sábado, 4 de septiembre de 2010

Esta noche al oído te diré dos palabras.

"En octubre, fue por octubre" diría Federico García Lorca, seguramente, si tuviera que hablar de ella; pero ya estaba muerto cuando Alfonsina Storni se suicidó. Ya las balas franquistas habían apagado la voz del gitano dejando un silencio en el mundo que nunca podré perdonarle a la guerra civil española. Lorca nunca pudo saber que su amiga, al otro lado del océano, un octubre, frío aún, entraba al mar para no salir.
Esta es la última de las suicidas de la que voy a hablar por ahora, no porque no me gusten sus palabras. No. SIno porque tanta muerte me aburre.
Alfonsina no es igual a las poetisas de las que hablé en mis entradas anteriores. Alfonsina fue solitaria, sí. Alfonsina fue un alma sufriente, sí. Alfonsina fue incomprendida, humillada y discriminada, sí. Pero se mató porque tenía cáncer. Se mató porque no iba a esperar a que la muerte que llevaba en el cuerpo la consumiera. Así que se internó en el mar que amaba, para morir abrazada a las olas, para vivir en la casa de coral que da a la avenida de madréporas de uno de sus poemas.
Alfonsina no es oscura para nada. En sus poemas, que tienen mucho de la herencia modernista de Rubén Darío o el tono cultista de Leopoldo Lugones, hay luz, flores, perfumes, brisas frescas que entran en la casa, mujeres vengadoras de pájaros, espíritus libres.
Leer a Alfonsina es leer a una amante desencantada de la vida pero que no está llena de amargura; una mujer que espera sin angustia. Una mujer que se atrevió a escribir poesía y vivir por ella. Fea y todo, sola y todo en un momento en que ser poeta era cosa de hombres. Levantó la voz de la sensualidad y se ubicó en la cima ingenua, dulce, etérea:

Capricho 2

Escrútame los ojos sorpréndeme la boca,
sujeta entre tus manos esta cabeza loca;
dame a beber el malvado veneno
que te moja los labios a pesar de ser bueno.

Pero no me preguntes, no me preguntes nada
de por qué lloré tanto en la noche pasada;
las mujeres lloramos sin saber, porque sí.
Es esto de los llantos pasaje baladí.

Bien se ve que tenemos adentro un mar oculto,
un mar un poco torpe, ligeramente estulto,
que se asoma a los ojos con bastante frecuencia
y hasta lo manejamos con una dúctil ciencia.

No preguntes amado, lo debes sospechar:
en la noche pasada no estaba quieto el mar.
Nada más. Tempestades que las trae y las lleva
un viento que nos marca cada vez costa nueva.

Sí, vanas mariposas sobre jardín de Enero,
nuestro interior es todo sin equilibrio y huero.
Luz de cristalería, fruto de carnaval
decorado en escamas de serpientes del mal.

Así somos, ¿no es cierto? Ya lo dijo el poeta:
deseamos y gustamos la miel en cada copa
y en el cerebro habemos un poquito de estopa.

Bien. No, no me preguntes. Torpeza de mujer,
capricho, amado mío, capricho debe ser.
Oh, déjame que ría. ¿No ves que tarde hermosa?
Espínate las manos y córtame una rosa.


Delicada. Tierna. Inocente... Todo es Alfonsina. Pero lo mejor de sus poemas es el ritmo. Tiene una clara idea del ritmo poético, sabe cómo reunir las sílabas, cómo hacer los silencios, como combinar los acentos para que leer en voz alta sea lo mismo que leer música. Es una maestra del hemistiquio. Juega con los versos: estrofas de cuatro hasta la penúltima que es de tres, para retenernos ahí, pendientes y darnos la maravillosa estrofa final en la que la amante se enjuga las lágrimas, cambia de tema y pide una rosa. Mujer de principio a fin que confiesa que es capaz de manipular, manipulando. Chapeau, dulce Alfonsina, descansa junto al arrullo eterno del mar que te cantará palabras para que duermas en paz.

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