

The end of the affair is always death.
She's my workshop. Slippery eye,
out of the tribe of myself my breath
finds you gone. I horrify
thouse who stand by. I am fed.
At night, alone, I marry the bed
Finger to finger, now she's mine.
She's not too far. She's my encounter.
I beat her like a bell. I recline
in the bower where you used to mount her.
You borrowed me on the flowered spread.
At night, alone, I marry the bed.

Take for instance this night, my love,
that every single couple puts together
with a joint overturning, beneath, above,
the abundant two on sponge an feather,
kneeling and pushing, head to head.
At night alone, I marry the bed.

Ibreak out of my body this way,
an annoying miracle. Could I
put the dream market on display?
I am spread out. I crucify.
My little plum is that you said.
At night, alone, I marry the bed.

Then my black-eyed rival came.
The lady of water, rising on the beach,
a piano at her fingertips, shame
on her lips and a flute's speech.
And I was the knock-kneed broom instead.
At night, alone, I marry the bed.

She took you the way a woman takes
a bargain dress off the rack
and I broke the way a stone breaks.
I give back your books and fishing tack.
Today's paper says that you are wed.
At night, alone, I marry the bed.

The boys an girls are one tonight.
They unbutton blouses. They unzip flies.
They take off shoes. They turn off the light.
The glimmering creatures are full of lies.
They are eating each other. They are overfed.
At night, alone, I marry the bed.

Al final del asunto siempre es la muerte.
Ella es mi taller. Ojo resbaladizo,
fuera de la tribu de mí misma mi aliento
te echa en falta. Espanto
a los que están presentes. Estoy saciada.
De noche, sola, me caso con la cama.
Dedo a dedo, ahora es mía.
No está tan lejos. Es mi encuentro.
La taño como a una campana. Me detengo
en la glorieta donde solías montarla.
Me hiciste tuya sobre el edredón floreado.
De noche, sola, me caso con la cama.

Toma, por ejemplo, esta noche, amor mío,
en la que cada pareja mezcla
con un revolcón conjunto, debajo, arriba,
el abundante par espuma y pluma,
hincándose y empujando, cabeza contra cabeza.
De noche, sola, me caso con la cama.

De esta forma escapo de mi cuerpo,
un milagro molesto, ¿Podría poner
en exibición el mercado de los sueños?
Me despliego. Crucifico.
Mi pequeña ciruela, la llamabas.
De noche, sola, me caso con la cama.

Entonces llegó mi rival de ojos oscuros.
La dama acuática, irguiéndos en la playa,
en la yema de los dedos un piano, vergüenza
en los labios y una voz de flauta.
Entretanto, yo pasé a ser la escoba usada.
De noche, sola, me caso con la cama.

Ella te agarró como una mujer agarra
un vestido de saldo de un estante
y yo me rompí como se rompen las piedras.
Te devuelvo tus libros y tu caña de pescar.
El periódico de hoy dice que os habéis casado.
De noche, sola, me caso con la cama.

Muchachos y muchachas son uno esta noche.
Se desabotonan blusas. Se bajan cremalleras.
Se quitan zapatos. Apagan la luz.
Las criaturas destellantes están llenas de mentiras.
Se comen mutuamente. Están más que saciadas.
De noche, sola, me caso con la cama.

Impactante.. Sexton se suicidó en el 74. Tal vez por este poema me quedé ciega, tal vez porque a la sociedad del norte, esa que es la más pura entre las puras, le había salido una hija que se masturbaba y lo confesaba en forma de poema. Una hija a la que había, si no que callar, al menos, bajarle un poco el volumen de su diatriba poética.
Es un poema-cachetada. Duele, perturba, dejá al descubierto una arista femenina que se quiere callar: que las mujeres también recurren a mecanismos de autoerotismo.
Nunca pierde el tono literario aunque es un tema escabroso. Comienza haciendo alusión a la muerte final y definitiva y a la otra, la que se da con cada orgasmo, la petit mort de los franceses, el momento de disolución total y de entrega hacia el infinito. Cuando el cuerpo deja de ser cuerpo y se hace parte de las estrellas que se agrupan en la vía láctea (De esta forma escapo de mi cuerpo,/un milagro molesto, ¿Podría poner/en exibición el mercado de los sueños?/Me despliego. Crucifico.). A esa muerte se refería y a la otra, la que llegó después; la que vino para salvarla de la soledad y la locura.
Más adelante, en el poema, dice: "y yo me rompí como se rompen las piedras". ¿Dónde, dónde quedó la mujer autosatisfecha, la que no necesita de nadie, la pétrea, la realizada, la que asumió su soledad? QUedó partida, frágil, sola, con el recuerdo de un marido que se cosificó (volviéndose cama) hasta cosificarla a ella: muerte, cuerpo, milagro,piedra, soledad.
La Sexton tan cambiante como un caleidoscopio y yo, ciega.

miércoles, 1 de septiembre de 2010

Jaime Sabines, salud.

Hoy decidí que quería escribir sobre la búsqueda que nunca termina. La búsqueda del amor teniendo al amor. La búsqueda del deseo sintiendo aún las brasas encendidas del que se está extinguiendo.
Es la historia del inconstante, del que sabe que nunca encontrará lo que busca porque lo que busca no existe. Sin embargo cree verlo en el brillo que se percibe en el fondo de los ojos de este amante, o escondido en la voz del próximo. Cree, supone, desea, espera que esté. Pero no está. Sabe que no está pero finge, disimula, se autoconvence...
Algunos somos así. Claro que no vamos a confesarlo fácilmente porque en el fondo, somos seres solitarios, abandonados, perdidos, que montamos el show para los demás o lo que es peor: para nosotros mismos.
En esta búsqueda que no termina nunca, nos vamos dejando el alma, las uñas, pedazos de corazón abandonado. Nos vamos mutilando cada vez más pero seguimos adelante, descoyunturados, rotos, quebrados, con menos ilusiones.
Nunca vamos a detenernos: lastimados y todo, heridos y todo, desahauciados y todo seguiremos buscando al que no existe porque es la búsqueda en sí misma, la esencia de nuestro ser.
No me pidas, entonces, que me quede.